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lunes, 15 de diciembre de 2025 in

Días de niebla

 




Días de niebla

 

“¿Dónde voy a meterme en este invierno?
Abierta la ciudad, me agarra extraña.
¿Ebrio estaré de ese candado eterno?
Quiero mugir a tanta puerta huraña.” (Ósip Mandelshtám)

 Estas mañanas en la Rioja son frías, heladoras, como todas las de diciembre cuando el año tiene prisa por terminar. El cielo pelea entre dos luces, las primeras y las últimas, aunque apenas se ve pues la niebla impide que las farolas lleguen al suelo. La calle desierta, las aceras con escarcha y el pan se cuece en el horno de los más madrugadores. Un coche avanza por la calle Portillo a trompicones, el esfuerzo escupe humo por el tubo de escape, mientras que el frío del motor le obliga a coger aire para continuar su marcha.

Hoy junto a la melancolía nebulosa me toca elegir y lo hago como escribió Antonio Machado en Los Complementarios creyendo lo justo en la originalidad literaria. “Si me obligaran a elegir un poeta, elegiría a Virgilio. ¿Por sus Églogas? No. ¿Por sus Geórgicas? No. ¿Por su Eneida? No. Optaría por él 1º: Porque dio asilo en sus poemas a muchos versos de otros poetas sin tomarse el trabajo de desfigurarlos. 2º: Porque quiso destruir su Eneida, ¡tan maravillosa! 3º: Por su gran amor a la Naturaleza. 4º: Por su gran amor a los libros”. Es, por tanto, lo que hoy le da ocasión a la Medusa, en estos días con niebla, para describir sobre la mirada sostenida de aquella chica paseante por la orilla de mi playa, la brisa de una noche de verano en la playa Castillicos que me trae música de una verbena, el color dorado de membrillos en otoño, el aroma de las manzanas que llenaban el aire de las cocinas, la gota metálica del deshielo que caía del cobertizo en febrero sobre la leña mojada apiñada ordenadamente en la teinada.

Yo sé que, con el tiempo, esos lirismos ridículos adquieren un valor perenne o se olvidan, porque todo el mundo suele participar de esas sensaciones leves y efímeras. Es, pues, por esas sensaciones eternas por las que hoy me permiten recordar ese: Cantaoh diosa, la cólera del Pélida Aquilescólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles., Este comienzo de la Ilíada la escribió uno que después se llamaría Homero y es eterno. Vale.


 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 8 de diciembre de 2025 in

Mandarinas

 


 



 “Manifiesto a todos sea

quest'es nuestro Dios eterno,
nacido chiquito y tierno
de una virgen galilea.
Luz del pueblo de Judea, 5
salvador y guarda suya.
Alleluya, alleluya.” (Lucas Fernández) 

Ya son tiempos de mandarinas, como después vendrá el tiempo de cerezas, los tiempos de fresas, de melocotones, de uvas, de manzanas. Y es que el oficio de vivir se desarrolla en consonancia con el ciclo de las frutas de temporada; La vida consiste en atravesar la naturaleza con sus ríos, mares y montañas, con sus lluvias y vientos, nieves, tormentas, cielos azules, brisas placenteras y soles radiantes. Y al final todo caerá del árbol como una fruta madura sobre un lecho de hojas amarillas.

Son estas unas fechas de unos tiempos, tiempos de mandarinas, en los que aparece junto a ellas la Navidad y todo lo que la rodea, quizás vaciado de contenido y en el que se ha terminado convirtiendo en algo principalmente externo. Es importante volver a los orígenes, a los recuerdos, a las tradiciones y acudir a disciplinas como la gastronomía, el arte y la literatura para entender de manera más profunda estas celebraciones.

 

MANDARINAS

 

¡Cómo huelen las mandarinas
a Navidad!
¡Cómo saben las mandarinas
a Navidad!

No puedo mondar mandarinas,

sin que me huelan a Navidad.
No puedo comer mandarinas,
sin que me sepan a Navidad.
Quizás porque, de niño,
sólo nos las ponía mi madre
por Navidad.

¡Cómo huelen las mandarinas

a Navidad!
¡Cómo saben las mandarinas
a Navidad!

