Recuerdos navarros: Eunate
Recuerdos navarros: Eunate
Planta trigueña o
palomica blanca.
Atrio de vivos y
muertos.
Panteón reposado y
ermita peregrina.
Corro juguetón y
concluso de eternidades.
La he contemplado de lejos y de cerca, nevando y
cayendo un sol con plomada. A la luz del crepúsculo o aprovechando el sutil
color del amanecer, donde siempre se me mostró bonita y sugerente, sencilla,
original y misteriosa, alzada y solitaria, en medio de un llano y abierto
paisaje que, a mitad del verano, toma el color de los girasoles. Su planta
octogonal y el claustro que la circunda siempre me invitaron a participar de
sus fuerzas terrenales o halos enigmáticos propiciados por aquellos canteros que
llenaron sus piedras de signos y símbolos, o por el hecho de su más que dudosa
vinculación a la Orden Templaria, que de todo tienen sus labradas piedras y que
fueron remanso de hospital de peregrinos, dormitorio de difuntos, faro-guía
para caminantes, lugar de culto cristiano y santuario telúrico para buscadores
de fuerzas esotéricas..
Me acerqué y hasta me dejé sorprender por su
enigmática geometría tratando de adivinar el sentido de su nombre, "cien
puertas". Lo hice con alumnos, solo, en familia y con amigos, sabios
doctores del románico y siempre desviándome de carreteras nacionales para
adentrarme, hasta la planta de sus pies por carreteras secundarias, comarcales
o caminos vecinales. Acudí hasta ella varias veces en mis veintidós años de
director de ese recordado y querido Instituto que primero fue de Enseñanzas
Medias, más tarde de Bachillerato y, al final de mis días de docencia, de
Enseñanza Secundaria. ¡Dichoso Instituto con sonido de violín y que responde al
nombre de “Pablo Sarasate”, asentado a las
orillas del Ebro en esa fértil y hermosa ciudad navarra de Lodosa, donde
los espárragos, doy fe, están cojonudos y los pimientos del piquillo, si te
toca uno con casta, levantan la boina!
Y siempre me sorprendió, me dejé sorprender, su
situación en el centro mágico y geográfico de Navarra, en el corazón del Valle
de Ilzarbe, enclave del camino jacobeo, en medio de la nada, en un paisaje llano y abierto que realza aún más la
espiritualidad y, en cada visita, siempre me pareció uno de los monumentos más
interesantes de la arquitectura románica de Navarra por el misterioso flujo de
su planta. Y, sorprendido, me alejé hasta una cima para contemplar ese elegante
panteón, de octogonal capilla funeraria y la vi inmensa, majestuosa,
convocante. Y es entonces cuando comprendí su nombre, Santa María de
Eunate y su grandiosa arquitectónica del
siglo XII.
Siempre me fascinó, la visité en distintos momentos estacionales, ese verdor intenso e intonso de los campos de trigo, maizales y girasoles que adornaban la iglesita románica y que, mirada de lejos en invierno y primavera, parecía una gran ave parda que ahí deseaba acurrucarse. Y llegado el verano comprobé como los trigos, ya dorados, deseaban imitarle el color madurecido de siglos y las espigas tensándose más tarde como sus columnas y columnitas, para acabar curvándose como sus arcos. Y al final del año, cuando el invierno azota, la nieve, a veces, le echa encima una capucha peregrina o la viste de novia tradicional, a ella, que a tantas novias y novios acogió, acoge y acogerá bajo su arquería nupcial.
Y me marché, y cada vez que lo hice grabé en mis
recuerdos que Eunate es especial porque fue hecha con y para el silencio,
porque transmite paz. Es un lugar en calma, “música callada, soledad sonora”
que diría Juan de la Cruz y que el viajero abrió con estos sus cuatro versos.
Vale.
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©
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