Harpa de invierno
Harpa de invierno
Ahora que el invierno parece estar fuera o ya
nos va abandonando poco a poco, quisiera recordar algo que vi y aprendí desde
niño. Siempre aparecían como colgando debajo de esos rincones perdidos donde se
sumergen las arañas y se refugian los olvidos por falta de atención, que sólo
permanecen mientras dura el helor para después o regalarse, me gusta más que
derretirse, o fundirse en el fondo de esos queridos pueblillos ibéricos cuando
caen en la desmemoria de sus pobladores o cuando éstos los abandonan.
En algunos pueblos del norte,
fundamentalmente en Navarra los llaman chinchurros, cascotes de piedra. Aunque
a mí, como castellano que soy, me gusta más, y así procuro llamarlos,
carámbanos, bello nombre castellano enraizado en el calamulus/calamus que en su
evolución dio lugar plumitas, plumas, candelas, candelizos, candelones,
calamocos, pinganellos y pinganillos. Y les diré que no son otra cosa que, como
dijo el Quijote, “erizados hielos del invierno” que a veces se alargan llegando
hasta el alféizar como esa larga pluma erizada de algún cuervo blanco.
Recuerdo cuando las grandes
nevadas, más de mi infancia que de mi juventud, colgaban varios días de los
rafes de nuestras casas y que representaban un peligro, un peligro serio, y
siempre motivo de contemplación y diversión, que, cuando llegaban, cual
estalactitas de imitación, bajos, jugábamos a romperlos con grandes palos o
suspendiéndonos de ellos para comprobar su fragilidad. Eran, son y serán
tirabuzones que se hace la nieve cuando tiene reposo para componerse: durante
siglos, en el pueblo y en los campos. Son aguzados dedos del hada blanca que
recorre los bosques, los prados, los montes y los valles. Son diseños para el
arpa del invierno. Son escarpes aserrados como cuchillares. Son refugio de
humedades de esas profundas paredes verticales donde anidan para resguardarse
numerosas aves rupícolas. Son esencias que crean en las solanas un microclima
especial que servirá de refugio a especies vegetales, como carrascos, sabinas
moras, madroños y labiérnagos. Son columnas capaces de sustentar las umbrías
que se vuelven espesas entre bosques de pinos laricios, quejigos, tejos y
mostajos. Son pilastras de caminos y veredas que no hace muchas décadas unían
pueblos vecinos y atravesaban montañas y que ahora se ven relegados por la
falta de uso, es decir por falta de nieve. Son las cuerdas del arpa insonora
del invierno que ya cesa. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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