Los últimos piídos de los gorriones
Los últimos piídos de los gorriones
Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...
¡hoy creo en Dios! (Gustavo Adolfo Bécquer; Rima 50 (XVII)
Es este un libro conservado en la
Biblioteca Nacional desde 1896, año en que la viuda de Ramón Rodríguez Correa
lo vendió, por la módica cantidad de veinticinco pesetas, a nuestra primera
institución bibliotecaria. Y es el título que dio Gustavo Adolfo a un
voluminoso libro de actas de 600 páginas que le regalaron en junio de 1868 y
donde pretendía reunir una
“colección de proyectos, argumentos, ideas y planes de cosas diferentes que se concluirán o no
según sople el viento”. Fue este un proyecto que no llegó a realizarse en
su integridad, pero que consta, al comienzo del libro, de una “Introducción sinfónica” y un fragmento
en prosa titulado “La mujer de piedra”
y, a partir de la página 529 y hasta la 600, de setenta y nueve rimas llamadas
a ocupar un lugar de excelencia en la poesía española contemporánea, de la que
son sus primeras y acaso más altas manifestaciones, pues Bécquer es la raíz
del árbol poético que ha ido creciendo y desarrollándose en España a lo
largo de los últimos ciento cincuenta años.
¿Y por qué hoy me ha dado por acordarme de los gorriones? Muy sencillo:
porque he notado que por las veredas que estoy andando cada vez hay menos
gorriones en sus guijarros y porque me he dado cuenta de que los últimos
gorriones, que algunos llaman pardales, se están muriendo; y porque son pájaros
a los que les tengo especial cariño desde que los veía, siendo niño, entrar
en bandadas en el
gallinero del corral de mi casa y volar para esconderse en las teinadas en los
inviernos de nieve; porque recuerdo verlos anidar en el alpendre de mi casa,
muy altos, con nidos hechos de paja casi de cualquier manera, pero de los que
salía, con fuerza, por el eco contra la pared, el piar de los pollos en verano.
Porque siempre fueron parte de mi paisaje. Y porque esta vulgar avecilla, compañera
inseparable del ser humano desde el principio de los tiempos, el más conocido y
universal de todos, inauguró la primavera de 2016 como “Ave del año”
instaurándose el “Día del Gorrión”.
Y porque hay un pasérido de barba oscura, pardillo, más de campo que
urbanita, tan de miga de pan de la merienda de un niño que vuela, después de
dormir a la luz de las farolas, hacia los campos para unirse a su pandilla y
que, sin canto armonioso, revolotea junto a las bandejas de agua de mis bonsáis
para tomar unas pocas gotas de agua, refrescarse, satisfacer su sed y
festejar la próxima fiesta de la primavera. Quedan pocos. Ya lo sé, y es
posible que en los pueblos abandonados apenas quede ninguno. No quieren vivir
solos. Si no hay gente, ganados y caballerías ellos también se van. Su ausencia
convierte el paisaje rural, ese cementerio de piedras y recuerdos, en un
espacio desolador, silencioso y triste.
Miguel
Hernández lo dejó escrito en ese inacabado cuentecillo del “El gorrión y el
prisionero”:
“Los gorriones son los niños del aire, la chiquillería de los arrabales,
plazas y plazuelas del espacio. Son el pueblo pobre, la masa trabajadora que ha
de resolver a diario de un modo heroico el problema de la existencia. Su lucha
por existir en la luz, por llenar de píos y revuelos el silencio torvo del
mundo, es una lucha alegre, decidida, irrenunciable. Ellos llegan, por
conquistar la migaja de pan necesaria, a lugares donde ningún otro pájaro
llega. Se les ve en los rincones más apartados. Se les oye en todas partes.
Corren todos los riesgos y peligros con la gracia y la seguridad que su
infancia perpetua les ha dado.
Ave de decisión, gorrión bueno, mejor entre los mejores, era Pío-Pa. Así
llamaremos a este leve ser de mi cuento. Llevaba su pantaloncillo corto con
remiendos y su blusa de pluma gris, más remendada que su pantaloncillo, con más
dignidad que para llevar su corona y su cetro deseara el emperador de Carcunda.
Volaba a grandes vuelos, y cuando tocaba tierra su pata andaba a saltos, rasgo
alegre de entusiasmo juvenil. La alegría jamás faltó en su nido y en su pecho,
donde permaneció arraigada por debajo y por encima de las tristezas que van y
vienen. Tejió su nido como el soldado su tienda, donde le cogía la noche o la
batalla por las migajas. No ambicionó, como los pájaros señoritiles,
parasitarios, ni la rama elevada para piar ni el lugar regalado para yacer con
la gorriona. Las innumerables vueltas que hacía al campo y los también
innumerables tropiezos y asaltos que allí había experimentado acumularon sobre
su cabeza de ajo bello y su corazón aleteante cierta sabiduría: llegó a saber
más que una rata de cárcel: toda la que cabe entre una frente y un corazón
loco…”
Acabo
de darme cuenta, viéndolo tomar agua, de que las alas de ese querido gorrión,
tan pardo, se transparentan al amanecer con el sol. Y eso no sucede cuando
vagamundea por las aceras para encontrar esa miga de pan hecha con el trigo del
rastrojo y dejada sobre el bordillo por mi vecino Curro. Vale.
“Dices que tienes corazón, y sólo
lo dices porque sientes sus latidos;
eso no es corazón... es una máquina
que al compás que se mueve hace ruido”.
(Gustavo Adolfo Bécquer; Rima 43 (XVI)
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
Leave a Reply