En Grávalos también es primavera
En Grávalos también es primavera
Estoy
en Grávalos viendo florecer el almendral, lo hago a la vera de un paisaje y
enseñándome a ser amor que muere gozoso en la alta luz que pasa y hiere. De
pronto me ha asaltado una música el alma, jamás cordada y hasta me ha embriagado
una melodía, tan libre nunca escuchada, hasta conducirme hacia un campo
extenso, ver un mar de flores y experimentar un cielo de besos. Veo la armonía
que invade mi alma de asombro rendida. Hora de la tarde. Soledad sin dueño.
Sólo el viento y yo. ¡Pedrugal en flor! Por nada cambiaría yo el sendero que
ando sin saberlo, el azul de estas horas sin dueño, el regazo de la piedra
tierno, el clamor de la flor del almendro ¡y el abrazo de Dios en todo ello!
No
quiero más, Señor, tengo bastante
con
esa luz que inunda mi camino
de
tu gracia a raudales.
¡Qué
alta la soledad de mi destino
y
qué libre de afanes
en
esta hora del amor rendido...!
No
me des más, Señor, que no soporto
tanta
hermosura hiriendo mis sentidos
en
la desnuda flor de tanto asombro.
Ahora
que los días alargan y el campo de mi pueblo ya ha despertado, es tiempo de
volver a la poesía y al paisaje de mi infancia. Por fin hay caminos arreglados
para que los pateen esas escasas criaturas. Los almendros florecidos disfrazan
el paisaje tradicional sin borrar del todo la desnudez parda y caliza de la
jurisdicción que siempre rodeó mi aldea, tan frágil a menudo como la flor de
sus almendros que un viento helado, despiadado, la puede derribar por el suelo.
Verdean ya tímidamente los sembrados, que reviven de las heladas con los
últimos soles de marzo. ¡Qué alegre mi campo! ¡Qué alegre mi cielo! ¡Qué alegre
mi paso! ¡Todo renacido en la flor de almendro! ¡Todo vuelo lírico, corazón al
viento!
Hace
tiempo que hay pocos arrieros por sus veredas. Alguna, pocas, caballerías
quedan.
Pocos rebaños rumian por los atajos, ni hay apenas avecillas. ¡Cómo volaba la
paloma del éxtasis de rama en rama! No queda un alma en toda la extensión de mi
vistazo. Ya no puedo contemplar en las umbrías esas pequeñas manchas de nieve
sucia que, siendo niño, recreaba mi mirada. Ahora sólo descubro que en los
ribazos todavía faltan días para que florezcan las ulagas, los bizcobos y los
calambrujos. Y ahí siguen los cantarrales, los mismos de siempre, para refugio
de las alimañas del campo: víboras, ardachos, alacranes y algún despistado
caracol.
Ahí
siguen y por sus calles, se ven cagarrutas de alguna churra o merina suelta,
indicando que todavía existen animales enseñoreándose de la villa. Descubro
espesuras y zarzales obstruyendo y apoderándose de los caminos del monte,
desfigurándolos hasta convertirlos en intransitables. Y, por mucho que me
empeño, no soy capaz de dar con las sendas de mis andanzas, entre bardas,
eriales, tierras yermas y sabinas, romeros, tomillares y aulagas que tantas
veces recorrí de niño. Son, por más esfuerzo que hago, irreconocibles.
Hoy,
aquí quedo sentado junto al barranco, en esa piedra donde tantas tardes me
acomodé, entretenido con algún tordo descarriado, gorrión anidando, así como de
algunas lavanderas de figura grácil, colirrojos desorientados y de las primeras
golondrinas y aviones que alegraron mis mañanas y atardeceres con sus cantos y
reflejos azulados junto a esa charca cristalina por las últimas lluvias caídas
que, junto al ulular de ese autillo de color castaño, como si fuese una corta
noche de verano, me invita a leer y entender a Gabriela Mistral junto a Doña
primavera gravaleña. Vale.
Doña
Primavera
Doña Primavera
viste que es
primor,
viste en limonero
y en naranjo en
flor.
Lleva por
sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias
rojas.
Salid a
encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!
Doña Primavera
de aliento
fecundo,
se ríe de todas
las penas del
mundo…
No cree al que le
hable
de las vidas
ruines.
¿Cómo va a
toparlas
entre los
jazmines?
¿Cómo va a
encontrarlas
junto de las
fuentes
de espejos dorados
y cantos
ardientes?
De la tierra
enferma
en las pardas
grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.
Pone sus encajes,
prende sus
verduras,
en la piedra
triste
de las sepulturas…
Doña Primavera
de manos
gloriosas,
haz que por la
vida
derramemos rosas:
Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.
(Gabriela
Mistral)
Texto y
fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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