Septiembre frutero, alegre y festero
Septiembre frutero, alegre y festero
Septiembre es el recuerdo de la recogida de los
últimos frutos: cereales, melón, melocotón, uvas, higos, zarzamoras…También es
el mes de las grandes fiestas organizadas en los pueblos, una vez terminadas
las eras y encerradas las cosechas: son festejos de bailes, bandas de música, y
otras algazaras.
Y también el mes de las lluvias que: “Si me fuese permitido, haría ahora una pequeña confesión: a mí me gusta
enormemente la lluvia, casi tanto como me encanta la bruma y la niebla...Parece
que por estos pagos hay mucha gente que considera que tendría que hacer más
sol, que el sol que podemos gozar no es lo bastante envarado, ni lo bastante
rabioso, que nuestra luz tendría que ser más dura y explosiva, y el papel secante
del cielo, más metálico y esmerilado. Pero yo no puedo evitarlo: a mí me gustan
la lluvia y la niebla”. (Josep Pla, La lluvia, la
niebla)
Así, como
estoy cercano al mar, miro con esperanza la luna mortecina, menguando, que
flota en un cielo lechoso, velada por un fino estrato de nubes. Es el anuncio
de las primeras lluvias de septiembre en una tarde-noche después de un día
cálido, con la atmósfera cargada de humedad formando células de tormenta y
truenos resonando a lo lejos, rasgando el sonido del horizonte. Fuertes ráfagas
de viento sacuden el palmeral delante de la casa, siempre en dirección hacia la
tormenta. Los primeros goterones levantan el polvo del suelo, liberando el
aroma más delicioso: el olor a lluvia provocado por ese olor a sal del cercano
salobral.
Y, de repente, una suave llovizna empieza a regar
los senderos salitrosos. La humedad ambiente reaviva a las plantas, pero
también los ánimos y las gargantas de las aves de las charcas salineras.
Alrededor de la tormenta danzan los vientos y vuelve la música del fin del
concierto veraniego de los: Zampullines, serretas, gaviotas reidoras y argénteas,
cormoranes moñudos, martín pescadores, pollas de agua, flamencos, cigüeñuelas,
abocetas, charranes, garzas, tarros blancos...sonando a vitalidad y alivio.
Y, de repente, siento correr regatos de agua por los
suelos resecos. Y a su sonido acudir los archibebes, correlimos menudos,
vuelvepiedras, somormujos, patos nadadores anfibios, principales víctimas de
los periodos de sequía prolongados. Entre trueno y trueno escucho croar las
ranas comunes y silbar los sapos parteros.
Lamentablemente, estos aguaceros de verano nunca
duran. Siempre escampa demasiado pronto, y del suelo aún caliente de las
vaguadas se levantan jirones de niebla enredados en las copas de los árboles.
Y sentado junto al vaivén de las olas contemplo a
las escuadras de correlimos tridáctilos corretear por la playa y aprovechar la
retirada de las aguas para picotear el fango y volver apresurados hacia arriba,
tierra dentro, justo por delante de la espuma. Y así, una y otra vez.
Pero en el suelo recién empapado, entre los silbidos
de los anfibios y las llamadas de los insectos, arrancan procesos silenciosos,
que llenarán de olores y sonidos los saladares del incipiente otoño para
alimentar, en las montañas, los bramidos de la berrea del ciervo.
Y termino
evocando aquel texto unamuniano que, después de visionar el paisaje, viene al
pelo: “Hubo
árboles antes que hubiera libros. Y acaso, cuando acaben los libros, continúen
los árboles. Y tal vez llegue la humanidad a un grado tal de cultura que no
necesite ya de libros, pero siempre necesitará de árboles. Y, entonces, abonará
los árboles con libros."
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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