Mas de Enero
Mas de Enero
Matinales
neblinas, tardes rojas,
doradas; noches fulgurantes,
y la llama, la nieve;
canto del cuco, aullar de perros,
silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
el traqueteo del tren, del carro, niños,
amapolas, acianos, y desnudos
árboles de invierno entre la niebla;
los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura
de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba;
historias y relatos, pinturas y una talla.
doradas; noches fulgurantes,
y la llama, la nieve;
canto del cuco, aullar de perros,
silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
el traqueteo del tren, del carro, niños,
amapolas, acianos, y desnudos
árboles de invierno entre la niebla;
los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura
de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba;
historias y relatos, pinturas y una talla.
Todo
esto hay que pagarlo con la muerte. (José Jiménez Lozano; El Precio)
Me encanta con frecuencia, es
mi estación, evocar este tiempo entre la fiesta de san Antonio Abad y la fiesta
de las Candelas, que es un tiempo que en el pasado era solamente como la coda
de las fiestas de Navidad. Se acabaron los despliegues de luces para que aparezcan,
hasta en los eneros y febreros más fríos, como un anuncio muy sobrio de la
primavera, los apuntes de yemas rojas en los chopos, y, también, los primeros
almendros apuntando flores con sus hojas delicadas y aéreas, muy frágiles, casi
como la de esos dulces caseros que todos llamábamos algodoncillos.
Es cierto, y a las pruebas me
remito, que este año la meteorología está siendo muy especial, excesivas
nieblas en tierra de nieblas y algún esporádico epílogo de frío siberiano
cuando éstas cesan. Ambas cosas, por cierto, son muy literarias y filosóficas:
las nieblas porque, si estás en medio de ellas, no parece que haya más mundo y
es una sensación bastante grata a veces, y los fríos siberianos, que me traen recuerdos
de ese mundo clandestino o invisible de “La
casa de Matriovna”, de Solzhenitsyn, quizás la gran joya de toda su obra, que
es una historia que nos asegura que el hombre seguirá ahí, en medio de todos
los fríos del mundo.
Que nadie me diga que el
invierno es como el verano, pero en frío. No es así. El otro día, los dos
envueltos en lanas, me encontré con un amigo, se iba para Alemania, y me dijo: “¿Ahora
no dices del invierno lo que dices del verano? ¿No te metes ahora con el frío
como en el verano te metes con el calor? Pues es lo mismo, aunque al revés.”
No, no es lo mismo. Mi amigo, que, como he dicho, iba tan envuelto en lanas
como yo, bufanda, abrigo, guantes, sombrero, es de los que prefieren el calor
al frío, el verano al invierno. Yo me quedo en medio, con el florecido
primaveral y abrazado a la lluvia otoñal. El verano, el verano de aquí; quiero
decir, el infierno, para él. Si al verano de aquí no le pones playa al lado,
casa bien acondicionada, el lujo de no tener que salir a la calle y algunas
cosas más, malo, no hay maneras de vivirlo sin queja a cada paso. El invierno
es otra cosa. Quiero decir, tiene otro remedio, mucho más remedio.
Yo deseo que cuando salga el sol lo haga para pelearse con el aire helado
del atardecer y esté a punto de abrazarse con el carámbano. Deseo, es mi tiempo,
poder decir: “pasa y cierra la puerta…” Y que, al entrar, me encuentres sentado
en ese mi cómodo sillón, abrigado con buen abrigo, buena bufanda y buena gorra.
Y ante mí el fuego de una chimenea quemando ocho o diez leños, de los de encina,
capaces de caldear el cuarto y estar en la gloria alabando el calor de los
leños y ardiendo con esa gracia bailadora de sus llamas.
“La gracia cenicienta de la encina,
hondamente celeste y castellana,
remansa su hermosura cotidiana
en la paz otoñal de la colina.
Como el silencio de la nieve fina,
vuela la abeja y el romero mana,
y empapa el corazón a la mañana
de su secreta soledad divina.
La luz afirma la unidad del cielo
en el agua dorada del remanso
y en la miel franciscana del aroma,
y asida a la esperanza por el vuelo
la verde encina de horizonte manso
siente el toque de Dios en la paloma.
(Leopoldo Panero; A una encina solitaria)
Y recordaré a mi amigo en sus gélidos atardeceres alemanes para recordarle
que no es lo mismo un agosto de fuego que un enero de hielo. Que las noches
insomnes del verano son ahora una enrollada, encogida y bien abrigada paz bajo
las sábanas, las mantas, los edredones…Y los amaneceres, aunque crudos, no son
tanto. No, no me quejo del frío; si acaso, me quejo de que no pueda ser abrazado
por la lluvia otoñal. Porque entre el infierno del verano y las nieves de
enero, sigo abrazándome a la perfecta forma de la lluvia. Vale.
Texto y fotografías La Medusa
Paca. Copyright ©
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