viernes, 12 de noviembre de 2021 in

De mis días

 


De mis días

Esta mañana, después de la estruendosa y reluciente tormenta de anoche, compruebo que hay una sonoridad extraña en la playa, que puede ser porque está semivacía y la gente habla más bajo o está callada. Hace unos días, cuando todavía estábamos en el veroño y tomando, mi señora y el escribidor, algo en el Magallanes, bareto de la Curva, vimos a unos niños pescando cangrejos, azules y de última generación, unas niñas bañándose y unos adolescentes corriendo. Observándolos recordamos los baños que nos dábamos hace veintiún años junto a nuestros hijos, entonces muy niños, cuando el Menor era un auténtico balneario, donde todo era tan limpio, aunque fuera hubiese suciedad.

Entre esta sonoridad extraña y la semivacía arena, revivimos, hará catorce o quince años, un baño en ese mar, entre barcos perfectamente fondeados y pisando verdes posidonias, haber escuchado cómo las campanas del oratorio de la Ciudad del Aire llamaban a misa y prestar atención a un bañista, probablemente huertano de La Ñora, decir titubeando a su señora “si no sería más místico ir a escuchar al cura, que podría amenazarles con las penas del infierno o introducirse en las aguas como si Dios estuviera allí para abrazarlo.” Está claro que el huertano y señora optaron por lo segundo. Su voz tenía algo de marea viva, y sus palabras eran ricas como ese plancton compuesto de sabiduría, experiencia y sentido del humor. Eran otros tiempos.

Dejo de recordar y quedo aquí con mis historias y ¿preguntándome si de los ciclos de ahora ya estamos saliendo mejores? No lo sé. Primero voy a reflexionar qué significa “salir”. La conmoción que ha dejado esto va a durar mucho tiempo. Si hubiera una vacuna, ya definitiva… pero hasta dentro de años, nada. Y la vacuna vale si estás sano: si estás enfermo no.

Yo no salgo, mejor, salgo muy poco. Doy el paseo matutino entre dos mares, unas dos horas, y siempre acompañado de mi esposa; atiendo a mis arbolitos y así hago en el jardín algo de gimnasia y tal, pero me he dado cuenta de que en la calle, mercadillos, supermercados y terrazas ya ha aparcado todo el mundo: ancha es Castilla.

Aquí en Garnacha ya están cantando los mirlos. Yo me tomo un rioja crianza y, en ocasiones, algún buen reserva junto a unas huevas de mújol, unos trocitos de mojama y almendras Marcona tostadas. Y ¿para qué voy a ir a una terraza? Lo único que quiero es poder trasladarme de Garnacha a Villamediana una vez cada dos meses, hacer un alto en La Fondica, tomarme unos huevos rotos con jamón de Teruel con una buena trufa negra rallada y ya está. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

 

 

 

 

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