Tiriteos de nostalgia
Tiriteos de nostalgia
“Cae y cae la nieve.
Hacia las estrellitas
blancas
que la tormenta lleva
aquí y allá, se extienden
las flores del geranio
en la ventana.
Cae la nieve y todo se
extravía,
todo levanta vuelo,
la curva de la esquina,
una escalera de
peldaños negros.
Cae y cae la nieve,
cae la nieve y todo se extravía,
el peatón que encanece,
las plantas sorprendidas,
la curva de una esquina”. (Boris Pasternak)
Ando estos días y noches, y todavía continuo, por las
tierras nevadas y heladas de mi querida Rioja y como fuera de la casa pronto se
pondrá oscuro y la helada comenzará a cascar fuera, estoy teniendo tiempo para
todo ya que el frío, la nostalgia, y la noche tempranera me inducen al
recogimiento.
Diré que es cierto que yo vengo del alumbramiento de
noches con candil alimentado por lamparillas, embriagadas en aceite, cuando el
debilucho alumbrado eléctrico intentaba acabar con las noches lóbregas en las
que nos atormentaban los miedos. ¡¡¡Qué anocheceres aquellos cuando la niebla
en los callejones, a la hora de los murciélagos, era entonces lo que era!!! Hoy
ya no es así, o sí, aunque los candelabros del tiempo estén oxidados y sólo
quedan recuerdos anecdóticos y ornamentales, desvaídos en secuencias lacrimosas
de reproches o en citas de amor al viejo estilo, con una rosa sobre la
destartalada mesa camilla, en la penumbra de esa sala de estar con grasa de
postín.
Diré que ahora entiendo el por qué los de mi
generación no tuvimos más remedio que ser laboriosos: el terruño nos escatimaba
el fruto fácil, el frío y sus sabañones nos empujaban al interior del hogar
después de acumular y apilar leña en la cuadra. La necesidad de
superar los rigores del invierno nos hizo previsores e hizo que nuestro ingenio
nos avezara en los distintos juegos de mesa y mantel, llamados Reunidos Geyper.
Digo que, cómo fuera de la vivienda está oscuro y
casca el frío, tengo tiempo para la filosofía, para componer, junto a la
chimenea, pequeños, quien sabe si serán grandes, poemas, entregarme a la
espiritualidad, recordar al superhombre nietzscheano, rubricar lo que están
leyendo y hasta urdir invasiones y conquistas. Soy, ayer como hoy, un hombre de
interior, jamás la calle, la muchedumbre y los bailoteos me tiraron y siempre
he tenido la sensación de ser un hombre organizado para tiritar de nostalgia en
aquellas y estas noches prematuras. Recuerdo que, en invierno y a la hora de
salir de la escuela, a la hora habitual de la merienda, ya era noche cerrada y
la luz macilenta de las ¿farolas? del pueblo se reflejaba tristemente en la
nieve pisoteada de las aceras. Se echaban las persianas y las calles, ya
semivacías, se vaciaban como si estuviera prohibido deambular por ellas.
He de decir para terminar que algo queda, no obstante, de las
circunstancias de antaño que repercuten en mis Tiriteos de nostalgia. Y esta
tarde, metido en el color de la nieve, me conduce al recuerdo de Omar Sharif,
protagonista del doctor Zhivago, a su mirada en el tren buscando la luna para
escaparse, a los narcisos florecidos en la casita donde se refugiaban, a la
dacha helada donde escribía poemas, y a buscar, ¿dónde la tengo?, la obra de
Boris Pasternak. Recuerdo haber leído sus versos en esta mi habitación llena de
libros y de madera para sostenerlos como pájaros en las ramas. Estoy ahora en
el lugar de mis lecturas y de mis pensamientos entre estas paredes donde leí
toda la literatura rusa que cayó en mis manos al calor del fuego mientras
afuera nevaba. ¿O acaso trasladé toda esta literatura a casa de la abuela
cuando hice limpieza de la mía? ¿O está en alguna de esas estanterías más altas
cuyos títulos ya no leo desde abajo? ¿Era amarilla la tapa? Puede ser. Es una
pena no encontrar al doctor Zhivago en esta tarde de febrero del crudísimo
invierno de 2018 en la que se me está helando el corazón mientras salen de la
tierra diminutos insectos cuyas alas brillarán al sol cuando éste luzca. Vale.
Texto La Medusa Paca. Copyright ©
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