miércoles, 12 de octubre de 2011 in

“Atar los perros con longaniza”

“Atar los perros con longaniza”

La expresión tiene cierto encanto, también cierta ironía cuando se desea ponderar la esplendidez de alguien o cuando deseamos resaltar de una persona sus excesos en gastos y consumos.

Fotografía de La Medusa
Recuerdo al que fue nuestro perro  Pluto y me imagino su alegría al comprobar que, una buena mañana de estas frías de octubre, se despertó atado a una cadena hecha con una buena ristra de chorizos de esos coloraos y picantes que sirven por esta tierra para aderezar unas buenas patatas con las que obsequiar, como un manjar, ciertamente lo es, a nuestros invitados. ¡Qué fantasía y que casa tan fantástica y qué  abundante, modélica, lujosa y placentera,  casa de Jauja! pudo pensar nuestro querido Pluto ante tal magnificencia.
 
Pluto jamás pudo pensar, no la conoció, en esta historieta  pero seguramente, aun sin estar atado con esa hermosa cadena, pudo disfrutar de alguna ristra extraída a traición para sorpresa de la dueña de la cocina y de la propia despensa o alacena.

El ya no está, es por ello por lo que La Medusa les iba a dejar esta curiosidad o hipérbole irónica de opulencia y derroche que alguno puede no conocer:

“Atar los perros con longaniza”

 Este dicho nos remonta a los principios del siglo XIX, y más concretamente al pueblo salmantino de Candelario, un pueblo de la provincia de Salamanca cercano a la ciudad de Béjar, muy  famoso por  la calidad de sus embutidos y por el festejo del “Día de la Candelaria” todos los 2 de febrero, en el que vivía un conocido fabricante de chorizos que se llamaba Constantino Rico, alias “El choricero”, cuya figura la  inmortalizaría el pintor Bayeu en un  tapiz que hoy se exhibe en el Museo del Prado. 

Bayeu

Este buen hombre tenía instalada una factoría, en la que trabajaban varias empleadas, en los bajos de su propia casa y en una ocasión, una de ellas, apremiada por las circunstancias, tuvo la peregrina idea de atar a un perrito faldero a la pata de un banco, usando a manera de soga una ristra de las longanizas que estaba embutiendo, en ese momento. Al poco tiempo entró un muchacho, hijo de otra de las trabajadoras, a dar un recado a su madre y presenció boquiabierto la escena, e inmediatamente se encargó de divulgar la noticia de que  en casa del tío Rico se ataban los perros con longaniza.

La expresión, no hace falta decirlo, tuvo inmediata aceptación en el pueblo y, desde entonces, se difundió por toda España haciéndose sinónimo de exageración en la demostración de opulencia y derroche.

Fotografía de todocoleccion

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