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lunes, 24 de noviembre de 2025 in

Desbullar castañas

 




Desbullar castañas

 

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina. (Juan Ramón Jiménez)

Ya se ha echado ese frio, ártico dicen, que me está invitando a desbullar castañas. Hay quien también a esa acción la llama “bullar”, que no es otra cosa que quitar la cáscara a las castañas asadas. No existe nombre para su olor, ni para su calor en las manos, haciendo saltar las castañas, de una a otra palma, hasta que, quemada, se va enfriando y, al fin, las pruebo y vuelve la infancia y los inviernos de antes. Es como si el frío hubiera volado de otra parte. Está lloviendo, sí, pero llueve una lluvia a ramalazos ventoleros, heladora, dura y consistente. Hace un momento, me pareció verla incluso volar, como una vaharada de gotas finísimas, congeladas sobre el telón de fondo de esas palmeras cercanas del parque que empiezan a convivir entre algunos pinos piñoneros, moreras, que nunca dan moras, pero si entoldamiento en las tardes sofocantes del estío, y castaños de indias, ya pigmentados de otoño, porque las hojas, para enrojecer, como las manos y la nariz, necesitan que haga frío y aquí estos días lo está haciendo.

Así que he encendido la estufa y me he cobijado junto a ella. Últimamente me parece que no estoy en casa si no la enciendo.

  


Hoy, además, le he puesto al lado un sillón de orejas tapizado con el lino que fuimos a buscar al Mirador, esa pedanía huertana de San Javier, lino de verdad, del de los campos florecidos en verano de azul, ese lino que se hiló girando en las ruecas, al amor de la lumbre.

Cuando apoyo la cabeza sobre esta tela tengo la misma impresión que si lo hiciera sobre un linar. Algo de verdad, sin mezclas, puro lino auténtico. No necesito más: un sillón y una estufa, unos libros, música, sonando vaporosa, y una tarde por pasar.

De ahí que entendiera a la perfección la película “Las ocho montañas” que viera hace algún tiempo. No voy a adelantar nada, pero sí diré que entendí que alguien, teniendo libros y leña y papel, pudiera quedarse a vivir en una cabaña durante el invierno. En realidad, tenía todo, igual que yo: mi señora de siempre, un cuaderno de notas, el café, libros, el frío, y…la estufa siempre encendida, aunque sea aquí en Garnacha en la orilla del Mar Menor. Vale.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 17 de noviembre de 2025 in

Esencias de escaramujos

 




“Me duelen las heridas del cuerpo, mi vida,

pronto cambiará el tiempo…

Pronto vendrá con las lluvias
el ave fría buscando
charcas templadas en el sur
como lanzas por el cielo,
y en los jardines el humo de páginas amarillas.” (Manuel Vicent)

Un noviembre levemente proceloso, y soleado a ratos, me rodea. Estamos ya en el otoño profundo, pero sin sentirlo. El otoñal en el Mar Menor es hermoso. Despierta los sentidos, calma el ánimo, ayuda a la reflexión... El Mar Menor en este ciclo es entorno de descanso y refugio de aldeanos, extranjeros y viajeros. También es un lugar renqueante si atendemos al paisaje humano, pero encantador. Es para verlo, para oírlo, para olerlo, para pasearlo y disfrutarlo. Me fascinan los múltiples colores estacionales: amarillo, naranja calabaza, marrón chocolate, rojos Borgoña, verdes olivo... Intento inútilmente dialogar con las cotorras verdes y encaramadas a las rejas del jaulón del palmeral del parque que tengo delante de Garnacha. Y como no me contestan escribo estas ESENCIAS DE ESCARAMUJOS:

 


Paparajote:

delicioso buñuelo

sobre hoja de limonero.

*

Volando van,

se alejan del otoño

las golondrinas.

*

Hojas del suelo,

abrigos y bufandas:

señal de otoño.

*

Hojas caídas

de los árboles secos.

Triste el otoño.

*

Otoño suave,

caen hojas doradas

 flotando en agua.

*

Un fragor de lluvia

 suena en la lejanía

 despoblada y árida.

*

Una hojarasca

es esta vida nuestra

año tras año.

 

PD. Esto va para todos aquellos que caminan a solas por ahí, en silencio o silbando.

 

PRJP. N.º 121. En la segunda quincena de noviembre de 2025

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


lunes, 10 de noviembre de 2025 in

Olor a higuera




Olor a higuera

Entre dos luces suele haber media luz y sólo de higos a brevas se dan cuenta algunos de que viven en la higuera. (De mi andar y mi pensar)


Esta mañana al alba, como acostumbro, he salido a caminar por las orillas filosóficas de entre mares, allá por donde antiguamente extraían sin descanso el agua del Mar Menor para depositarlo en las balsas de almacenamiento donde el sol iría evaporándolas hasta dejar sólo la sal.  Esta ruta, hoy convertida en camino de paseantes para peregrinos devotos de la soledad, atléticos senderistas, viandantes solitarios..., la utilizo yo diariamente para ponerme en paz conmigo mismo, aclarar mi vista ante la actual confusión beligerante, desenredar mis pensamientos ... Y junto a mis reflexiones he vuelto al pasado imaginándome esas monumentales higueras que hoy me sorprendieron afables con sus buenos días. Y, entre los mil olores que perfumaban mi camino, quise yo encontrar un adjetivo que mejor definiera el olor a higuera. Pero la vi tan subida y ebria del resplandeciente cielo, que me contagió su borrachera..., y no he sabido a qué olían sus apacibles hojas y sonrojados frutos.

