CHALANA VARADA
CHALANA VARADA
“La chalana,
sola,
desierta,
pasando
frío
llora
con un
lamento
de antiguos
siglos.”
“Era la playa de Torre Salinas, con sus numerosas
barcas en seco, el lugar de reunión de toda la gente marinera. Los chiquillos,
tendidos sobre el vientre, jugaban a la capeta a la sombra de las
embarcaciones, y los viejos, fumando sus pipas de baño traídas de Argel,
hablaban de la pesca o de las magníficas expediciones que se habían en otros
tiempos a Gibraltar y a la costa de África, antes que al demonio se le
ocurriera inventar eso que llaman la Tabacalera. Los botes ligeros, con sus
vientres blancos y azules y el mástil graciosamente inclinado, formaban una
fila avanzada al borde de la playa, donde se deshacían las olas, y una delgada
lámina de agua bruñía el suelo, cual se fuese de cristal; detrás, con la
embetunada panza sobre la arena, estaban las negras barcas del bou, las parejas
que aguardaban el invierno para lanzarse al mar, batiéndolo con su cola de
redes; y, en último término, los laúdes en reparación, los abuelos, junto a los
cuales agitábanse los calafates, embadurnándoles los flancos con caliente
alquitrán, para que otra vez volviesen a emprender sus penosas y monótonas
navegaciones por el Mediterráneo: unas veces a las Baleares, con sal; a la
costa de Argel, con frutas de la huerta levantina, y muchas, con melones y
patatas para los soldados rojos de Gibraltar.” (Vicente Blasco Ibáñez: La Barca
Abandonada)
Mi Vivencia
Varada en la playa, como una antigua barca, atiborrada de arena, allí permanece la barca del abuelo, pescador pinatarense, lamentando su suerte de trasto viejo, degradada al triste oficio de soportar, día tras día, el fuego infernal donde se asan los espetos de pulpo y de sardinas, oficio aprendido de aquellos fenicios y romanos, probablemente los primeros en utilizar sus embarcaciones para asar el pescado en las orillas del mar.
-Nunca más saldré a la mar -añoraba-, teniéndola tan cerca...
-Peor es mi destino, compañera -oyó,
sorprendentemente, a sus espaldas.
Lo que quedaba de los viejos leños, bien de olivo, encina,
algarrobo o naranjo, maderas tan densas y ancestrales que se dirían mineral,
ardían lentamente alargando cuanto podían el breve viaje que separa la llama de
la brasa.
-Tú, al menos, aún estarás aquí mañana. Yo seré un
poco de ceniza que el viento se lleva a ningún sitio para mezclarse con la
arena y la sal y también extrañar aquellas suaves laderas en las que arraigué
hace unos cientos de años.
"Ya está bien de jeremiadas, vejestorios"
cantaron a coro las sardinas que pronto iban a achicharrarse ensartadas en ese espeto
en perfecto estado y en condiciones de hacerlo. Vale.
“Hay
dos barcas
en la orilla
varadas
junto a la mar
y las dos barcas
suspiran
por volver
a
navegar.”
Texto y fotografías La Medusa
Paca. Copyright ©
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