viernes, 21 de mayo de 2021 in

Tiempo de amapolas

 


 Tiempo de amapolas 

 Como en una ingenua alegoría medieval, quiero ver simbolizadas en esta instantánea las tres edades de la flor, las tres etapas de una vida, el trayecto que lleva de la promesa al esplendor y del esplendor al despojamiento.

 Pienso en esta primavera y, estando completamente vacunado, sigo viendo que se está rompiendo el mundo por mil sitios de una manera cruel, pero aquí al lado, en el confín desde el que escribe uno estas palabras, cantan los pájaros. Entre ellos destacan, por la dulzura y lo melodioso de su canto, los ruiseñores. Se confunden a menudo con los mirlos, que los imitan, pero a nadie le importa, porque en la naturaleza no hay plagios ni derechos de autor. Ni piratas. Nosotros nada más vacunarnos hemos partido pausadamente hacia el descanso de La Puebla de Valverde para descansar en la Fonda de la Estación. Habitación Atalaya. Estancia ya conocida. 

Y al darnos un paseo por las inmediaciones, en plena campiña, de este singular y mágico hotel situado en la comarca de Gúdar-Javalambre, en la provincia de Teruel, recordé al amigo, a ese mi amigo que ya no está, pero que recorriendo este agreste paisaje me ha trasladado a tiempos de niños y aún de jovenzuelos, en los que vivimos y compartimos grandes experiencias transitando por los campos de nuestro pueblo y al acercarnos hasta los árboles para contemplar los nidos y, en ellos, los huevos de pájaro a punto de ser empollados. Siempre vivió del campo y en el campo. Su ocupación principal fue, en invierno, la poda y el cultivo de sus árboles, principalmente almendros y variados frutales, con una seriedad de hombre que jamás me resultó nueva, y en verano la paja y el grano que cosechaba. Lo vi trabajar desde los catorce años, cuando salió de la escuela. Unas veces con su padre y otras solo, cosa cada vez más frecuente. Supo del campo y de cuanto en el campo ocurría. Fue meticuloso y ordenado, aunque un tanto, diría yo, “raro”. Distinguía cada una de las aves, mejor que el Catecismo del padre Astete, en su vuelo y casi todos los animales que recorrían las tierras de sus arrabales. Conocía sus nombres y el canto o sonido que emitían, y los imitaba sin esfuerzo, igual que un cosmopolita habla idiomas extranjeros. Me comentó alguna vez que: “Yo sé mejor que los guardas de qué pájaros se podían asaltar los nidos y de cuáles no”. Y en aquella ocasión le contesté: tú, en innumerables ocasiones, seguro has oído cantar al ruiseñor en noches de primavera. La experiencia es tan sobrecogedora como la de contemplar la bóveda estrellada en alta mar. Vale. 

Sombra de la amapola 

Antes de que la luz llegue a su ansia

muy de mañana, 

de que el pétalo se haga

voz de niñez, 

vivo tu sombra alzada y sorprendida 

de humildad, nunca oscura, 

con sal y azúcar, 

con su trino hacia el cielo,

herida y conmovida a ras de tierra. 

Junto a la hierbabuena, 

este pequeño nido 

que está temblando, que está acariciando

el campo, dentro casi del surco, 

amapola sin humo, 

tú, con tu sombra, sin desesperanza, 

estás acompañando 

mi olvido sin semilla. 

Te estoy acompañando. 

No estás sola. (Claudio Rodríguez García) 

 

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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