Paseando en amaneceres y luminosos atardeceres
Paseando
en amaneceres y luminosos atardeceres
“He venido a
quererte, a que me digas
tus palabras de mar
y de palmeras;
tus molinos de
lienzos que salobres
me refrescan la sed
de tanto tiempo”. (Carmen
Conde; Ante ti)
Soy uno más del Mar Menor, ese que se deja llevar,
como tantos otros, por esos artificiales adoquines que arrancan junto a la
ermita de la Virgen del Buen Consuelo, después de tomarme unos churros con
chocolate en la churrería Tres Hermanos y darme de bruces, sin enterarme,
con ese ingente espejo líquido en el que todo el que se asoma se ve reflejado
como un ribereño. Soy uno más de los que, asombrado, se detiene a escuchar lo que
cuentan, sin vuelta atrás, los sanedrines más castizos entorno a una ronda de
quintos de Estrella Levante bien fresquitos y a esas marineras preludio de ese
prometido y soñado arroz caldero de la ya desaparecida pescadería de Miguel, de
esa pedanía que, en toda estación, es la más poblada del municipio de San
Javier, aquí en la Región de Murcia.
Soy uno más sorprendido y encantado del llenazo de
esas terrazas que, a lo largo del paseo, están llenas de suspiros, donde en los
dos tercios de todos los fines de semana van en manga corta. Soy uno más de
aquellos que, observando a su alrededor, se da cuenta de que todavía es octubre
y el verano se resiste a abandonarnos. ¡Es un lujo! Soy uno más para advertir
que el color de las zagalas murcianas permanece, todavía intacto, con ese color
dorado del Mediterráneo que tanto nos gusta a los hombres. Soy uno más que, ante
sus terrazas repletas de gente, veo cómo apuran ese aperitivo delicioso de gambas que
saben más a mar cuando lo estás respirando, mientras los niños corretean por la
playa mojándose los bajos de sus pantalones de domingo con el agua salada y
su arena mojada.
Soy uno más capaz de sosegarme ante un granizado de
limón con una bola de helado, mientras espero hablar con cualquier lugareño,
capaz de abordarme con la sonrisa de un amigo de toda la vida, mientras soporto
la frescura del mar en otoño. Soy uno más para degustar el tiempo con los
sentidos en cualquier ruta de mis paseos, para sobrevolar a pluma de gaviota el
largo de cualquier playa y detenerme para observar esas tonalidades de rojos y
naranjas que los dos mares me regalan al amanecer y en cada atardecer y
reflejados en ese nuestro pequeño espejo salado.
Soy uno más para ver el anochecer y no llegar a
distinguir el mar y el cielo, divididos por una hilera de lucecitas
que conforman esa franja de tierra, divisoria de mares, que me saludan cada vez
que las miro. Y ahora soy uno más capaz de respirar su calma, allá donde las
luminarias se muestran tenues y los barcos duermen entre la luz lunar. Soy uno
más para escuchar esas risas jóvenes, gritos de embarcadero, de aquellos
veinteañeros capaces de refugiarse en la obscuridad y al olor a sal para
condimentar su pasión. Soy uno más recordando cuando las noches ribereñas
respiraban sonrisas y su juventud tornaba en busca del sueño.
Ahora soy uno más para entender la quietud y el
silencio de ese anochecer cuando escribiendo veo el mar desde el escritorio de
aquella ventana de primera línea y lo agradezco, suspirando hacia mis adentros,
contando los días para volver a pasear entre estas palmeras, entre esta arena y
estos recuerdos. Y Tú también lo harás porque, emulando al Nobel Echegaray,
puedo decir que: “yo fui niño en Murcia y no lo he vuelto a ser en ninguna
parte”. Vale.
Texto y fotos La
Medusa Paca. Copyright ©
Leave a Reply