 

PRJP. N.º 122 En la antesala de la Navidad y junto al fogón

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 1 de diciembre de 2025 in

VIEJA ESTAMPA DE UN TRUJAL

 




VIEJA ESTAMPA DE UN TRUJAL

 

¿Cómo olvidar las manos que colectan,
las manos campesinas,
las manos de la siembra y el arado
inevitablemente encallecidas
por las que nace esta abundancia, dime,
dime, Dios? (¿Cómo, a veces, las olvidas? (María Beneyto)


Dulces cantan los malvices tras la lluvia: tienen fe. O será que ya clarea. Los malvices insisten al otro lado del balcón, subidas en la morera divisando los olivos para alimentarse. Como si dijeran: esto es ahora y nunca más. Dan ganas de añadir: es para siempre. Pero no exageremos.

 Me habría gustado soñar este cuento acompañado y compartir esta belleza, este frío, estos paisajes y este paraje, pero algo le falta a la belleza cuando se disfruta a solas y en la lejanía. Nada será ya lo que fue, pero donde hubo un árbol, en este caso olivos, puede crecer otro.

 Hoy, y aquí está la historia, me viene a la memoria esa escena de hace años, muchos años, cuando por las Callejas empedradas y polvorientas que llevaban y, aún hoy día, conduce al Trujal y sentía ese viento y congelante cierzo, viento helador encajonado, guadaña afilada en todas las esquinas azotando esas Callejas que conducen a las entrañas o a las afueras del pueblo.

 Me hubiera gustado estar allí para contemplar la escena soñada, envuelta por las sombras de la tarde que ya habían segado casi toda la luz en las altas tapias de los huertos, vergeles de subsistencia, de esos agricultores curtidos, jóvenes, ancianos y aceituneros llegaban desde sus olivares junto a sus bestias y serones cargados con sacos que chorreaban el interior sacrificio de tinta de las zorzaleñas.

Me hubiera entusiasmado apreciar cómo el maestro trujalero daba la voz a los motores, arreaba poleas y mandaba en las piedras, coordinaba sonidos, ruidos de tormenta, en el umbrío trujal almazara y animaba con palmas a los hombres. Y contemplar entonces a las moradas nazarenas, aceitunas en grupo, caer al alfarje sin grito ni agonía. Y sentir los murmullos de ese viejo Trujal, que hoy me viene al recuerdo, con todo el frío de entonces, con todas las aceitunas de aquellos centenarios olivos para al final quedarme con la bendita y alabada, la sangre del aceite… Ay el aceite, ese aceite que muchas manos parteaban en ese viejo trujal de rulos de piedra en forma de cono truncado, capachos,  batidoras, prensa, cuarto o espacio del huesillo, las tinas de aceite y los infiernillos.

Me hubiera gustado escuchar los sonidos de los rulos machacando las aceitunas y contemplar como yacían hechas una pasta, revueltas con el agua, sus hollejos y sus trozos diminutos de huesos y alpechín.

Me hubiera gustado contemplar a toda esa pasta, chorreando de los capachos de la prensa, que de allí saldría buen aceite. Y degustar ese líquido negro cuando se prensaban los capachos y salían guardando en su esparto una delgadísima torta de orujo con sus compañeros de viaje y decantarse negruzco en los pilones de decantación. ¡Qué delicia hubiera sido experimentar a esos trozos de huesos, agua y alpechín hundiéndose poco a poco, sin quejarse, y comprobar, saboreándolo, cómo el aceite iba emergiendo, cada vez más aceite, cada vez más libre del roce de sus compañeros de viaje, hasta que aparecía por el chorro del último pilón como un milagro virgen, el oro verde o amarillo, pregonando su invencible honradez!

