¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad!
Me enseñaron
y soy fiel a esas enseñanzas que la Navidad es: Misterio. Omnipotencia. Divinidad
e infancia, manecitas diminutas, fragilidad y desafío. Pequeñez entre los
pequeños, fragilidad e inerme, capacidad de subvertir y despatarrar al universo.
Luz vivaracha de una cueva y fragilidad de un niño gimoteando entre las pajas
del pesebre.
Me enseñaron
y así lo transmito que la Navidad es el nacimiento de un Niño manoteando en el
interior de una cueva. Dios, habitante del empíreo. Pastores adorantes ante ese niño nacido en un pesebre al calor de
una mula y un buey. Pastores acampando sus rebaños, con las mismas zozobras y la misma
pobreza y laceria que Aquel amamantado a los pechos de su Madre y refugiado
aterido en su regazo, como cualquier niño en el mundo. Cobijado en una carantoña o un arrumaco de su Madre. Trastorno
universal, ese trastorno que Chesterton escribió y recuerdo entre sus paradojas
al decirnos que: “en la Navidad celebramos un trastorno del universo y una
inversión de nuestras categorías mentales. Adorar a Dios significaba hasta la
Navidad elevar los ojos a un cielo inescrutable que nos sobrecogía con su
inmensidad; a partir de la Navidad, adorar a Dios significa volver los ojos al
suelo”.
Y este
trastorno o cataclismo es por lo que, alborozados, honramos y celebramos, cantamos
y reímos y montamos belenes y nos reunimos con nuestros familiares, durante
siglos, con la misma conmovida exultación de aquellos pastores, recordando que el Niño fue acogido en una familia, como
nosotros mismos lo fuimos.
Observo que la
Navidad que era verdadera fiesta, fiesta entrañable, no pánfila, ni huera, ahora
es aspaviento, disfrazado de algazara.
¡Qué suenen las
campanas de Navidad, que sigan resonando como zambombazos en la noche, porque el
Misterio que yo recuerdo acaeció, porque así me lo enseñaron, en una cueva de
Belén!
Texto de La Medusa Paca y fotografías
de Qapta.es. Copyright ©
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