Memoria de la nieve
Memoria de la nieve
“Mi memoria es la
memoria de la nieve.
Mi corazón está blanco
como un campo
de urces.
En labios amarillos la
negación florece.
Pero existe un nogal
donde habita
el invierno”. (Julio
Llamazares; Memoria de la nieve)
El día ha amanecido, lluvioso, ventoso y desapacible,
es por ello por lo que me he puesto a ordenar bajo el sol Mediterráneo, cuando
apuntaba, una serie de instantáneas
fotográficas de la pasada y última nevada en algún pueblo riojano. Y mientras
las iba repasando, retocando y catalogando, meditaba que, aparentemente, nada hay más silencioso que un
copo de nieve, esa nieve que para mí es y fue inolvidable. La nieve me
persigue, no lo puedo ni la puedo negar. Y es que mi primer lloriqueo emergió con
la primera nieve de un primer día de febrero y, acaso, con la enésima nevada de
aquellos inviernos gravaleños. Es allí donde aprendí que una nevada está
formada por la caída de muchos copos y que la suma de tantos murmullos da lugar
a un estruendo, esencialmente cuando intervenían el viento y la cellisca.
Recuerdo todo esto porque días atrás he sentido nevar
entre piedras, pinares y valles. Primero con una pacífica intensidad y más
tarde, cuando soplaba ese viento, que hacía estremecer a los troncos, es
entonces cuando por dehesas, peñascos y encinares corría un estruendo que imitaba
a ese temporal en el mar hoy tan cercano. Y como he visto la nieve ya nunca me
olvido del lugar en que la toqué. Evoco que me deleitara cuando besaba el suelo
puesta con primor algodonado para que todas las líneas del pueblo desapareciesen,
mientras detestaba a esa otra caída, pisoteada y endurecida por esa cuchillo helador
nocturno capaz de transformar esas calles, todavía en tierra virgen, en pistas
relucientes y vítreas y hasta muy apropiadas para romperse uno la crisma. Tan
tentador era el acontecimiento para los muchachos que éste bastaba, e incluso
era suficiente, para justificar nuestras ausencias de la escuela.
He sentido esa nieve en cumbres, sierras y picachos, a
1.101 metros de altitud, allí en la Sierra de Yerga, donde la ventisca arreciaba
y hasta arrancaba siseos afilados del hielo agarrado a las acículas. También,
siendo mocete, escuché esos broncos ladridos
arrastrarse por la ventisca para, días después, la tempestad llegar a calma,
la actividad volver entre las peñas y contemplar a corzos, jabalíes, ciervos,
zorros, tejones, conejos comunes y liebres, todos ellos desesperados, buscar comida.
Mientras lejos graznaban los cuervos. Y bandos de arrendajos deambular valle
abajo.
También clamé para que la atmosfera templase, los
picachos volviesen a lucir de blanco, y que volviese a nevar, esa nieve
pulverizada, en los coscojos de la Nevera, siseada, desplomándose con estrépito
mientras bandos de ateridos y cristalizados gorriones corraleros revolaban
intentando llevarse al buche unos cuantos granos de trigo sin caer en las redes
de ese agricultor ocioso o de ese niño juguetón y aprendiz de cazador mientras
que el cierzo sacudía las teinadas resonando como un gigantesco tambor.
En mi pueblo, tras la nevada, siempre reinaba a la vez
el buen y el mal tiempo con deseo de arañar el pasado para hallar la huella de
sus pasos. Y es que la nieve "es símbolo de mi biografía” al ser el primer
juguete verdaderamente blanco de mi vida. Como ven nada, ni otro juguete lo ha tachado.
Y como dejó escrito Julio Llamazares en “El río del olvido”: “El paisaje es la
memoria que se refleja siempre en el paisaje en el que ha ocurrido tu vida. Es
un espejo, no el telón de fondo de un escenario; en ese espejo se refleja la
vida de las personas. Cuando el paisaje desaparece…la memoria se duele y se
resiente, y de ese dolor de la memoria nace la melancolía, y de la melancolía
nace el aliento poético”.
Dejo ya la memoria de la nieve recordando esa frase
grandiosa que el de Vegamián nos legó como frase lapidaria en “La lluvia
amarilla”: “Ojo: la nieve lo delata todo", y aquí quedo tratando de
recordar a mi madre y a mi padre, que ya son nieve contemplando como “las
ortigas son las plantas que crecen en el huerto que el dueño abandonó". Vale.
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©
Leave a Reply