Febrero es el mirlo mirleando, la cigüeña crotorando y el cárabo ululando.
Febrero es el mirlo
mirleando, la cigüeña crotorando y el cárabo ululando.
Febrero trae carnavales y días ya
desperezados y el sol alcanza las Umbrías. Pero en la imagen popular sigue
siendo el mes de los fríos. Su representación tópica es la del hombre
querencioso del fuego, como se muestra en el “libro de Alexandre:”
"Estaba don Febrero sus manos calentando,
Otros facía sol et oras serenando,
Verano de invierno íbalos desemblando,
Porque era más chico sediese querellando".
Ya está ahí el Carnaval y su origen está fundamentado en la impaciencia, en el ansia de
celebrar por anticipado los indicios del final del invierno y la proximidad de
tiempos mejores. Observo la naturaleza en estas fechas y detecto que, en medio
del frío, todo empieza a calentarse. El aire de las tierras, casi tibio en
algunos días, ya huele a monte; las noches perdieron lo estático; en las
techumbres de los edificios espadañas en derribo algo empieza a rebullir; de
las tierras encharcadas emerge un griterío y hasta por las atmósferas heladas
de las montañas del norte corren voces que auguran, lúgubremente, que la
primavera está a un mes.
Una cigüeña rompe el
silencio de la mañana con su aplauso, el crotorar con el pico que sirve de
saludo a su pareja y al nuevo día. Las cigüeñas que oímos están solas en su
nido, pero no en la techumbre. El tejado de la iglesia de la localidad ribereña
del Iregua, en Villamediana, es una algarabía, aunque la temperatura esté
varios grados por debajo de cero.
Un mirlo, que aún no ha
templado la voz esperando recuperar sus sonoros episodios de celo territorial,
reclaman y se arranca tímidamente a cantar. Pelea, grita y disputa con unos
reclamos martilleantes episodios de celo territorial. Le acompaña, mientras
avanza la mañana, el chisporroteo de algún petirrojo.
Aún las sombras cubren las laderas nevadas del valle
del Iregua y del Leza, en el Camero Viejo. La noche es oscura pero el reflejo
de la nieve en el suelo ilumina el bosque y los troncos de robles, hayas y
pinos negros se elevan como negras columnas. Nada se mueve, y por la atmósfera algodonosa
y gélida rueda la llamada de un búho, un mochuelo, encaramado a lo lejos en la
copa de algún árbol. Una garza grazna y otra, valle abajo, sobrevuela los
cañaverales que envuelven las aguas de las riberas del Iregua cuando llegan, allí
en la Vareia romana, a abrazarse con el río Ibero, donde empieza a bullir la
actividad. Estas riberas, las he conocido, han vivido tiempos mucho mejores, en
los que los conciertos crepusculares han sido mucho más intensos, pero todavía
hoy es posible diferenciar las voces de miles de aves, decenas de especies: lavanderas
blancas y cascadeñas, vencejos reales, cigüeñuelas, andarríos chico, patos
azulones.
La primavera está a un mes. Tiempo, por tanto, de
carnaval.
Ser
en la vida romero,
romero
solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser
en la vida romero
sin
más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser
en la vida romero... sólo romero.
Que
no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar
por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero...(León Felipe)
Texto y Fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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