El viento marzal, implica fuerte temporal
El viento marzal, implica fuerte temporal
“NECESITO del mar porque me enseña:
no sé si aprendo
música o conciencia:
no sé si es ola
sola o ser profundo
o sólo ronca voz o
deslumbrante
suposición de
peces y navios”. (Neruda)
Sentado en el espigón del puerto, y mirando al Mediterráneo,
traté ayer tarde de recibir una buena y documentada lección sobre el temporal
que estaba contemplando y que dicen, todavía, durará unos días. No preocuparse dice
mi maestro-interlocutor-pescador, todo tiene su medida. Incluso la fuerza del
viento. Y bien que se nota.
Este sabio lobo de mar, de manos rudas y cabeza despejada,
se presentó a mi lado embutido en un mono azul y portando a sus espaldas, como arrastrándolos,
algunos aperos de pesca se su Curimán y como deseando tratar de explicarme,
mientras se cobijaba del temporal, la
escala de Beaufort, medida empírica para la intensidad del viento, basada
principalmente en el estado del mar, de sus olas y de la fuerza del viento que en
tierra o mar y basándose en la observación del paisaje que, según entendían los
lugareños hombres de mar, no trataba de medir la velocidad del viento, sino el
aspecto de sus efectos tanto en el mar primero, como en tierra después.
Y con unas dotes pedagógicas que para sí quisieran
algunos profesionales de la Pedagogía trató de explicarme que aquí todo es prosaico
y, en lugar de usar las precisas medidas en nudos o kilómetros a la hora, los
marinos y hombres del tiempo de aquí seguían prefiriendo las que utilizaron sus
antepasados, aquellas que les guiaban a través de sus observaciones visuales y
que eran esos rizos en las olas, su altura, la amplitud del vaivén de las ramas
arbóreas o las columnas de humo ascendiendo en el aire tranquilo tratando de traducirlas
para adaptarlas al lenguaje vulgo español para llamarlo y nominarlo con los
grados de ventolina, flojo, bonancible, frescachón, tratando de ensalzar con
sencillez ese temple de quienes viven acostumbrados a desafiar a los elementos
desatados.
Después de este esbozo descriptivo intentó asociarlos,
para su mejor entendimiento al movimiento de la mar, tratando, de igual manera,
señalar sus efectos en tierra. Y el pescador, después de ajustarse ese gorro
trenzado en lana, y que le estaba siendo útil en proporcionarle calor a esos
cuatro pelos, que se mostraban como salteados e hincados en su cabeza tostada y
curtida por esas brisas de sal y arena, y que los fue perdiendo a causa de los muchos
golpes de mar aguantados. Y presto y con ánimo formativo se puso a ello el
marino y comenzó a revelar todas esas preciosas equivalencias como si, al
enumerarlas, quisiera asir su cabo de cuerda al recuerdo de este su interesado discípulo.
Identificó calma
con ese aspecto de mar despejado y lo metaforizó con ese hilillo de humo que
verticalmente trataba de ascender. La ventolina
la asoció con esa pequeña ola sin espuma y utilizando un hilillo de humo para indicar
la dirección del viento. Llamó flojito es
esa brisa debilucha que trata de marcar crestas maretazos de apariencia vítrea,
como deseando deshacerse de su miedo y no deseando romperse. Es el flojillo ese viento débil que trata de
mover las hojas de los árboles y acuerda que las velas de los molinos costeros
traten de arrancar. Me dibujó al flojo
como esa débil brisa capaz de formar pequeñas olas con crestas rompientes tratando
de asemejarse al rebullir de las hojas arbóreas y al ondular de las banderas; Al
viento bonancible trató de
explicarlo como esa brisa moderada donde los borreguillos ya son numerosos, las
olas cada se exhiben cada vez más largas y que en tierra hace que se levante
polvo, sean capaz de volar los papeles e inicien su fuerte bamboleo las copas
de los árboles. El fresquito es esa brisa
biruji producto de esas olas medianas y alargadas que forman infinitos
borreguillos y que influyen en las aguas de los lagos para que en ellas se
inicie su ondulación de frecuencia. El fresco
es ya una fuerte brisa, donde comienzan a formarse grandes olas, crestas
rompientes capaces de vomitar volcanes de espuma y que aquí en el terruño hace
muy difícil que los paraguas se mantengan abiertos. El frescachón es ese viento mal nacido de fuerte mar gruesa, con
espuma arrastrada en su dirección, capaz de agitar arboles grandiosos y
mostrando sus musculosos impedimentos para poder caminar. El temporal es ese viento duro de grandes
olas rompientes y con merma de visibilidad por lo que la Naturaleza sufre daños
e imposibilita la circulación de las personas y que califica su fuerza como vendaval
muy duro, borrasca y todo en función de sus crestas empenachadas, marcando y
añadiendo color blanquecino a las aguas que influyen en tierra en el
descuajaringue de los árboles, daños en las estructuras de las edificaciones y
algún que otro estrago.
Y mi marinero, ante tan atractivos detalles, trató de
terminar añadiendo aquello de: todo paisaje tiene su sonido que dice mucho del
temple de quienes viven acostumbrados a desafiar a los elementos desatados en
sus rizos, sus olas, su altura, la amplitud del vaivén de las ramas o en esas
serpenteantes columnas de humo capaces de trepar por el aire tranquilo. Me
dice que otro día me dará una lección sobre los nudos marinos, esto
será cuando el tiempo y el viento amainen Nadie más interesado que un marino que
explicar sus anhelos.
Y ahí quedó preparado para que, cuando se eche a la mar,
su Curimán comience a cabecear violentamente como hizo aquel amanecer cuando
aquel temporal huracanado barrió su mar y no le quedó más remedio que “aproarse”
a la mar y capear el temporal. Tuvo que traducirme aquello de “aproarse” y lo
hizo con el pincel de su lenguaje diciéndome que sólo trató de apuntar la proa de
su pesquero hacia la dirección del viento para cortar las olas que entraban de
frente. Gracias por tu lección, navegante. Vale.
PD. Esto va dedicado a mi hermano, viejo lobo de mar, y a su hijo Sergio, todavía delfín de los mares más profundos.
PD. Esto va dedicado a mi hermano, viejo lobo de mar, y a su hijo Sergio, todavía delfín de los mares más profundos.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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