Abril abrilero, o el pastor pide ayuda al barquero o las ranas mueren en el sequero
Abril abrilero, o el pastor pide ayuda al barquero o las ranas
mueren en el sequero
Ya está aquí el revoltoso, el informal y traicionero.
Ya está aquí abril, el que no ha podido todavía lavar su cara de esas legañas
con carácter invernal que le impiden contemplar esos días, que ya existen
despejados y soleados, porque todavía aparecen chubascos y tormentas que atizan
el frío con noches de helada.
Ya está aquí la luz, también apacibilidad, el
sonido, el olor y la frescura que invitan a que las aves emigrantes vuelvan, a
que los insectos vuelen, a que surjan los reptiles, a que florezcan los campos
y a que todo desencadene en ritmo ascendente de savia y sangre porque, en el
decir proverbial de mi agricultor, “luz y calor son el tesoro del labrador”.
Ya está aquí el cuco como notario que da fe de este
revuelo. Ya están ahí, por montes y bosques, los rítmicos cantos para alegrar altozanos
y veredas, parques, jardines, peñascos y hasta a ese veranillo llamado de las
lilas. Todo templa y hasta el paisaje sonoro se enriquece. Ya han tomado
asiento en el estrado, para que comience el concierto de la naturaleza, cucos,
abubillas, ruiseñores, vencejos, golondrinas, águilas calzadas, milanos negros
y muchos más. También zorzales, petirrojos, pinzones, picos picapinos y todo ese
elenco de voces sedentarias de bosques, riberas y campos.
Ya están aquí, en la vertiente riojana del puerto de Santa Inés, esos rayos
del sol que, a las primeras horas de luz, entran oblicuos entre los troncos de
pinos y robledales iluminando el espacio sombrío bajo las copas. Ya está ahí el
murmullo característico del bosque, formado por la suma del sonido de aguas y
viento, filtrados por la vegetación y la distancia. Ya está ahí el musical rítmico
del canto de las aves, aunque sea potente, como torrente de voz, de ese pinzón
vulgar o el más agudo del zorzal charlo. Ya está ahí la percusión de los
picapinos que, hace tiempo, sustituyeron la voz por la madera. Y ya están ahí, han
aparecido, los cucos que dicen su nombre desde las profundidades del valle, y
esas abubillas certificando que el avance de la primavera ya es imparable.
Hay solistas rechinando con sonidos de
metales oxidados, hay quien lanza gritos agudos hostigados por graznidos
ásperos. Hay relinchos y notas aflautadas, suaves, monótonas y repetidas hasta
el aburrimiento. Hay murmullos, ronroneos, silbidos, estridencias y matraqueos.
Y todo en esa atmósfera fresca, húmeda y tranquila de mi tierra riojana.
Y aquí, en el prado de la casa, en primer plano, oculto entre la hiedra de
la cerca, un grillo se despereza, frota sus alas y estridula un chirrido, que más
tarde se convierte en estridencia. Y ahora, después de las lluvias de la noche
y tras la valla, escucho el croar de un sapo, medio sumergido en un charco y,
vuelta a empezar, silbidos, dulces y chillones,
situados melódicamente a diferentes distancias sobre las copas de los pocos
árboles que quedan en la heredad de al lado de la casa. Sapos y grillos son para
mi agricultor el preámbulo de esas notas estridentes, largas, encadenadas,
seguidas de un trazo sonoro que para en seco al ver la luz tras el ventanal.
Y ya, en la noche cerrada, bajo la luz de la luna, las copas altas de los
chopos y las masas zarzosas de la balsa donde termina el camino que un día dio
nombre a la calle en la que está mi casa, se recortan como sombras contra el
cielo nocturno. El sonido brilla en la oscuridad y después cuando aparezca la
nueva luz vuelva a cantar un ruiseñor. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright
©.
Leave a Reply