Mojácar: donde todo tiene matices
Mojácar: donde todo tiene matices
“La verdad es que hay
pueblos
en verdaderos campos de
miseria.
Fortuna es un ejemplo.
y Vélez Rubio y
Huércal,
y Lorca, y Pulpi, y
Gergal, y Sorbas
y Lubrin, y Canjayar, y
Tabernas…
Aquí se nace al sol y
al sol se muere”. (Francisco Sánchez Bautista)
Tomé el libro, lo abrí y leí las dos primeras líneas que
decían: “Recuerdo muy bien la profunda impresión de violencia y pobreza que me produjo
Almería la primera vez que la visité”. Luego pasó unas páginas y volví a leer:
“Si tuviera que caracterizar el sur en tres palabras citaría seguramente a las
barberías, junto a los niños y a las moscas”. Y aún copié una tercera frase que
sentenciaba: “Para la gente del sur la cultura es patrimonio exclusivo de los
extranjeros”.
El viajero y señora Acabamos de arribar hoy a una
realidad y belleza no muy distinta, la de una sierra desnudada por el sol y
acariciada por el mar. Los viajeros acaban de apearse en Mojácar y lo han hecho
siguiendo el camino que Juan de Goytisolo hizo, así lo dejó escrito en su
relato de viajes de 1959, a través del Valle del Almanzora, Huércal Overa,
Vera, Cuevas y Los Gallardos, después de pasar por Sorbas y contemplar unas
increíbles casas, sus casas, suspendidas en el abismo, cociéndose al sol,
cinceladas a golpe de martillo, corroídas por la erosión y, como lunares,
esparcidas por esas sierras ásperas y espartizales. Tierras, en definitiva, de
“esparto, mocos y legañas”.
Aquí, ahora, todo son buganvillas en cascada, copiosas
y muy floridas, aún en la época que estamos; colinas y pueblos blancos, bien
ventilados, colgados de un alto para estar a salvo de los piratas de ayer y los
conflictos de hoy; caseríos árabes de trazos irregulares y cercanos al mar con
arrullos de ecos marineros y paredes enjalbegadas, fundamentalmente los de la
calle de Enmedio y los de la puerta de la Almedina, donde se satisfacían los
portazgos: armonioso matrimonio entre callejuelas con todo el sabor de las
alcazabas marroquíes y las omnipresentes tiendas de recuerdos, en las que
domina el dios Indalo; imagen de marca de Mojácar. Todo está a poco menos de
dos horas al volante. Los viajeros han hecho todo el camino entre parajes
agrestes y fascinantes, paisajes yeseros, tierras de cerámica, arcillas de Olla
Puchero nijareñas, blanqueadas y decoradas con la aplicación de colorantes,
verdes del cobre, amarillos y rojizos con el hierro encontrado en Rodalquilar
y esos marrones del manganeso de Fernán Pérez: cerámicas y jarapas de
Níjar.
Entre la montaña y el mar hace mucho tiempo que se
libraron disputas. Aquí no hay bosques frondosos, ni lagos cristalinos, ni
verdes valles por los que pelear. Aquí solo hay belleza, se trata de una
belleza muy distinta, la de una sierra desnudada por el sol y acariciada por el
mar y seducida por el Mediterráneo y su luz. Aquí, se dieron cuenta los
viajeros, hay un ardiente pulso, varias almas y distintas sensibilidades:
grafiteros del neolítico que, con su índalo, le dio forma a la buena suerte;
agua fresca que mana de sus fuentes a través de sus caños; el benigno
Mediterráneo y el frescor de la sierra para escapar cuando el calor y el
salitre cansan; hay también mucho que ver en Murgis-Akra> Moxacar>Mojácar,
empezando por el pueblo y su privilegiado mirador, donde el atardecer muestra
el lado más amable de un sol ya no tan implacable en sus estrechas y encaladas
calles y detenerse ante la mojaquera para adentrarse en sus orígenes.
Y, al instante, los viajeros fueron conscientes de que
el mar Mediterráneo se colaba en su habitación del Parador de Mojácar, estaban
a unas decenas de metros de donde rompen las olas y desde donde, no muy lejos,
pueden divisar, dirección sur, el conjunto protegido más enigmático,
semidesértico, estepario, desnudo y desabrigado: el Parque Natural de Cabo de
Gata. El Parador mirando a la mar y el pueblo escondido en el interior y oculto
entre cerros pelados y valles desabridos.
Mojácar es un pueblo bellísimo, de calles empinadas,
plazas muy pequeñitas y casonas que los vecinos encalan estos días de tardía
primavera. El pueblo fue levantado en un tiempo donde el mar constituía una
amenaza. Hoy nada hace peligrar la cercanía al Mediterráneo. Que se lo digan
sino a los huéspedes del Parador y a su reparador descanso.
Los viajeros, que son románticos y propensos a la
adjetivación, leyeron que “Mojácar es un copo de nieve perdido en una árida
montaña” y quedaron pensando en esas últimas palabras del libro de Goytisolo
que acabaron anoche y que dicen: “La angustia es un mal pasajero, hay un orden
secreto que rige las cosas y el mundo pertenece y pertenecerá siempre a los
optimistas”. Vale.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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