Ave de canto
Ave de canto
Venga, muy bien, hoy La Medusa les habla de cultura. No de esa cultura que trata, entre otros asuntos, de las obras de arte, es decir, de las cosas admirables que el ser humano puede llegar a hacer a partir de elementos que toma del mundo natural, sino de esa otra cultura rara y asombrosa que nos conduce o acerca a toda obra de arte viviente. La Medusa recuerda a Pigmalión, cuyo amor por la bellísima estatua de Galatea que él mismo había fabricado fue recompensado con el mayor premio: lo que sólo era mármol, hermoso pero inerte, se convirtió en carne trémula y deseable. Al menos según Ovidio, aunque ya sabemos, tras Platón y Nietzsche, que los poetas mienten mucho. Pues bien, supongamos que Pigmalión se llama hoy “cuculus canorus” y que Galatea apoya su belleza sobre dos patas y se llama "ave de canto" para que entonces la poesía se haga verdad irrefutable, galopante.
Ahí está, y eso es cultura. Ya ha abierto el azahar del naranjo y ya ha pelechado la flor del ciruelo del huerto del abuelo, donde se ven diminutos frutos. Ha florecido la clivia. La peonia está a punto y la glicinia es una suspendida catarata de racimos de espuma lila. Los pájaros cantan y se buscan, y el trigo trata, lentamente, de empinarse y la alameda ya está lista y vestida.
La Medusa desea hoy hablar de su "ave de canto", ese pajarraco que anuncia la primavera, ahora que florecen los almendros y los naranjales huelen a azahar. Y los yerbines de la dehesa están llenos de margaritas, violetas y dientes de león. Las bisbitas, verderones y cardelinas, ¡ay abuelo!, ¡ay hermano!, no paran de cantar, hasta que llegan los mirlos de mediodía que lo aflautan todo. A estas alturas, penúltimo día de marzo, los cucos ya han abandonado los bosques ecuatoriales del África, donde invernan, están recorriendo esos cielos de emigrantes y se preparan para acomodarse ya en nuestros montes y llanadas a la espera de poder ocultarse bajo las hojas nuevas. A mediados de abril, si el tiempo no se tuerce, cantará en las tierras, esas tierras queridas de Ongañón, la Dehesa, Fuentezuelas y Estrechuelos y su monótono cu-cu alegrará el corazón de los aldeanos que aún resisten en esa Rioja semi-vacía.
La Medusa desea presentar a su "ave de canto": su nombre técnico es “cuculus canorus”, mide unos treinta y dos centímetros, cabeza y dorso gris, pico fino, partes inferiores barradas, con manchas blancas en la cabeza. Canta junto a la hembra sin distinción de género. Su aspecto es más fiero que dulce. Parece un pájaro valiente y de cuidado. Astucia no le falta. La hembra vigila un amplio territorio observando los nidos en construcción en los que poner sus huevos. Pueden ser de cuervo, carricero, bisbita, chochín, petirrojo, lavandera…, lo mismo le da. Llega a poner doce o trece huevos, cada uno en un nido distinto. Su técnica es impecable: quita uno y pone el suyo para que no se note. Lo pone por la tarde aprovechando que las otras aves acostumbran a hacerlo por la mañana.
Tras escuchar al cuco y caer en mi
sesteo meridiano, imponentemente silencioso, me hundo en ese cotidiano sueño entre sembradíos verdoyos, pequeñas ermitas,
carrascas perfectamente alineadas y grandes pinos salvajemente ocupados por la
procesionaria, imagino iconografías prerrománicas, cruces procesionales entre
pájaros, canecillos mal conservados de ermitas abandonadas en los que sobresale
un músico en pie, con la cabeza levantada, ojos cerrados o mirando al cielo, o
ciego tal vez, ensimismado, tocando con fuerza una instrumento de cuerda. Y hasta
ese guerrero armado con una espada y un escudo largo que casi le tapa por
entero.
Recordando y soñando le digo a Kierkegaard, humildemente, que
se equivocó: que la gloria del momento recuperado derrota a la usura de los
días, los años...para después comprender que la felicidad vuelve, pero ya no nos
encuentra donde estuvimos. Que el arte es largo y la vida breve, porque nuestra
fidelidad pertenece a lo que nunca puede regresar Vale.
Texto y
fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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