domingo, 17 de marzo de 2019 in

Contrebia: Una doble ciudad blanca




 

Contrebia Leucade: “Una doble ciudad blanca”

 

“De aquella antigua e importante metrópoli, hoy solo quedan piedras, viento y silencio. Un hermoso silencio, profundamente evocador”.

Eran los tiempos, año 77 antes de Cristo, cuando el general romano Quinto Sertorio se tiró cuarenta y cuatro días apostado con sus tropas frente a la ciudad celtíbera de Contrebia Leucade que en plena guerra civil había decidido permanecer fiel a su rival Cneo Pompeyo Magno. No se requiere mucha imaginación para revivir la tiritera que debió sentir Sertorio cuando llegó a Contrebia. ¡¡¡Oigan, esto impone!!! basta con la contemplación del foso, resquebrajura profunda, pasearse por él, echar la vista arriba, sentir el cierzo en el cogote y contemplar cómo acechan los buitres de las peñas vecinas. 
Cuenta el historiador Tito Livio que el general Quinto Sertorio ganó, pero las pasó canutas y perdió muchos hombres en el asedio. De aquella antigua e importante metrópoli, hoy solo quedan piedras, viento y silencio. Un hermoso silencio, profundamente evocador.

Hoy recuerdo que hace varios años que no la visito. Y deseo hacerlo por tercera o cuarta vez. En ese tiempo, y después de visitar Tiermes (Soria), Contrebia Leucade (Dos ciudades blancas, o Una doble ciudad blanca) me pareció ser el mayor y más espectacular yacimiento celtibérico de España. Aquella visita fue en una mañana, como la de hoy, de impropia y deliciosa primavera que ya lució en el mes de febrero y se alargó hasta el mes de marzo de este año. En aquel tiempo, como ahora, con menos caudal, el Alhama corría sereno y limpio en derredor del macizo inexpugnable, y algunos paisanos acampaban para comer en el sotillo debajo de rocoso cortado septentrional.


Sabemos de los celtíberos, en el territorio que hoy llamamos La Rioja, desde la batalla perdida que los enfrentó a Roma en los años 188-187 a. C., cerca de Calahorra, seguida por el nuevo fracaso ante las tropas de Fulvio Flaco, en las inmediaciones del Moncayo, seis años después. Poco más tarde, los romanos fundaron la ciudad de Graccurris (Alfaro), junto a la desembocadura del Alhama. Se cree que en ese año 181 fue conquistada Contrebia Leucade por las armas romanas. Tras recobrar su independencia, fue nuevamente ocupada en el 142 a. C. y, según el historiador Tito Livio, cayó en manos de Sertorio el año 77, tras un asedio de 44 días. La ciudad se hallaba en un punto estratégico del valle del Alhama, en una de las vías de comunicación más directas entre el valle del Ebro y la Meseta.

Deseo volver a visitarla y estrenar esa puerta de acero cortén situada en la parte baja de la vaguada e introducirme en esa ciudad de época imperial y sortear ese nuevo sistema defensivo, que sustituyó posiblemente a la muralla celtibérica, hundirme en ese foso profundo, cercano a los 700 metros de longitud, con una anchura y altura entre los 7 y 9 metros. Y acomodarme en esa muralla, entre 2´5 y 4 metros de ancha, algunos de cuyos paños conservados alcanzan los 5. Y poder supervisar el vuelo de los buitres desde sus torres cuadrangulares, refuerzos del sistema defensivo. Y comparar esa antemuralla, propia de los romanos, como lienzo rectilíneo con sus torreones semicirculares adosados y esa grandiosa puerta urbana de estilo legionario.


Me encantaría volver a subir por el espacio urbano interior, que se ajusta al relieve irregular y montañoso del lugar, siguiendo las curvas de nivel. Pasearme por sus calles y adentrarme en sus casas, talladas en la roca y perfectamente alineadas respecto a los viales y visitar sus varias dependencias, generalmente con tres estancias: vestíbulo, habitación principal y un almacén, con prolongaciones subterráneas. Pararme ante las casas, viviendas más nobles, de varias plantas, y observar los ostentosos mechinales, los pavimentos especiales de mosaicos, decorados con motivos geométricos, animales y plantas y quedar sorprendido ante el color blanco, blanquecino o blancuzco de la roca que me dará la explicación del apellido de la ciudad. Y terminar el recorrido subiendo, subiendo, por el centro de la ciudad, alrededor de esa su amplia hondonada lleca y cultivada en pequeños lotes de cereal hasta hace unas décadas. Ver, allá abajo, como corre el Alhama entre chopos y descender a través de la escalera de piedra al fondo del aljibe que se abastecía de las aguas del río y adentrarme hasta a la llamada cueva de “los lagos”.


Y luego sentarme en la plaza mayor del vecino Aguilar del Río Alhama y seguir soñando con la historia, la muralla, la naturaleza sacralizada, el tiempo, el vestíbulo, el hogar, el almacén, el guerrero y su alma, el hogar de los niños, el laberinto de las sombras y esas vasijas, anillos, molinos, terra sigilata, lucernarios, ornamentos, espadas, ungüenteros… Una colosal obra de generaciones humanas que volveré a contemplar. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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