“Fotos que no hice en su momento”
Huerto en Ayabarrena, aldea de La Rioja, en las proximidades de
Ezcaray
“Fotos que no hice en su momento”
“En mi casa blanca de la calle Nueva había una cancela que daba
del patio de mármol al de los arriates. La cancela era de hierro y cristales,
blancos, azules, granas y amarillos. Por las mañanas ¡qué alegría de colores
pasados de sol en el suelo de mármol, en las paredes, en las hojas de las
plantas, en mis manos, en mi cara, en mis ojos!¡Con la luna de noche, qué
belleza, mate sorda y rica!” (Prólogo:
“Por el cristal amarillo” Juan Ramón Jiménez)
“La Natura es un templo
donde vivos pilares
dejan, a veces, brotar confusas palabras;
el hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.
(Charles Baudelaire; Las Correspondencias)
Recomiendo este libro, recomiendo su lectura, nunca lo
he hecho, nunca he recomendado nada, hoy lo hago después de leer “Fotos que
no hice en su momento”, y lo hago como la gustosa
obligación de un rezo diario. Es un libro breve, de sólo sesenta y ocho páginas
que, en sus aisladas oraciones, me han acercado al cielo de la literatura
exquisita.
Es un librito tan
sencillo que parece escrito para todos aquellos que provenimos de aquellas
zonas rurales del ayer y hoy, como dicen, vaciadas. También para los demás. Así
de sencillo, el título. Y así de sencillo, el libro todo. El libro, todo él,
está escrito con palabras llenas de campo, y si sale del campo es para
nombrarlo con otras palabras y mirarlo desde otra perspectiva. Antonio
Santos, su autor, ha recogido -qué hermosa cosecha- lo mejor del campo y de
sus gentes para envolverlo en estas páginas bellísimas, sutiles, cuasi etéreas
a veces, y a ellas entré y cuando salgo, a ellas vuelvo. Para mí es un libro
que nunca terminaré de leer, porque nunca dejaré de leerlo.
Antonio retrata la siesta campesina: “Como flor que se
repliega sobre sí, ya acabado el almuerzo, cerrábamos puertas y ventanas.
Extendíamos, en el leve frescor de las baldosas, un viejo saco sobre el que
tumbarnos, y se hacía la quietud…” Y Antonio habla de aquella mimosa que
trajeron sus padres: “Del viaje de novios trajeron como piedra de fundación el
esqueje de un árbol cuyo nombre desconocían. Mi padre lo plantó a unos metros
de la casa, hacia el este, al lado de la cuesta que daba acceso a la tierra de
labranza…” Y completa la misma foto: “No supieron nunca su nombre; siempre fue
para ellos el árbol de las flores.” Y pinta cuando volvían, niños, del cine:
“…teníamos que volver con la sola compañía de la luna grande. Esa luna que
había iluminado minutos atrás a los seres de ultratumba y que ahora convertía
en fantasmas las secas cardenchas del camino.” Y dibuja la luna de agosto:
“Filtra la parra la luz de la luna de agosto. Como si un relámpago no
interrumpido iluminara la escena, todo se ve: el colgadizo, la higuera, los
perros que juegan y a veces ladran, desconcertados quizás por el extraño día
que la noche les brinda. En su silla de anea dormita mi abuelo. Lo acaricia el
frescor, cosquillea en su rostro un juego de luces y de sombras que lo vuelven
fantasma, espectro divertido.” Y reproduce las tormentas del verano: “Agosto se
camufla en víspera. Oscurece la tarde. La llena de un impúdico olor a tierra
humedecida que noto también en mi cuerpo de niño. Abandono la ropa en el fino
rastrojo que me hiere: a su engaño le enfrento la verdad de mi sombra. Que me
venza si puede, que mañana vendrá otra vez la certeza.” Merece la pena.
Vale.
Vieja casona con versos de poeta: Poyales
PD. Para escribir este post me ha servido como modelo el escrito
por Antonio García Barbeito y titulado “Lecturas”
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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