El calor moribundo de estos primeros días de noviembre pintaba brillante el verde turgente de sus nutridos pámpanos. Y el aroma original que exhalaban sus ramas, cargadas de alas, polvoreaba mis narices curiosas. El olor no era nuevo, me traía recuerdos de infancia, de cuando me acercaba por senderos de sisca, huerta y agua..., a comer higos en las higueras soleadas y fecundas de ese Maquiz de huerta todavía fértil, hasta que llegaba a un pequeño trozo de tierra feraz, donde un conjunto de higueras me recibían, me abrazaban como madre que espera a sus hijos sudorosos de regreso a casa con la cántara de agua dispuesta y fresca. Y lo mismo que el fuego, ayer de la tahona, exhalaba bendito su olor a pan, cuando pasaba por delante del horno del callejón ancho, hoy el aroma de la higuera... lo siento, pero por más que lo intento, no consigo dar con el nombre que mejor se preste para definir su viva esencia. Y rebusco en vano por mi memoria aromas distintos, apropiados, específicos que atrapados quedaron entre los pliegues acartonados de mi cerebro a lo largo de mi áspera y a la vez perfumada vida. Si dulce decía, no me cuadraba; si amargo, me sobrepasaba; si agrio, me excedía. Y así un buen rato.... Hasta que aburrido me dije: Los muertos huelen a muerto. La vida huele a vida. Y esta higuera en verdad a lo que huele es a higuera. Y este olor que siento es el que mejor le sienta. Las cosas huelen a lo que son. Vale.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©. 

lunes, 3 de noviembre de 2025 in

La taberna donde tomar un cecial

 



La taberna donde tomar un cecial

“entonces, ante un vaso, me embriagan las palabras
de los amigos viejos y los amigos nuevos:
_De acuerdo estoy en todo lo que dices …
_Estamos convencidos, compañero …
_Lo que piensas, muchacho, es muy hermoso …
_El momento, verás, ya no está lejos …” (Carlos Álvarez)

 En una esquina del Mar Menor, se esconde la Taberna de la Lonja que ni es chiringuito, ni casa de comidas, ni bar de paso y sí una taberna, o a mí me lo parece, como las de antaño y con sabor absolutamente marinero en la que puede degustarse todo tipo de pescado que llega desde la costa marmenorense en la que está ubicada. Yo la tengo cerca, a tiro de paseo. Allí manda un tabernero que no sonríe, ni falta que le hace, y que sirve un pescado viejo como las derrotas del hombre en el mar. Hubo un tiempo en que estos pescados eran la despensa de los puertos y las aldeas del interior. Los griegos lo sabían, los romanos lo perfeccionaron, y desde las aguas cartageneras partía hacia Roma, donde el latín lo llamó cecial. Su silueta de serpiente ha confundido a más de uno con morenas y anguilas, y ha provocado rechazos que poco tienen que ver con el paladar y mucho con viejas supersticiones. Espinoso hasta la cola, se aprovecha sólo la parte alta; el resto va al caldo. Se despelleja colgado de un gancho, porque su piel es tan invencible como su olor.

En este rincón del Mediterráneo todavía lo llaman safío. Es un eco del árabe safih, “tonto” o “necio”, palabra que el tiempo ha dejado igual de áspera que la piel del pez. En recetarios viejos aparece hervido con cebolla y ajos, arropado por almendras y pan tostado. Luego, con los siglos, el lujo se perdió. Los marineros lo salan a bordo, lo cuelgan al viento, o lo dejan secar en las azoteas con alfileres, como si fueran banderas de un país que ya no existe. Por aquí se guisa en amarillo, al pan frito, en salsa colorada, empanado o a la plancha. No importa. Siempre sabe a civilización.

En la Taberna de la Lonja, el plato me lo sirven sin ceremonia, con esa media hostilidad que se reserva a los forasteros. El tabernero, pulcro y silencioso, me lo sirvió hace unos pocos días seco y a la plancha, con una desconfianza vieja de siglos. Tal vez porque este pescado no está hecho para paladares actuales, blandos o quisquillosos; tal vez porque yo soy un riojano que ando por allí desde hace algún tiempo. Una semana después, tras acudir casi a diario a tomar mi verdejo y mi safío, el hombre decidió romper el silencio. Me miró, apuntó directo a mi sonrisa, que yo no había perdido, a pesar de que el ambiente recordaba a un saloon del Oeste, y me dijo, solemne: “Me alegra que lo aprecie, caballero. Porque está usted comiendo el mismo pescado que comió Elcano en su vuelta al mundo”. Fue una sabrosa delicia. Vale.

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


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