martes, 18 de diciembre de 2018 in

Hombre de campo





Hombre de campo

“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te avergüenzas, ninguno se pondrá a avergonzarte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio”. (Don Quijote de la Mancha, capítulo XLII)

Hoy recuerdo, no me preguntéis porqué, a mi padre, treinta y nueve años desde que se fue. Vaya lo que sigue en su memoria, haciéndolo con cariño y con respeto.
El fue un hombre de campo, un agricultor de fuerza entera, corajudo, sapiente y con una desbordante paciencia, con mucha paciencia. Un hombre, en el sentido machadiano, bueno. Un agricultor hecho al polvo y a la pena, con algo de copla socarrona, pero falto de alegría, curtido contra el suelo- surco va, surco viene- y al arado, y a la hoz y al azadón uncido a la tierra, con la nobleza propia del hombre de campo en el olvido y en la desesperanza.
Vivió como pudo, buena y malamente, según el buen o mal año, eso sí, manteniendo la esperanza, y yo si supe en qué.
Siempre cerca de la tierra, apenas le sacó de ella ni esa hora en que el mundo se dora, el aire se hace ingrávido y la noche alegre. Y AMADOR amó a su manera, y nos adoró. Siempre le ató la carga del afecto, hasta que se le arrugó la cara y se le hizo pesado el andar, duras las manos, torcida la sonrisa y herido el corazón, ese corazón amante de AMADOR. No tenía nada que esperar, o sí. Igual le dio seguir al frío que alentar con el calor, al relente de la noche o en la chicharrera del mediodía.
 Y allí quedó, en su pueblo que es el mío, sobre un costurón tapiado de blanco, lugar seguro, decoroso y digno, donde la tierra, que siempre le persiguió, haciéndome suyo para siempre. Vale.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©


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