Vivencia Procesional
Vivencia Procesional
Hoy visto al pueblo de campo
con las ramas del olivo
siendo, temblando, oración
en las manos de los niños.
O espina de oro escapada
de un palmeral amarillo.
El pueblo, Jerusalén
con túnica de domingo
tejida con el sol nuevo
que le llegó desde el frío
o, acaso del otro lado,
de los olorosos pinos.
Campo y pueblo,
pueblo y campo
en elegante equilibrio.
Cuando a Dios lo celebramos
acuden siempre en su auxilio:
flores, maderos, espinas,
ramas de palmera,
olivos…
y sarmientos que flagelan
al Buen Señor y cautivo
La noche del Domingo de Ramos quedé solo en casa, mi señora, Marta mi hija, nietos y amigas, venidas de Cartagena, salieron a disfrutar de su paseo y tardeo. Me senté delante del televisor para fantasear en Domingo de Ramos. Y soñé como una multitud ocupaba las sillas de la carrera nazarena, y otra deambulaba de calle, a plazuela, apresurada y expectante, sorteando los carritos de chucherías y las improvisadas y castizas algaradas a las puertas de los bares. Sentí oler a algodón de azúcar. Oler a palma de Domingo de Ramos recién cortada. Ver, en las solapas de las chaquetas, formando un lazo, diminutos ramitos verdes de olivo, manolas altivas y guapas y como un anciano miraba al cielo y no veía nubes en lontananza.
Comprobé como bullían las terrazas de gentes que burlaban, bajo los naranjos de la plaza, el primer sol que ya prologa el verano. Vi desfilar delante de mí, como ramillete de lirios morados y cofradieros, rosquillas coronadas de ensaladilla y anchoa, por aquí las llaman marineras, que, a golpe de estante de caña húmeda contra la barra marmórea, celebran esta Doménica que es oasis cartagenero y murciano en el comienzo de la Semana que se avecinaba. Y mis oídos estallaron ante la aclamación de la multitud ante el pasar de la popular borriquilla que da nombre al trono de la cofradía.
Aún el sol alumbraba los aleros de algún edificio singular, que caía como escondido, cuando una desconocida silueta, que avanzaba mecida entre las bocanadas de aromas de los primeros azahares, se recortó bajo las palmeras del recorrido. Un vendedor de ramos, artísticamente labrados, instalado ante la verja del convento, quebraba por unos instantes el eco de la siesta de esta tarde-noche de primavera. Luego se hizo el silencio. A lomos de una borrica, Cristo caminaba hacia Jerusalén.
Vuelvo a la realidad y recuerdo aquellos años, prodigios de Murcia y las sorpresas de Cartagena. Fue hace años, en 1961, cuando, por circunstancias estudiantiles, se me dio la oportunidad de ver llegar la Semana Santa y sus desfiles procesionales en ambas ciudades. El poeta que nació en el patio del limonero no sabía cómo había llegado la primavera. Yo sí sé cómo llegué a disfrutar de esos sagrados días presenciando en ambas ciudades sus desfiles procesionales. Y los presencié con la característica luz de primavera. Yo sé cómo llegó la Semana Santa y como llega todos los años a Murcia y Cartagena.
Sentí respirar, ya lo escribió Jorge Guillén, la luz. Esa luminosidad, que rebrota inquieta de cofradías desde la huerta hasta el campo y se mantiene intacta al caer la tarde sobre los tronos que componen el cortejo, el avanzar de sus nazarenos en procesión contando, suspiro a suspiro, las horas largas de gozo que les queda. A poco les sabe, como cada año. Y a mí, también hoy, despertar de este sueño. ¡Feliz Pascua Florida para todos!
Estos días se llevan
entre aguanieve y frío
el ayer de tinieblas
y el hoy, ya florecido.
Texto La Medusa Paca y fotografías cortesía de un amigo. Copyright ©.
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