¿De verdad es Primavera?
Stipa tenacissima
¿De verdad es Primavera?
Me pasa mi amigo Evencio García Lamiquiz un término
con el que se ha topado en su enésima relectura de “Misericordia” de Benito
Pérez Galdós y que es el de Atocha para la planta de la
espartera (Stipa tenacissima) cuya hoja se llama esparto. Atochal, o
atochar, es el campo plantado de esparteras en la ladera soleada de los montes,
y también en los caminos que suelen conducirnos a calas, bahías, playas y
ensenadas de la costas murcianas y almerienses y, también a santuarios, ermitas,
oratorios o capillas y que, en tiempos, algunos fueron oscurecidos por algún
rayo que llegó hasta incendiar el atochar según determinadas leyendas que se
tejen como conversación de las pleiteras: mujeres que trenzaban la pleita, la
tira de esparto. Hoy reconozco que la tierra es más fértil que en otros tiempos
bajo la atocha, al evitar la erosión del suelo, y estos días están hermosamente
florecidas con sus espigas llamadas atochines que servían y aun sirven para
barrer las chimeneas, igual que las retamas de escobas que, ya sin uso,
florecen hoy de amarillo como mariposas limoneras, u oropéndolas escapadas de
la jaula que son nuestras manos.
Y andando estos días por secanos espartales, éstos me
han conducido hasta los recuerdos de los esparragales, de los huertos de ajos
tiernos y de tiernísimas habas, resucitados en estas mañanas soleadas de estos
días Pascuales pero heladoras de abril que convidan a salmodiar la vuelta de
las golondrinas, vencejos, gorriones y el pasar de las torcaces. Es, también,
tiempo de observar a los caracolillos pegados a la carena de ese barco
semihundido en el Molino de La Calcetera. Es tiempo de inspeccionar la primera
escalada hacia la belleza de los vecinos rosales, medio aturdidos ya por el
pulgón. Son días de olfatear el azahar de los naranjos, limoneros y jazmines y
quedarse congelado ante esas flores de cerezo desafiantes a la nieve antes del
deshielo, en el deshielo y después de la descongelación. Debo proponerme
observar cómo las semillas, después de pudrirse, tratan de germinar y el trigo
intenta el primer verde oleaje.
Sembrado en campo riojano
Y, también hoy 12 de abril de 2018 deseo que se
cumplan toda esta letanía de peticiones: que en la madrugada tenga la necesidad
de estirar una pierna hacia el lado fresco de la sábana para sentir deleite;
que, al abrir los ojos, tenga la exigencia de descubrir que está el
sol en la ventana y lo hace en mi honor derrochando agradecimiento; que la
brisa primaveral de este cercano Mar Menor infle los visillos y llene mi
habitación de un aroma de mar, mientras los jilgueros, gorriones, verderones y
los mirlos corretean entre los geranios invitándome a cantar como lo hizo José
Zorrilla en “De Murcia al Cielo”.
Aquí,
en nuestra buena España,
donde
se duerme la siesta,
donde
se canta la caña,
donde
el trabajo molesta
y
es la vida una cucaña.
Y ahora que
estoy terminando es mi deber confesar que pienso y escribo mejor los días de
lluvia, esos días desapacibles en los que me quedo en casa con unas lentejas al
fuego y el agua tras las ventanas. Aprendí, así me lo enseñaron, a dejar lo
escrito en barbecho como ese agricultor que piensa mientras observa la tierra
encharcada y al ganado dejando huellas en el barro alargadas como sombras.
Vale.
Orquídea silvestre
Texto
y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
Leave a Reply