Este cuento se acabó y todo el viejo Trujal se me viene al recuerdo, todo el frío de entonces, todas las aceitunas. Y al final, me queda en el recuerdo, bendita y alabada, la sangre del aceite…Ya saben, los viajes al pasado son sanadores para el alma cuando se constata que el pasado realmente sucedió tal y como se recuerda. ¡Cuántas veces he pensado que los recuerdos tienen que ser inventados cuando viajamos por el presente hacia dónde sea! Vale.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 24 de noviembre de 2025 in

Desbullar castañas

 




Desbullar castañas

 

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina. (Juan Ramón Jiménez)

Ya se ha echado ese frio, ártico dicen, que me está invitando a desbullar castañas. Hay quien también a esa acción la llama “bullar”, que no es otra cosa que quitar la cáscara a las castañas asadas. No existe nombre para su olor, ni para su calor en las manos, haciendo saltar las castañas, de una a otra palma, hasta que, quemada, se va enfriando y, al fin, las pruebo y vuelve la infancia y los inviernos de antes. Es como si el frío hubiera volado de otra parte. Está lloviendo, sí, pero llueve una lluvia a ramalazos ventoleros, heladora, dura y consistente. Hace un momento, me pareció verla incluso volar, como una vaharada de gotas finísimas, congeladas sobre el telón de fondo de esas palmeras cercanas del parque que empiezan a convivir entre algunos pinos piñoneros, moreras, que nunca dan moras, pero si entoldamiento en las tardes sofocantes del estío, y castaños de indias, ya pigmentados de otoño, porque las hojas, para enrojecer, como las manos y la nariz, necesitan que haga frío y aquí estos días lo está haciendo.

Así que he encendido la estufa y me he cobijado junto a ella. Últimamente me parece que no estoy en casa si no la enciendo.

  


Hoy, además, le he puesto al lado un sillón de orejas tapizado con el lino que fuimos a buscar al Mirador, esa pedanía huertana de San Javier, lino de verdad, del de los campos florecidos en verano de azul, ese lino que se hiló girando en las ruecas, al amor de la lumbre.

Cuando apoyo la cabeza sobre esta tela tengo la misma impresión que si lo hiciera sobre un linar. Algo de verdad, sin mezclas, puro lino auténtico. No necesito más: un sillón y una estufa, unos libros, música, sonando vaporosa, y una tarde por pasar.

De ahí que entendiera a la perfección la película “Las ocho montañas” que viera hace algún tiempo. No voy a adelantar nada, pero sí diré que entendí que alguien, teniendo libros y leña y papel, pudiera quedarse a vivir en una cabaña durante el invierno. En realidad, tenía todo, igual que yo: mi señora de siempre, un cuaderno de notas, el café, libros, el frío, y…la estufa siempre encendida, aunque sea aquí en Garnacha en la orilla del Mar Menor. Vale.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 17 de noviembre de 2025 in

Esencias de escaramujos

 




“Me duelen las heridas del cuerpo, mi vida,

pronto cambiará el tiempo…

Pronto vendrá con las lluvias
el ave fría buscando
charcas templadas en el sur
como lanzas por el cielo,
y en los jardines el humo de páginas amarillas.” (Manuel Vicent)

Un noviembre levemente proceloso, y soleado a ratos, me rodea. Estamos ya en el otoño profundo, pero sin sentirlo. El otoñal en el Mar Menor es hermoso. Despierta los sentidos, calma el ánimo, ayuda a la reflexión... El Mar Menor en este ciclo es entorno de descanso y refugio de aldeanos, extranjeros y viajeros. También es un lugar renqueante si atendemos al paisaje humano, pero encantador. Es para verlo, para oírlo, para olerlo, para pasearlo y disfrutarlo. Me fascinan los múltiples colores estacionales: amarillo, naranja calabaza, marrón chocolate, rojos Borgoña, verdes olivo... Intento inútilmente dialogar con las cotorras verdes y encaramadas a las rejas del jaulón del palmeral del parque que tengo delante de Garnacha. Y como no me contestan escribo estas ESENCIAS DE ESCARAMUJOS:

 


Paparajote:

delicioso buñuelo

sobre hoja de limonero.

*

Volando van,

se alejan del otoño

las golondrinas.

*

Hojas del suelo,

abrigos y bufandas:

señal de otoño.

*

Hojas caídas

de los árboles secos.

Triste el otoño.

*

Otoño suave,

caen hojas doradas

 flotando en agua.

*

Un fragor de lluvia

 suena en la lejanía

 despoblada y árida.

*

Una hojarasca

es esta vida nuestra

año tras año.

 

PD. Esto va para todos aquellos que caminan a solas por ahí, en silencio o silbando.

