El divertimento de cuando éramos niños
El divertimento de cuando éramos niños
De niños, al caer la tarde y a la salida de la escuela esperábamos agazapados para asaltar los carros y galeras que, camino de los lagos acarreaban los comportillos, comportas en otros pueblos, llenas de uvas y luego, después de afanarlos, nos comíamos un par de buenos racimos, elegidos en su sazón de madera, sin que el carretero nos reprochara el súbito hurto.
De igual manera, escondidos y a oscuras, esperábamos a aquellos viejos camiones talabarte, Pegaso, Ford, Man, cargados de manzanas camuesas, de la reina o reineta, que iban esparcidas, a granel sobre la caja del camión, marcando toda una gama de colores, sabores y texturas; amarillas, verdes, rojas, moteadas, ácidas, dulces, crujientes, arenosas, cuando comenzaban a subir la desnivelada, pedregosa, dura y empinada cuesta camino de Arnedo y procedentes de la vega regadas por los ríos Alhama y Linares. Testificar que para todos aquellos niños esto era todo un mundo.
Sabíamos muy bien que había hambre y, sobre todo, nos azuzaba para degustar el fruto de la cosecha temporal con fruición y apetencia. Desgranábamos e íbamos desnudando los racimos grano a grano o los engullíamos a bocados y cuando el racimo quedaba desnudo, desarrapado y desgranado, solíamos mostrar el raspón al amigo más cercano recitándole ese famoso interrogante, refrán o frase: “¿Has visto a tu padre en cueros? ¡Pues aquí lo tienes, lleno de agujeros!”.
Era nuestro divertimento y nuestra merienda. Los más pudientes de la cuadrilla corrían a casa para coger un mendrugo de pan, con un par de onzas de chocolate “Francés” los privilegiados, y completar el festín; los más, en aquellos tiempos no existía la cultura de compartir y si existía no se ejercitaba, comíamos las uvas a palo seco, con plena satisfacción, pues nos mitigaban el hambre y, además, nos refrescaban.
Algunos, los más espabilados por necesidad, se llevaban a sus casas lo sustraído y sobrante, después de la merendola, para postre familiar, ya se sabe, por estas fechas y en los pueblos de La Rioja no podían faltar en la mesa como manjar de temporada.
Hoy, los tiempos avanzan que es una barbaridad, los niños no tienen necesidad de apostarse a que pase el carro ni se acerque el camión ni que haya cuesta donde esperarlo. Salen de la escuela y la madre o la abuela o la tía ya le tienen preparado el surtido de bucaneros, tigretones o bollicaos acompañados de Vit, Nesquit, Nocillas o petazetas. Es así, privan otras cosas y así nos va, ellos son felices y nosotros padres o abuelos también. Los tiempos cambian y no precisamente con buen gusto.
Hemos pasado de disfrutar usurpando los racimos para poder merendar arrancándolos de dos en dos como en el banquete narrado en el Lazarillo de Tormes, entre el niño y el ciego a contemplar a nuestros hijos o nietos tratando de esconder la bollería sobrante cuando no tirándola porque están cansados de ella. Y Paca La Medusa exclamando ¡Qué gran merienda era aquella, la del racimo de uvas!
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