Se llamaba José y le apodaron “El Taranta”
Se llamaba José y le apodaron “El Taranta”
“Amo
lo que sólo aquí
descubro
como más mío:
que
ser hombre es echar
raíces
de esperanza en largo olvido”. (Antonio López Baeza)
Puntas de ovejas paridas y
crecidas en la soledad o junto a caballos de largas crines sin peina que se acercaban dóciles y
domésticos preguntando con su lenguaje hecho de relinchos por su dueño, o quizá
querían sociabilidad, o en sus oídos vivos como instrumentos de justísima
precisión captaban la extrañeza de su voz o de su paso. Una Yegua de
capa y pelaje retinto, con remiendos blancos en la panza, trae su cría del
mismo color. El caballito retoza y se acerca. La yegua busca la sal y el hueco
de la mano de su dueño. Este es el tío José al que apodaron “el Taranta”
habitando por tierras de Alfaro que, poco después de la guerra, bien pudo
dedicarse a hacer carbón para venderlo en los pueblos, primero en carro tirado
por esa yegüita retinta, después en un como furgón remolcado. Pero se acabó el
carbón y su huso en los viejos hornillos y tampoco hay ya braseros productores de
tufos y conversación o sí, así que el señor José abrió tienda y se puso a vender
cuerdas, cepos, cartuchos de perdigón y de posta, agujas, alfileres, guindillas
en escabeche y ovillos de algodón. A días visitaba a su tropa por la solanera
de las tierras alfareñas entre esos secos barrancos, que han dado en llamar de
Valverde, del Carrón y de la Ventosilla, marcadores de infinitos rastrojos y
adornados por alguna, suelta y última amapola atormentada por la comparecencia
de la canícula, que suele abarcar, por esas desérticas tierras, la parte del
verano que va del 15 de julio al 15 de agosto, cuando el sol alcanza a mediodía
su cenit sobre el horizonte. Un sol malhumorado y abrasador ese de la canícula.
Es entonces cuando llamaba a los caballos, sacaba agua del aljibe para que bebieran,
su voz salta por los aires, batía los secarrales que se la devolvían mitificada y
distinta por efecto del eco.
Era este un ganado manso que guardaba desconfiado en las distancias y vagabundo sí, pero precavido. Estos caballos no fueron los suyos, adiós, adiós. Los míos, le oí en cierta ocasión, tienen más alzada y su estampa es de mejor lustre. Fue la yeguada y la punta de ovejas de José al que apodaron “El Taranta” por los secarrales camino de Valviejo. Vale.
Era este un ganado manso que guardaba desconfiado en las distancias y vagabundo sí, pero precavido. Estos caballos no fueron los suyos, adiós, adiós. Los míos, le oí en cierta ocasión, tienen más alzada y su estampa es de mejor lustre. Fue la yeguada y la punta de ovejas de José al que apodaron “El Taranta” por los secarrales camino de Valviejo. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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