 

PRJP. N.º 121. En la segunda quincena de noviembre de 2025

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 10 de noviembre de 2025 in

Olor a higuera




Olor a higuera

Entre dos luces suele haber media luz y sólo de higos a brevas se dan cuenta algunos de que viven en la higuera. (De mi andar y mi pensar)


Esta mañana al alba, como acostumbro, he salido a caminar por las orillas filosóficas de entre mares, allá por donde antiguamente extraían sin descanso el agua del Mar Menor para depositarlo en las balsas de almacenamiento donde el sol iría evaporándolas hasta dejar sólo la sal.  Esta ruta, hoy convertida en camino de paseantes para peregrinos devotos de la soledad, atléticos senderistas, viandantes solitarios..., la utilizo yo diariamente para ponerme en paz conmigo mismo, aclarar mi vista ante la actual confusión beligerante, desenredar mis pensamientos ... Y junto a mis reflexiones he vuelto al pasado imaginándome esas monumentales higueras que hoy me sorprendieron afables con sus buenos días. Y, entre los mil olores que perfumaban mi camino, quise yo encontrar un adjetivo que mejor definiera el olor a higuera. Pero la vi tan subida y ebria del resplandeciente cielo, que me contagió su borrachera..., y no he sabido a qué olían sus apacibles hojas y sonrojados frutos.

El calor moribundo de estos primeros días de noviembre pintaba brillante el verde turgente de sus nutridos pámpanos. Y el aroma original que exhalaban sus ramas, cargadas de alas, polvoreaba mis narices curiosas. El olor no era nuevo, me traía recuerdos de infancia, de cuando me acercaba por senderos de sisca, huerta y agua..., a comer higos en las higueras soleadas y fecundas de ese Maquiz de huerta todavía fértil, hasta que llegaba a un pequeño trozo de tierra feraz, donde un conjunto de higueras me recibían, me abrazaban como madre que espera a sus hijos sudorosos de regreso a casa con la cántara de agua dispuesta y fresca. Y lo mismo que el fuego, ayer de la tahona, exhalaba bendito su olor a pan, cuando pasaba por delante del horno del callejón ancho, hoy el aroma de la higuera... lo siento, pero por más que lo intento, no consigo dar con el nombre que mejor se preste para definir su viva esencia. Y rebusco en vano por mi memoria aromas distintos, apropiados, específicos que atrapados quedaron entre los pliegues acartonados de mi cerebro a lo largo de mi áspera y a la vez perfumada vida. Si dulce decía, no me cuadraba; si amargo, me sobrepasaba; si agrio, me excedía. Y así un buen rato.... Hasta que aburrido me dije: Los muertos huelen a muerto. La vida huele a vida. Y esta higuera en verdad a lo que huele es a higuera. Y este olor que siento es el que mejor le sienta. Las cosas huelen a lo que son. Vale.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©. 

lunes, 3 de noviembre de 2025 in

La taberna donde tomar un cecial

 



La taberna donde tomar un cecial

“entonces, ante un vaso, me embriagan las palabras
de los amigos viejos y los amigos nuevos:
_De acuerdo estoy en todo lo que dices …
_Estamos convencidos, compañero …
_Lo que piensas, muchacho, es muy hermoso …
_El momento, verás, ya no está lejos …” (Carlos Álvarez)

 En una esquina del Mar Menor, se esconde la Taberna de la Lonja que ni es chiringuito, ni casa de comidas, ni bar de paso y sí una taberna, o a mí me lo parece, como las de antaño y con sabor absolutamente marinero en la que puede degustarse todo tipo de pescado que llega desde la costa marmenorense en la que está ubicada. Yo la tengo cerca, a tiro de paseo. Allí manda un tabernero que no sonríe, ni falta que le hace, y que sirve un pescado viejo como las derrotas del hombre en el mar. Hubo un tiempo en que estos pescados eran la despensa de los puertos y las aldeas del interior. Los griegos lo sabían, los romanos lo perfeccionaron, y desde las aguas cartageneras partía hacia Roma, donde el latín lo llamó cecial. Su silueta de serpiente ha confundido a más de uno con morenas y anguilas, y ha provocado rechazos que poco tienen que ver con el paladar y mucho con viejas supersticiones. Espinoso hasta la cola, se aprovecha sólo la parte alta; el resto va al caldo. Se despelleja colgado de un gancho, porque su piel es tan invencible como su olor.

