Verano en Grávalos
Verano en Grávalos
Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
En el cénit, la luna, y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo, como un fantasma. (Antonio Machado)
“En
la infancia se vive, después se sobrevive.”
Es
lo que, alguna vez, sentenció el poeta Leopoldo Panero. Sí, el niño es el padre
del hombre. Después, viene la memoria. Caprichosa arbitraria, repentina, fugaz,
que intenta ordenar lo que no son sino relámpagos que iluminan las sombras de
los recuerdos. Nadie recuerda dos veces de la misma manera el mismo hecho
sucedido. El tiempo borra los perfiles, dibuja contornos en la niebla brutal de
la vida Y queda la infancia, lo primero. Los fogonazos que le despiertan a uno
por culpa de, o gracias a, un olor, una música, una fotografía, un nombre…
Hay
días, hoy es uno de esos, en los me está gustando fantasear con la hermosa idea
de volver un rato al fondo de los fogonazos de mi infancia. A esos días en que
aún los sueños son ciertos e imposible su herida. A veces me sucede recordar,
supongo que como a todos, lo que no he olvidado, aquel sitio de ser niño como
un cobijo y yo tengo varios. Ahí fui feliz. Feliz de veras. Antes de la primera
tristeza. Del primer desengaño. Del estirón definitivo. Y del amor, que vino a
lo lejos dando sustos, como es su deber.
Hoy
es uno de esos días, días de sol y moscas. Días de finales junio, días en los que
el mes de Jano comienza a meterle, ya está ahí, fuego a los rastrojos. Y en mi
plaza ya no queda libre un sitio con frescor porque las fuentes, “la Dura y la Delgada”,
se han secado. La acacia, allá arriba, en el centro de la plaza, agarrada al
quiosco de la música, es esa fotografía sedienta de un verano de desprecio,
verano de mi infancia y de noches a punto de entrar en dormido.
A
las mozas y mozos, esperando llenar el cántaro de agua, se les agotó el agua.
Para calmar la sed de los que estaban a la fresca de la puerta, aquella vieja
fuente, lugar de encuentro, amoríos y consejas, tendría que haber existido un
pozo con veinte manantiales fríos, pozo de huerta vieja con noria, golondrinas
y vencejos volando rasos, rebosando, pero no, las fuentes ya están secas y junio
ha comenzado a encender los rastrojos y a calentar las piedras de la baranda de
las fuentes. Y el sol, al llegar la tarde, más que alumbrar, busca donde
esconderse como ese fiel perro orientado y guardador de descuidos tras las
telas de cortina de la puerta de la entrada. Y caminar sobre las encendidas
piedras de la plaza sin encementar me recuerda el caminar sobre las brasas de
San Pedro Manrique, estamos en fechas y en noches sanjuaneras.
El
calor es lo más antiguo en el escalafón de nuestra vida. Para apaciguarlo había
que echar un trago, el trago, ese hilillo de trago, tomado del botijo, que nos
sabia exiguo al pasar por la garganta. La saliva nos engordaba cuando alguien,
enamorado de Antonio Molina, y para que la noche fuese menos larga, entonaba el
“Yo soy minero”, hasta por tres veces, bajo aquel entoldado de estrellas, donde
el sol había tostado el infierno…Verano en Grávalos, sol y moscas. Día de San
Juan.
Esta
tarde, noche de san Juan, mientras las miro, las hojas de las palmeras delante
de la casa se han sacudido con un golpe de viento la luz de media tarde, como
si saliesen chorreando de un mar de luz. Me he dado cuenta de que ya es verano. Por los mismos motivos, dichos y redichos en años
anteriores, el cuaderno de la Medusa se entorna hasta el mes de
septiembre.Vale.
Texto y fotografías La Medusa
Paca. Copyright ©