viernes, 22 de octubre de 2021 in

Cuando mi tierra huele a vino

 


Cuando mi tierra huele a vino

“En el bronce de Homero resplandece tu nombre,
Negro vino que alegras el corazón del hombre.

Siglos de siglos hace que vas de mano en mano
Desde el ritón del griego al cuerno del germano.

En la aurora ya estabas…” (José Luis Borges)

No estoy allí, pero lo siento y olisco. Hoy, ayer, y siempre en los otoños, mi tierra huele a vino y toda ella es cosa deleitosa llena de ambrosía.

Van cayendo al cunacho con las hojas, impulsadas por el corte del corquete, las últimas uvas de la cepa mientras nos dejan un olor que nos envuelve y nos marea de felicidad como si lo hubiéramos libado. Lo recuerdo. Me acuerdo de otros otoños y de esas hojas de parra con un arco iris de colores que se posa sobre la tierra cuando se caen las uvas con los pámpanos muy ocres y entre los guijarros y entre las flores malvas, que casi no huelen, emerge este olor a vino por las uvas prensadas sin más pies que los de la gravedad.

Y entonces, al pasar por las renques de cepas, hoy, que hace sol, y hace calor, huele a vino. No es a mosto lo que huele, sino al vino ya fermentado tras haber caído hace unos días porque los mirlos han tirado las uvas con sus aletazos mientras atrapan uno o dos granos de un racimo. Y, entonces, ya en el suelo, aplastadas contra las piedras, forman ese alcohol que regresa al aire con su olor.


A mí estas cosas me dan la vida. Como la chimenea apagada que huele a fuego y a leña cuando hace sol. Y por eso escribo de ellas: un no hacer nada mientras se hace todo. Un estar atento en pleno despiste existencial.

Les cuento mi confidencia: esto en mí es un algo que me viene de no se sabe de dónde y que llega escrito cuando menos me lo espero, la frase cuasi perfecta, la obtengo muchas veces con el agua, el calor, la nieve y el cierzo, con el sonido de la lluvia tras los cristales, paseando entre mares bajo un paraguas u observando, bajo la luminosidad de un relámpago y el sonido de la tronada, ese fluido que parece escribir también él. ¡Hay que joderse, cuántas cosas se me ocurren mientras espero que esas picantes, sabrosas y riojanas patatas con chorizo se cuezan y llegue la hora de comerlas!

Escribir para mí es atrapar los pájaros de las letras al vuelo, cuando las frases con olor a vino pasan como una bandada y sólo tengo que estar atento, que es un no hacer nada, en blanco, delante de la ventana, o sencillamente caminando alrededor de los dos mares, siempre caminando o sentado en la arena con la mirada puesta en el horizonte o zambullido en el agua tomando el sol y la sal.

Otros, los menos, creen que el que escribe no trabaja. Y es verdad, se hace muy poco: sólo juntar letras de vez en cuando. Como quien ve partir a las golondrinas y se queda en el mismo lugar a esperar a que regresen. Y es curioso, las letras son pájaros que siempre regresan. No son las manos las que escriben, sino el pensamiento. Pero hay días que se me llenan las manos de bandadas de palabras. Y otros en las que se vacían. Una marea de escritura que va y viene. El escritor, siempre en tierra, esperando, no se sabe muy bien a qué. Bueno si, esperando que, de ella, de mi tierra, ese olor tan peculiar, ese olor a mosto que, como escribió el poeta es: la cimitarra, la rosa y el rubí que se busca en las fiestas del fervor compartido.”

Sólo les diré otra cosa: cuando percibo el olor del fruto de las viñas de mi Rioja no puedo escribir queriendo. Hay que esperar. Y luego, escribir. Primero el pensamiento, después la frase. La vida del escritor. No es vida, es sólo espera. Y ese no hacer nada, es todo: Vino del mutuo amor o la roja pelea.” Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©


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