Marzo es la golondrina trisando y el mochuelo maullando
Marzo es la golondrina
trisando y el mochuelo maullando
Esta misma mañana todo lo que, incipientemente,
brota alrededor de la casa ha amanecido un poco helado, y apenas he podido
sentir el trinar de mi vecino el verdecillo ni tampoco el humilde y corto vuelo
del astuto y doméstico gorrión. Y es que la naturaleza todavía no ha entrado en
ebullición al no querer abandonarnos el último temporal que parece tener
querencias de quedarse entre nosotros unos cuantos días.
En marzo ese mes marzán, "que por la mañana pone cara de ángel y por la tarde cara de can", hay que observar cada mañana, antes de que amanezca, los adehesados campos que se extienden no muy lejos del pueblo, allí en El Prado. Y, con las primeras luces, ver pasar bandadas de aviones comunes ante nuestros ojos y contemplar cómo se posan cerquita para comenzar a buscar su sustento. Es una imagen preciosa, los aviones comunes planeando, la helada sobre el suelo, la nieve quedada junto a la ribaza y la niebla blanquecina, casi helada, al pie de ese monte Laturce vigilado por el castillo clavillense o clavijeño, impidiendo la luz del amanecer.
Los aviones comunes llegaron a finales de enero. Llevo unos días contemplándolos y desde entonces se han ido acercando cada vez más a sus nidos de barro afanándose en su reconstrucción. También los verdecillos andan muy atareados con sus trinos, se les escucha desde muy temprano, y tempranero también es el verderón, esta misma mañana he oído el primero de la temporada en el jardín de una casa cercana a la mía. En fin, con la leve subida de las temperaturas, todo bulle con el aumento de las horas de luz. Pronto se irán las grullas. Y las avefrías que ya se las ven en bandos numerosos. Y seguiremos andando, pero ya con plena luz de día.
En marzo ese mes marzán, "que por la mañana pone cara de ángel y por la tarde cara de can", hay que observar cada mañana, antes de que amanezca, los adehesados campos que se extienden no muy lejos del pueblo, allí en El Prado. Y, con las primeras luces, ver pasar bandadas de aviones comunes ante nuestros ojos y contemplar cómo se posan cerquita para comenzar a buscar su sustento. Es una imagen preciosa, los aviones comunes planeando, la helada sobre el suelo, la nieve quedada junto a la ribaza y la niebla blanquecina, casi helada, al pie de ese monte Laturce vigilado por el castillo clavillense o clavijeño, impidiendo la luz del amanecer.
Los aviones comunes llegaron a finales de enero. Llevo unos días contemplándolos y desde entonces se han ido acercando cada vez más a sus nidos de barro afanándose en su reconstrucción. También los verdecillos andan muy atareados con sus trinos, se les escucha desde muy temprano, y tempranero también es el verderón, esta misma mañana he oído el primero de la temporada en el jardín de una casa cercana a la mía. En fin, con la leve subida de las temperaturas, todo bulle con el aumento de las horas de luz. Pronto se irán las grullas. Y las avefrías que ya se las ven en bandos numerosos. Y seguiremos andando, pero ya con plena luz de día.
Y con tanto frío y con tanta nieve y con tanta agua
he recordado a Josep Pla en ese su libro “Las horas”, contemplación del paso de la
estaciones. Y me he acordado de las
fuentes:
“Hay fuentes sonoras, que se oyen caer en la soledad del bosque cinco
minutos antes de verlas. Hay fuentes que reclaman mayor atención, aplicar el
oído a separar su vago rumor del silencio”.
Ya está ahí la
primavera, estamos en mes, la época de casi todos los grandes acontecimientos.
Los silencios del invierno, quedan atrás. Ahora todo se amontona y yo, observador
de la naturaleza, no tendré tiempo para contemplar y escuchar todo lo que se
desarrolla en el campo. Por eso, para festejar la llegada de la buena estación,
viene muy bien acordarse de Josep Pla, el gran escritor de las cosas pequeñas,
para quien las fuentes, los manantiales, las surgencias de agua, son la quintaesencia
del renacimiento primaveral. Para Pla, una fuente, cualquier fuente, crea a su
alrededor un determinado paisaje. Un pequeño paisaje fresco e idílico.
Esa fuente,
asentada al borde de la carretera nacional 111, mana entre robles, abetos,
encinas, romerales y abedules, un discreto caño de agua que encharca una
pequeña tolla, una pradera embarrada. Y allí, al caer la tarde, estridula un
grillo, quizá por primera vez tras la última nevada de este invierno. Y lo hace
en compañía del tintineo de los cencerros de las vacas brunas. Por encima de
las copas, canta un zorzal común.
La anterior
era una fuente construida, con caño y pretil. Pero el agua no necesita obras
hidráulicas para manar. En La Rioja, en cualquier ladera, miles de manantiales
brotan directamente de la hierba para escurrirse por pequeños regatos, sin
emitir otro sonido que un tenue rumor. Me recuerda mi querida Fonsorda, murmullo
casi imperceptible pero que, sumado al de otros muchos hilos de agua, da voz al
vacío de la balsa regante de las huertas de la villa.
Las fuentes
que La Medusa conoce: Fonsorda, Fompodrida, El Piojo, Fuente Nueva, Ongañón,
Fuente del Comunero, Del Agua Delgada y hasta la del Agua Dura son fuentes creadoras
de un paisaje. Fuentes con pilón o sin él, donde éste es todo un mundo, donde
el agua del caño resuena de una manera especial, dibujando acústicamente los
contornos de las paredes de piedra de las que mana.
A las faldas
de Peña Isasa, en la villa riojana de Muro de Aguas, el pilón es el vientre de
los dieciséis caños que, como ranas comunes, croan al atardecer dejando que la
reverberación de la piedra amplifique su voz. Es también la primera barrera que
frena a las aguas libres, la primera represa. Es el agua que, de aquí sale domesticada, a través
de un riachuelo, para regar las praderas desde las que cantan los trigueros y
en las que crecen los chopos que, dentro de muy poco, van a dar soporte a los
primeros autillos.
Pero la interacción entre las fuentes y la
arquitectura ha ido mucho más lejos. Tanto que hay espacios inimaginables sin
el borboteo del agua. Si en el pilón anterior las paredes de piedra realzan el
chisporroteo del caño, en otras el sonido se amplifica y refleja la
reverberación acústica de la pradera modificada y mezclada con el tañido de la
campana conventual, o el canto de los gorriones y colirrojos tizones posados en
los aleros del monasterio.
Les prometo que, cuando la primavera se haya
asentado, es deseo de La Medusa andar el campo, toparse con las fuentes y
relacionar su espacio y sus sonidos como hicieron aquellos jardineros árabes. Estas
fuentes, acequias y sumideros también son Arrayanes, aunque las conozcan como La
Fuente de los Tres Arcos, la Carrascosa, La Majada, Partecasa, la de los
Corrales del Soto, Los Pastores, la de la Plaza, Ompedera, Omvecinos y tantas
otras.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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