ES CARNAVAL, UNA FIESTA RURAL
ES CARNAVAL, UNA FIESTA RURAL
Cuando acaba la cuesta de enero y ya están lejos las opíparas cenas navideñas llega un tiempo nuevo, que es un prólogo en el calendario cristiano, de la Pasión. La cuesta de enero ha tenido celebraciones de gran valor para los etnógrafos, pero de escaso interés comercial: San Sebastián, San Antón, San Vicente o San Tirso, son santos de gran devoción en el mundo rural y han servido para hacer hogueras, asar patatas, repartir caridades o subastar viandas.
Son estos santos de invierno, excesivamente rurales, los que nos conducen a un tiempo que ha tenido interés a lo largo de la historia en toda la cultura mediterránea. Lo realmente curioso de esta fiesta es su antiguo origen y su pervivencia a través del tiempo. Parece que surge como fiesta prerromana relacionada con la agricultura, que los romanos adoptan, los cristianos adaptan y bautizan, la ilustración culturiza y hasta Primo de Rivera se preocupó de ella.
Lo curioso de estas jornadas festivas es que han pervivido y ahora todos las mantenemos, padecemos y fomentamos. Debo precisar que son celebraciones eminentemente rurales y agrarias, y que se cuelan difícilmente en el mundo urbano e industrial. El Carnaval antes de ser el tiempo cristiano de la carne previo a una cuaresma de raspas de bacalao, ha sido el tiempo en que los días crecen y la luz del sol hace su aparición. El entorno rural celebraba a San Matías, " que iguala la noche con los días", y es el inicio del tiempo de siembra de muchos frutos.
Pese al carácter agrario de esta fiesta se mantiene y urbaniza. Veamos algunas de sus características. Ha sido común en la fiesta tradicional el cambio, la ruptura con el tiempo de labor y no festivo. En Carnaval se cambian los horarios, las comidas, los trajes y los sexos. Dentro de esa semana que va desde el "jueves lardero" "chorizo y huevo", hasta el miércoles de ceniza pasando por el "domingo de piñata", se trastoca el orden rural tan ortodoxo el resto del año.
El carnaval era el momento de "echar sermones". En estos sermones, se ponía verde y de todos los colores al poder local, al clero y a las fuerzas de todo tipo.
Con respecto a la alimentación se basaba en matanza, huevos y productos asados; "el jueves lardero" viene del "tocino-larde" y se hacían buenos guisos con este producto. Lo bollos "preñados" rellenos de diversos productos eran y son todavía característicos de ese tiempo.
Los capitalinos subían a ver cómo se divertían los rurales. Estos, con bastantes tazones de "vino cocido", estaban muy contentos y aprovechaban para lanzar a los señoritos harina, polvo de carbón o simplemente orines o meaos, lo que causaba entretenidas peleas, cuyo origen ya conocía Caín y Abel.
El Miércoles de Ceniza, el cura del lugar se encargaba de recriminar los excesos de los días anteriores y les recordaba con mordaz sonrisa: "que eran polvo y en polvo se convertirían".
Entonces empezaban siete semanas de privaciones y vigilias. En las que huevos, bacalaos y congrio seco eran platos de casa bien. Los más se contentaban con las patatas pobres, sopas y pimientos secos. Con la quema del Judas terminaba la época tenebrosa del calendario cristiano, y ya para "San Marcos", "el garbanzal ni sembrado ni por sembrar", comenzaban romerías y festejos, hasta llegar a las fiestas de gracias septembrinas.
Como se puede observar por estas líneas, el carnaval ha sido algo rural, anárquico y en muchos casos brutal. Había fuertes riñas e incluso muertes en estas fechas. Pues bien, a través de nuestra sociedad que todo lo copia sin criterio ni sentido, nos encontramos con un carnaval urbano, organizado por el Ayuntamiento local, ordenado y en fila de a dos. Lo que era una necesidad vital de cargar las pilas antes de la Cuaresma sombría, se ha convertido en fiesta discotequera vigilada por la Policía Municipal.
Una sociedad laica y urbana no se merece el carnaval. Esa es una fiesta ganada a pulso por la sociedad rural y religiosa, por los grupos aterrorizados por el santo temor de Dios, por los agricultores que podaban con muñones esperando el sol de febrero.
Yo sostengo, aunque sin dogmatismos ni empeños de honra, que de lo que se trata es que las clases proletarias del pasado reasuman en una nueva era todo el pálpito cursi, melindroso y efímero, de la ya fenecida burguesía conservadora del diecinueve. Como ahora el socialismo se ha hecho capitalista, tiene que rememorar en la calle y en el buffet el viejo melodrama pasional del "jueves lardero", la piñata y el frenesí de pacotilla. Hasta que se llegue a la conclusión de que donde mejor estaba el muerto era en la tumba.
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©
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