En este rincón del Mediterráneo todavía lo llaman safío. Es un eco del árabe safih, “tonto” o “necio”, palabra que el tiempo ha dejado igual de áspera que la piel del pez. En recetarios viejos aparece hervido con cebolla y ajos, arropado por almendras y pan tostado. Luego, con los siglos, el lujo se perdió. Los marineros lo salan a bordo, lo cuelgan al viento, o lo dejan secar en las azoteas con alfileres, como si fueran banderas de un país que ya no existe. Por aquí se guisa en amarillo, al pan frito, en salsa colorada, empanado o a la plancha. No importa. Siempre sabe a civilización.

En la Taberna de la Lonja, el plato me lo sirven sin ceremonia, con esa media hostilidad que se reserva a los forasteros. El tabernero, pulcro y silencioso, me lo sirvió hace unos pocos días seco y a la plancha, con una desconfianza vieja de siglos. Tal vez porque este pescado no está hecho para paladares actuales, blandos o quisquillosos; tal vez porque yo soy un riojano que ando por allí desde hace algún tiempo. Una semana después, tras acudir casi a diario a tomar mi verdejo y mi safío, el hombre decidió romper el silencio. Me miró, apuntó directo a mi sonrisa, que yo no había perdido, a pesar de que el ambiente recordaba a un saloon del Oeste, y me dijo, solemne: “Me alegra que lo aprecie, caballero. Porque está usted comiendo el mismo pescado que comió Elcano en su vuelta al mundo”. Fue una sabrosa delicia. Vale.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 27 de octubre de 2025

 



“Señor, ya es tiempo. Grande ha sido el verano.

Tiende tu sombra sobre los relojes
de sol, y desata los vientos por el campo.
Haz madurar las frutas más tardías,
dales dos días más de sur,
fuérzales a acabar, y echa
el último dulzor al vino recio.” (Rainer María Rilke)

 

PLAYA CASTILLICOS

 

Octubre dichoso.
Playa Castillicos.

 

El mar, apacible.
La marea, baja.
Ahíto el mirador,
llenas las terrazas.
Granas arenales.
Gaviotas que pasan.

Niños se entretienen.
Desde el mar se acercan
ovejitas blancas,
que algunos bañistas
audaces las saltan.
La Manga, a lo lejos.
salinas cercanas.
Tostados bañistas
que nadan y andan.
El mar, enigmático,
como siempre, calla,
pero su belleza
se adentra en mi alma.

 

Octubre dichoso.
Playa Castillicos.

 

PRJP. N. º107 Sentado en la orilla del Mar Menor, en Santiago de la Ribera, bajo un sol de verano, siendo finales de octubre, frente a la playa de Castillicos.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 20 de octubre de 2025 in

PASEO DE OTOÑO

 

 


“Esparce octubre, al blando movimiento

del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.” (Otoño; Juan Ramón Jimenez)

 PASEO DE OTOÑO

Esta mañana me fui a pasear por las salinas y pinares circundantes, llenos de hojas caídas y de salinas rosáceas. Mi pelo es blanco desde esos años anteriores a la pandemia y mi piel colorea con su bronce ya gastado, pero el empaque todavía es intacto. Paseo a paso de procesión por Villananitos, entre el Mar Menor, charcas de lodos y sal y entre molinos. Entre el sol y sombra de los árboles tarayes y el otoño. Y, en mi memoria, sigue vigente la realidad que me divierte o atormenta, me distrae o me preocupa acercándome a las cosas como si no hubiera pasado el tiempo y así ha sucedido esta mañana, de la manera más fiel a mí mismo, y a la leyenda hecha de silencios. en este OTOÑO:

 

Lo que antes era una fiesta

hoy es rutina;

lo que antes era especial

hoy es costumbre.

El dolor ya no lo enfrento:

lo dosifico.

Me enseñaron que estar tranquilo

es mejor que estar vivo;

que lo importante no es sentir,

sino funcionar.

El mundo no quiere valientes:

quiere dóciles.

