Días de niebla
Días de niebla
“¿Dónde voy a meterme en este invierno?
Abierta la ciudad, me agarra extraña.
¿Ebrio estaré de ese candado eterno?
Quiero mugir a tanta puerta huraña.” (Ósip Mandelshtám)
Hoy
junto a la melancolía nebulosa me toca elegir y lo hago como escribió Antonio
Machado en Los Complementarios creyendo lo justo en la originalidad literaria. “Si
me obligaran a elegir un poeta, elegiría a Virgilio. ¿Por sus Églogas?
No. ¿Por sus Geórgicas? No. ¿Por su Eneida? No. Optaría
por él 1º: Porque dio asilo en sus poemas a muchos versos de otros poetas sin
tomarse el trabajo de desfigurarlos. 2º: Porque quiso destruir su Eneida,
¡tan maravillosa! 3º: Por su gran amor a la Naturaleza. 4º: Por su gran amor a
los libros”. Es, por tanto, lo que hoy le da ocasión a la Medusa, en estos días
con niebla, para describir sobre la mirada sostenida de aquella chica paseante
por la orilla de mi playa, la brisa de una noche de verano en la playa Castillicos
que me trae música de una verbena, el color dorado de membrillos en otoño, el
aroma de las manzanas que llenaban el aire de las cocinas, la gota metálica del
deshielo que caía del cobertizo en febrero sobre la leña mojada apiñada ordenadamente
en la teinada.
Yo sé que, con el tiempo, esos lirismos ridículos adquieren un valor perenne o se olvidan, porque todo el mundo suele participar de esas sensaciones leves y efímeras. Es, pues, por esas sensaciones eternas por las que hoy me permiten recordar ese: “Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.”, Este comienzo de la Ilíada la escribió uno que después se llamaría Homero y es eterno. Vale.


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