sábado, 13 de abril de 2024 in

Remembranzas


 Remembranza

Bello es seguir

con la mirada pura

el vuelo sin raíz

de la calandria;

pero más bello

el hombre que se sabe

y sabe, sin ser mandria.

En la vieja morera

de un patio con hierbajos,

su faz llena de andrajos,

todo él está herrumbrado.

Su capullo el gusano trabajando,

alborotando están

los jilgueros gritando:

son pobres,

y sólo tienen

su canto y su alborozo

con ellos tutelando.

Una de estas mañanas he podido oler, entre salinas, la primavera en todo su esplendor: los cantos de los pájaros no dejaron de dar ritmo en mi paseo, y además pude ver y contemplar la coscoja en flor, los jóvenes naranjos con sus rebrotes recién salidos y sus azahares perfumando, las jaras luciendo ya sus pétalos fucsias, también el morado del romero, y el lila desvaído de las diminutas flores del tomillo tiñendo el suelo. Toda una policromía.

Fue el pasado jueves, cuando paseando por el mercadillo, evoqué esa graciosa historia, atribuida a José María Pemán. Tengo recogido que el poeta andaluz se encontró en un baratillo con un hombre que vendía pájaros. Y le oyó que pregonaba: “Las mirlas a tres reaaales y los mirlos, a cincooo”. Picado de la curiosidad, Pemán se le acercó y le preguntó: “Buen hombre, ¿cómo puedo distinguir yo a un mirlo de una mirla?”. “¡Muy sencillo!, le respondió el pajarero. Son animales muy cariñosos. Páseles la mano por encima. Si se pone contento es mirlo y si se pone contenta es mirla”. Elemental, querido Watson.

Recuerdo hoy ese balcón que da al mar, intermedio entre Garnacha y el salobral, la escritura y la vida, lo público y lo privado, lo que no está fuera ni dentro, ni a la intemperie ni a resguardo, y entonces evoqué cuando, junto a mi madre, salíamos a la balconada del patio, aunque solo fuese para ver quien paseaba por la carretera. Hoy hago lo mismo, me asomo, ya junto al mar, para ver como el agua golpea contra los acantilados y cómo algunos sujetos pasean por la arena de la playa y es que el agua del mar todavía está fría.

Y fue allí cuando comencé a leer El Balcón en invierno de Luis Landero y me entretuve: “En cada instante, en cada frase, en cada suspiro, en cada pequeño acontecer, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales. Eso es todo, y no hay más que contar. Un grano de alegría, un mar de olvido”. Vale.

Texto y fotografías La Medusa. Copyright ©.

 

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