Y así camino,

sonriendo en los ascensores,

bostezando en las reuniones,

contando los minutos

hasta el próximo rular de calma.

El insomnio es la nueva peste

y el psiquiatra, el nuevo confesor.

Me recetan silencio y lo llamo bienestar.

El consumo no descansa.

Me venden píldoras con sabor a domingo,

cápsulas con aroma a playa desierta

y anochecer dorado.

La felicidad no la fabrico:

la dispenso.

Bebo para celebrar:

y no bebo para olvidar,

brindándolo con ustedes.

¡Que alegría!

 

PRJP. N.º. 108. Hoy 20 de octubre de 2025, junto al Mar Menor, en un día grandioso de veroño



Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.



lunes, 13 de octubre de 2025 in

Esos otros septiembres

 



Esos otros septiembres

 

El azul palidece hacia lo blanco.

El rojo halla en lo negro
su redobla ausencia.

El amarillo
desciende todas las escalas
hasta entrar en lo gris.

Pájaro largo del otoño acuérdate
de mí,
y de este canto,
cuando estés en tu reino. (José Ángel Valente)

 No sigas, no sigas, amigo, que lo que me estás diciendo me suena tanto que parece que me hubieses robado la copla. Te recuerdo aquellos versos de Whitman, otras veces citados y otras veces con razón: “…Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, / porque lo que yo tengo lo tienes tú.” Y si no lo tienes todo, más o menos. Si en la infancia nos juntábamos niños de seis a doce años y pasábamos todos por ser de la misma tanda, esta edad nuestra es la misma, porque estamos juntos en otra tanda, una tanda que entonces creíamos que jamás podría llegar, porque pensar entonces en que llegarían estos días era, más o menos, pensar al alba de mediados de junio que la noche acabaría llegando.

Qué distinto este septiembre, ya pasado, de aquellos que se nos venían oliendo al hule de la carpeta escolar, a tinta, a cuaderno nuevo, a pizarra con su pizarrín de manteca y un trapillo colgado de ella para limpiarla, a la goma de borrar, al queso americano, aquel olor amarillo de los días de la necesidad, cuando aquellos condiscípulos, preferidos del maestro, se pasaban media mañana remando en una caldera, luchando con el espeso oleaje de la leche en polvo en el cuarto contiguo al aula de las escuelas nuevas. En aquellos septiembres, la preocupación era forrar libros y rellenar con nuestro nombre, en la portada, aquel cuaderno que traía escrito un “para uso de…” que yo no entendí hasta muy tarde. Preocupación de pizarra y pizarrín, de la música y la letra de la tabla de multiplicar, de salir de la escuela como de una cárcel y correr al juego, corretear bien por las calles, bien al campo, que no era otro que las afueras del pueblo. Si en la calle, libertad con puntos seguidos de carros, carretas, galeras, remolques, mulos o algún coche; si en el campo, libres en aquella luz que maduraba como una fruta transparente envuelta en un olor a madurez absoluta, que si las cañaveras, que si el rastrojo que aprovechaban cabras y bestias, que si las veras del barranco, que si el ramoneo, allá en el tapiado, que siempre olieron a frescura y monte. Y ya ves estos septiembres: que si tengo que ir al médico a ver si me cambia las pastillas, que no mejoro; que si no sé dónde me he dado un golpe (en ningún sitio, es la edad) que me duele este codo; que a ver cómo me las avío para limpiar los canalones, antes de que llueva fuerte; que si tengo que cambiarle el aceite al coche; que si me voy a comprar un bastón porque he probado uno este año en las vacaciones y hay que ver lo cómodo que se camina con un bastón… y no porque me haga falta. Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti…Algo para la artrosis, y para el colesterol, y para los ardores, y para dormir, que no duermo muy bien… Y voy a cambiar las gafas, que con estas no veo bien, será que son viejas, no son las gafas, soy yo. Ay, septiembre…Vale.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


sábado, 4 de octubre de 2025 in

MOSTO

 





 “La cardencha despuebla la llanura

en soledad de soles convocados.
Los vuelos por su altura.

