Viajando hacia el mar
Viajando hacia el mar
De nuevo ya está aquí el mes de las flores y
la esperanza.
Parto desde mi querida Rioja hacia la Región de Murcia para echar la mirada a navegar. Y en el trayecto me encuentro con pueblos de techos bajos y estrechas y sombrías calles. Pueblos con fachadas de mil colores: azuletes, alberos, grises y algún pueblito blanco, como haciendo contraste con las cebadas ya encañadas, comprobando que, bajo el sol de primavera, parecen más pueblos.
A lo largo del camino se me presentan trigales a punto
de ser segados y huertas decadentes con frescores de barraca, hoy caseta de
aperos, al fondo y junto al cañaveral del río, rodeada de naranjos, frutales de
todo tipo y de pájaros. Estróbilos en las ramas, nidos de jilguero y algún
ciprés, cuando no palmeras, asomándose por la tapia blanca de los cementerios.
Ancianas vides, de troncos retorcidos y nervudos con sus zarcillos lanzados al
aire y enredándose entre ellos. Vides emparradas con pámpanos verdes sobre la
tierra roja bajo el azul del cielo y amarrados a las arracadas. Rebaños de
ovejas recién esquiladas entre flores silvestres. Sembrados y cultivos inundando
la tierra hasta la falda de los montículos y como náufragos en la cima. Espartizales
y alguna encina suelta junto algarrobos supervivientes. Olivares. Almendrales.
Secanos y regadíos. Litorales salvajados. Arenales desiertos. Espectaculares y
refrescantes fondos marinos. Dunas fósiles de arena amarilla y acantilados
trufados de fósiles marinos mientras un ejemplar juvenil de águila real
sobrevuela nuestras cabezas, vigilando a los intrusos que osan irrumpir en sus
dominios. Y, a lo lejos, los pasos de un arruí, que nos huye y se detiene intentando
ramonear los arbustos y especies bastante escasas, pero todavía presentes,
como el mostajo y el durillo dulce. No tengo prisa en llegar, me detiene, además
de esa águila en altura, ese córvido descarriado y, tomando el sol sobre la
piedra, un enorme lagarto ocelado. Decido regresar para recrearme por esos bosques de ribera que crecen en los
quijeros de la acequia y cauces, tratando de aminorar la fosca y el bochorno
habitual de estos primeros días de mayo: “Que por mayo era, por mayo, /cuando
hace la calor, /cuando los trigos encañan/y están los campos en flor, /cuando
canta la calandria/ y responde el ruiseñor”. Huele a higuera, se ven todavía crecer olmos saludables y álamos negros y
plateados. Contemplo una pareja de ánade azulón nadando tranquilamente por esos
tramos de cauce frondosos. Y ya en el bosque mediterráneo, junto a los pinos
negrales y laricios, admiro quejigos, encinas de considerable porte, arces
menores, olmos y almeces en zonas casi inundadas por las últimas lluvias, y
serbales y sotobosques cubiertos de gigantescos espinos albares o majuelos.
¡Que verde es el agua! Y ríos verdes ahogados por el calor, de aguas
quietas. Campos de aloe-vera, adelfas blancas mezclándose con las fucsias y
rosas hacia el Mar Menor y es que, de nuevo, ya está aquí el mes de las flores y la
esperanza. Vale.
Texto y
fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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