RECUERDOS DE UN VIAJE
RECUERDOS DE UN VIAJE
PASEAR por el monte; simplemente.
Escuchar el murmullo del viento entre los pinos.
Palpar la libertad de los caminos.
Abrirse a la hermosura del presente.
Quién puede, al corazón que vibra y siente,
dar más que estos instantes peregrinos,
ya cargados de asombro, ya divinos,
puro éxtasis de amor firme y ardiente...
Qué sinrazón de gracia y de armonía
la que cabalga por mi pecho y salta
en plena comunión
de luz del día...
Qué rendido mi paso ante la intacta
coronación del ser en la alegría
de su verdad más
pura, que a Ti lo alza.
(Antonio López Baeza)
Comienzo el mes de octubre con el
relato de un hallazgo, un hallazgo literario que, en lo sucesivo, me servirá
para ir rellenando mi blog, relatando lo que dicho descubrimiento me cuenta y
que fue escrito por Doña María Teresa Pérez González en un pueblecito soriano
llamado Matasejún en el verano de 1937.
Doña María Teresa Pérez González
fue, sin duda, el familiar, tía carnal, más culta que yo he tenido y conocido,
la más leída e incluso la más ilustrada. Pero sobre todo fue, en realidad, una
cantora entusiasta de los pueblos en torno a la Sierra de La Alcarama, de su
pueblo y de su tierra, ese bello rincón de Grávalos, como ella lo llamaba.
Su afición de escribir le venía
de muy atrás. Ya antes de la guerra y disfrutando de sus vacaciones por las
tierras sorianas de san Pedro Manrique llegó a escribir con galanura sus
recuerdos y vivencias entonces juveniles dejándolos guardados en unos cuadernos. Algunas veces llegó a enseñarme esos
cuadernos manuscritos e inéditos y les puedo asegurar que cuando los pude
releer me di cuenta de que “la tía Teresa” poseía verdaderas cualidades de
escritora adornadas con una fina sensibilidad humana y literaria.
La Teresa, después de reflexionar
sobre lo leído en este cuaderno, he llegado a la conclusión, los iré
desarrollando en sucesivos post y visitas al pueblo de Matasejún, era como
aquella dama de la rosa de los vientos. Toda una meteorología, un día me
sorprendía bonancible, otro borrascosa, siempre imprevisible, sabia y hasta
divertida. Esta señora, Teresa de Grávalos llegó a ponerle como sobrenombre
Felipe Abad León, poseía aire de hidalga, a veces un poco raída, y aunque lucía
por fuera un cuerpecillo algo destartalado las más de las veces se mostraba
sumamente estética, como si transportara con gran elegancia los escombros de sí
misma.
Presumía ella, y así lo detecto
en la lectura de su cuaderno “Recuerdos de un viaje”, de ser algo muy sólida y
muy seria. Tenía razón; solo con verla, uno apostaría a que había nacido en
casa blasonada e incluso que las ramas de su árbol genealógico servían, y
todavía sirven, para colgar algunos seres muy benefactores de las familias
pudientes gravaleñas, apellidos González, Pérez y Escudero, de sonoridad
patronímica muy común en la Edad Media y con connotaciones originarias
visigóticas. Con esas raíces hasta pudo permitirse cualquier cosa, tener razón
o no tenerla, ser poeta, novelista, corresponsal de Nueva Rioja y La Rioja,
incluso nada, porque a las alturas de su tiempo y de su cultura siempre
demostró de dónde venía por la forma de dar la mano, de ofrecerte asiento y
hasta en la forma de sentarse y cruzar las piernas.
Aun ahora, si ves caminar por los
caminos hacia Muro de Aguas, ermita del santo Cristo de Ambas Aguas o acercarse
hasta los santuarios de los contornos a una hidalga, más bien con aspecto
pordiosero y hasta andrajosa, esa es Teresa de Grávalos, esa humilde escritora,
lo iremos viendo, paso al tiempo, que un día le dio por dedicar el cuaderno de
un viaje para reponerse de una enfermedad en un pueblecito soriano. “A los
hermanos Domingo y Gabino Hernández; al primero en recuerdo de mi querido
abuelito Paulino González que tanto se asemeja, y el segundo, en agradecimiento
de mi estancia en su compañía, os dedica este sencillo recuerdo vuestra amiga.
Mª Teresa González. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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