Flores camino hacia el mar
Flores camino hacia el mar
La buganvilla, en su cascada de color, quiso esta mañana posar
para mi fotografía.
Esta mañana, camino hacia el mar, he tomado la vereda por la
calle de los jazmines después de dejar atrás la calle de las hortensias y, de
repente, casi sin darme cuenta, me he tropezado con una petrificada catarata de
colores, como si quisieran convertir en flor sus hojas. Lucían con su
hermosura, tanto que hermoseaban patios, fachadas, rincones, haciendas, casas
particulares, jardines…y cortijos, si el camino fuese por el campo. Se me han ofrecido
con todo su muestrario: blancas, amarillas, rosadas, magentas, purpúreas, rojas,
anaranjadas…Fue esta mañana, cuando la primavera ya tiene hechuras de verano y
Santa Rita viste de primera comunión a los niños. ¡Qué belleza si aguantasen
así hasta que el otoño empezara a deshojarlo todo! Sé que las hay que aguantan
y se niegan a desnudarse tras sus hojas perennes.
Quise cortar un ramo y sentí, al meter la mano entre sus
hojas, afiladas y quietas cerbatanas entre sus brazos causándome algunas
raspaduras de felino como queriendo defenderse. Saben y quieren defenderse. Hay
que saber tratarlas, encauzarlas. Se abrazan y dejan abrazarse. En el jardín
buscan troncos por los que trepar, arbustos en los que dejar su abrazo de púas.
Y se dejan querer, si otras trepadoras buscan sus ramas para hacer el camino,
lo que a veces nos deja una preciosa mezcla de colores, que si verde, que si
cardenal, que si malva. He contemplado esa graciosa buganvilla abrazándose a un
jacarandá como deseando elevar dos colores que tendrían perfecto sitio en
cualquier sacristía, que algo de vestidura talar tienen unas y otras flores. Las
he visto trepar del brazo de glicinias, de parras, y dejar en el jardín un
abrazo de policromía asombrosa. Las buganvillas, en este mi camino hacia la
playa, son una hermosura regalada, una más, como las adelfas, como los
jazmines, como las celindas, como los aromos…que la Naturaleza nos deja ahí,
sin exigir nada.
Recuerdo ahora que, en un viaje por ese disfrute de la
Naturaleza que es el Cabo de Gata, la contemple hermoseando con su belleza
espectacular las ruinas de un cortijo, las ventanas destartaladas de una vieja
casa y hasta, una tapia abandonada entre las minas de Rodalquilar. Vamos a
volver estos días para poder formar un ramo de sus floridas varas, cogidas con
cuidado, como si acariciase a un puercoespín. Queremos hacerlo y lo haremos
porque es tiempo de flores, y no sólo de las habituales de los patios:
hortensias, claveles, rosas, pensamientos, geranios…Es tiempo de irnos al campo
a buscar flores, frescas o secas, para, a la vuelta, dejar la casa como una
tienda de delicadezas. Queremos perdernos por esos campos y entre adelfas,
cardenchas, ajo porro, celindas, retamas, caléndulas y siemprevivas regalarnos
rincones de ensueño.
Pero la buganvilla, allí donde esté, siempre será hegemónica.
La buganvilla es una cascada de color que parece que siempre estuviera posando
para la fotografía o el retrato. Belleza trepadora, arrinconada, alta,
derramada, la buganvilla pone en nuestros espacios un toque distinguido de flor
sencilla y eterna. Miro la buganvilla en flor en la calle jazmines y su belleza convierte el bulevar en todo un jardín, en un íntimo parque, y eso me distrae y hasta me inspira. Vale.
Texto y fotografías La
Medusa Paca. Copyright ©
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