Nieve en Marzo
Nieve en Marzo
Hace
justamente siete días sentí una extraña euforia cuando, asomándome a la ventana
entre dos luces, vi blanco el jardín. ¡Qué gusto! ¡Se ha producido por fin el prodigio
de la nieve! Avanzando la mañana, templó el día y empezó a regalar como se
regala la manteca, el hielo…Una leve llovizna ayudó a acelerar el final del
sueño blanco. Escurrían los aleros del tejado y en poco rato apenas quedaban
unas breves manchas de nieve en los rincones umbríos en el que habitan mis
bonsáis junto a las hortensias. Confieso mi decepción. Había resultado un
placer pasajero y, como se sabe, toda frustración conduce a la melancolía.
Sorprendentemente, en contra de todos los pronósticos, antes de mediodía,
cuando menos se podía esperar, se serenó el aire, el cielo se cerró, enfrió y
volvió a nevar copiosamente. Mientras descargaba la nubada, disfruté como un
niño. Primero contemplé desde dentro de la casa y junto al fuego el espectáculo
único de ver caer los copos mansamente -¡qué manta de nieve!-, que eran unos copos
grandes como pétalos de escaramujo, y luego, sin poder contenerme,
salí a su encuentro, alcé las manos y dejé, durante unos minutos, que me
cubrieran de blanco la cabeza, el rostro y los hombros, como si buscara, con
riesgo evidente de constipado, que todavía dura, un hisopazo del cielo.
Y me acordé de
León Felipe y de su poema Revolución:
“Siempre habrá nieve altanera
que vista el monte de armiño…
y agua humilde que trabaje
en la presa del molino.
Y siempre habrá un sol también
un sol verdugo y amigo
que trueque en llanto la nieve
y en nube el agua del rio”.
Y La Medusa se resistió a llamar altanera a la modesta nieve, que siempre fluye
sin hacer ruido, que salmodia luego en los regatos del monte, que duerme en los
acuíferos y que alimenta la tierra para que verdee.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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