¡Almendro gravaleño!
Es un árbol valiente, el almendro, se arriesga a las
heladas antes que a la sequía del estío.
Y me pregunto, ¿de dónde esa fascinación tan fuerte
que, año tras año, me empuja a la soledad de los campos, hasta arrojarme
-literalmente- en los brazos de los almendros en flor? ¿Qué es lo que me
comunica ese árbol en su efímera floración, que tanto poder tiene sobre mi
espíritu inquieto, sobre mi palabra sedienta de belleza? Lo que me seduce, amén
del contraste entre su tronco gris y rugoso con la cristalina transparencia de
sus profusas rosas es, sin duda alguna, el mensaje de desprotección con que hermosura
tanta se ofrece a mi mirada atónita. Me recuerda y me hace meditar sobre el
misterio del ser. Me siento perdidamente hermano de su generoso florecer,
ofrecido sin resistencia a los rigores e inclemencias del tiempo, pero sabiendo
que, aceptar florecer para morir, es la sabiduría máxima que cabe en corazón de
criatura. Así me ayudaba a comprenderlo la palabra del filósofo, empapada ella
misma de poesía:
¡Almendro gravaleño!
Vendrá, ya verás, la primavera
con alas de aleluyas de libélulas.
con espigas sedientas de trigales
y esperas delicadísimas
de increíbles almendrales.
¡Almendro gravaleño!
Mi corazón alegras
con tu flor, tan minúscula,
y tu silencio.
¡Cómo llenas las horas del ocaso
de mi pasar saciado!
Almendro de la gracia sorprendida,
regalo de los inviernos;
almendro que haces vinculo esta mañana
entre mi alma y lo eterno.
¡Almendro gravaleño!
PRJP. N.º 26. En Garnacha y cuando florecen los
almendros.
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.
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