Los muertos y los trigos derribados.” (Eladio Cabañero)

 Se fue el verano de 2025, se nos ha ido por el desagüe y ya está aquí el veroño, acrónimo de días soleados y tiempo seco y néctar de vendimia. Dejo que discurra suavemente aún sobre el sombrero de paja. Un libro, una hamaca, una buena sombra, una brisa agradable, los amigos y el mar. Podría añadir una limonada natural con hielo, no estoy para otras bebidas, y hierbabuena con sólo alargar la mano y, también, mosto. Pienso en el mosto y, después, “bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.” Excelente Rioja por supuesto. Id al campo, marchad a los viñedos, preguntadle a alguien de la tierra qué son. Y disfrutadlos, que los de este otoño son una locura.

 

Mosto

 

Ya todo está en sazón. el mosto hecho,

derramando ambrosía, raíz al suelo,

 profunda nervadura,

que tiende entre zarcillos

su fruto al cielo,

garnacha cierta, en ti, de su cosecha.

Cómo creces, ¡oh uva y qué dulzura!

Todo es hoy en tu cepa un solo anhelo

de vivir y vivir, color de terciopelo,

erguida en vertical, como la flecha

que se lanza al subsuelo.

tan erguida qué efluvios

desprendes con destreza

al pisarla sonriente y florecida.

Me remueve tu aroma. Por ella siento

que el pámpano combado se endereza

y el fruto de la vid sazona el viento.

 

PRJP. N.º 87 En recuerdo de algún día de vendimia y de bodega.

 

PD. BRINDIS.

 

Hoy levanto una copa de buen vino

a la salud de los que nunca temen,

brindo por aquel polvo del camino

que estoy casi seguro que le beben.

Brindo con una copa de buen vino

por los que se desvivieron por la vida

y por los que sin pan hicieron vino,

para encontrar un punto de partida.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


sábado, 27 de septiembre de 2025 in

AROMATICO PASEO

 




AROMATICO PASEO

“Huele a sangre mezclada con espliego,

Venida entre un olor de resplandores.

A sangre huelen las quemadas flores

Y a súbito ciprés de sangre el fuego.” (Rafael Alberti)

 

Estaban al borde de un ribazo y de un enorme charquetal. Eran unos hilillos perfumados, muy jóvenes, el tronco fino, hilazas violáceas, erguidas sobre el fondo pálido del cielo, y unas hojas diminutas, verdes, apuntando, revolando en las ramas delgadas. El aire y la luz del paisaje realzaban aún más con su serena belleza la de aquellos conjuntos de múltiples filamentos.

Me acerqué a verlos. Me senté frente a ellos, cara al sol en la frescura de la mañana, y mientras los contemplaba, poco a poco sentía cómo iba invadiéndome una especie de beatitud. Todo en derredor de ellos quedaba teñido, como si el paisaje fuera un pensamiento de una tranquila hermosura clásica: el charcal donde se erguían, las peñas al fondo, la llanura que desde allí se divisaba, la hierba, el aire, la luz.

El reloj imaginario de una espadaña derruida y cercana dio una hora. Todo era bello y, en aquel silencio y soledad, se me saltaron las lágrimas de admiración, de ternura y de recuerdos. Mi efusión, concretándose en torno a la clara silueta de aquellos hilillos perfumados, me había conducido hacia ellos. Y como nadie aparecía por ese campo, por su hoya y por los alrededores y llanuras de la iglesia-corral derruida, me acerqué confiado a sus débiles tallos e intenté abrazarlos, para estrechar contra mi pecho un poco de su fresca, balsámica, verde juventud e infinitos recuerdos. Vale.


ESPLIEGO

 

Marché a jugar entre jaras

hasta que las encontré.

 

Me senté

en el espigón calcáreo

de la peña los ahorcados

y el aroma de los montes

me llenó de color y fragancia 

con su efímera belleza,

tranquilidad y lindeza,

encumbrando melodías

al esconder sus perfumes.

 

Un hálito imperceptible,

un soplo, una bocanada

se enredaron en mi mejilla

y la mezcla deleitosa

saboreó mi sosiego.

 

Un hilo violáceo

bordaba en mi brazo derecho:

el espliego.

 

PRJP. N.º 86. En Ordoyo en un día fresco de agosto de enormes y bellos recuerdos.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


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