Cuarenta años de ilusiones
Cuarenta
años de ilusiones
Esta noche me
he puesto a soñar en blanco y negro, he sentido el placer de vibrar con el
miedo, he disfrutado observando como se usaba el talento y el buen gusto hasta
comprobar que en la TVE también cabía el arte mientras en el cuarto de estar,
un rincón de la cocina y en el salón se reunía la familia por las noches
esperando que Don Cicuta fuera capaz de construir ilusiones con rayos
catódicos.
Esta noche me
han entrado unas ganas enormes de comenzar a dar gracias por todas aquellas
respuestas a veinticinco peseteas cada una; por la calculadora de aquella
pequeña e infantil Victoria Abril, aquella que un día Ibáñez Serrador predijo
iba a ser actriz ; por todos los supertacañones con aquel estrafalario don
Cicuta y sus sabias respuestas; por la Ruperta que a partir de entonces dio
nombre a todas las calabazas, las agrícolas y las docentes; por todos los
apartamentos perdidos y los que fueron a buenas manos; por aquellos coches
sobre los que nevaban azafatas de gafotas grandes y ternura inmensa; por
habitar en mi imaginario y en el de todos aquellos que hoy, al leer esto, se
unen a este abrazo tan gordo…por tantas y tantas cosas de las que no me olvido
pero que aquí no caben.
La razón por
la que he soñado esta noche no ha sido otra que, hoy martes 24 de abril, se
cumplen 40 años de un programa que fue elegido entre los 25 más importantes de
la historia y que era capaz de reunir delante del televisor a 20 millones de
espectadores.
Fuera ya del sueño debo
decir que siento que los hijos de mis hijos no puedan sentarse delante del
plasma o del moderno televisor LED de color y 3D para poder presenciar a esas lindas exhibidoras de muslamen, cortadas por el mismo patrón y condenadas al mismo tipo de
fama y poder quedar inhibidos por adivinar el espectáculo final con el suspense del automóvil...que le hiciera tan
popular. Esto tiene su mérito.
Fuera ya del sueño quisiera que ellos comprobasen
qué era eso de subastar las palabras al precio módico de “por veinticinco
pesetas”. ¡Ay la peseta! Por de pronto la peseta, la gran vedette del
espacio, ha cambiado, ya no existe: se ha devaluado. Ya no es la misma peseta
de entonces. Ni física, ni metafísicamente. ¡Ay, que dónde dije peseta, ahora
gritan queriendo decir euro!
Fuera ya del sueño deseo decirles que el tiempo no ha pasado en balde,
tampoco para mí, que España permanecía adormecida por decreto-ley que, desde
entonces, han acontecido un montón de cosas y que se logró hacer del famoso
concurso un producto encantadoramente retro, aunque siempre habrá algún
progre que trate de calificarlo como estúpidamente subdesarrollado.
Fuera ya del sueño debo señalaros que, cuando en los papeles ni siquiera se
podían escribir las siglas de la democracia cristiana, esto ya lo iréis
entendiendo, pues nada más normal que nos divirtiéramos como niños de la E.G.B.
con tales encantadoras “chorradas”.
Ahora, ya despierto, os contaré que será muy difícil que podáis sentaros
delante del televisor para presenciar un programa como aquel de los abuelos
porque lo que ha variado, mayormente, ha sido el contexto y, como dicen
literatos empedernidos, no es lo mismo escribir El Quijote en el siglo de
Cervantes que en el lustro del revisionista Pierre Menard. Ahora las televisiones están en
otra encomienda: en el facilón método de halagar las bajas pasiones o sea, las
pasiones del bolsillo y las de al lado del bolsillo. Con el tiempo
comprenderéis por qué la máxima de los antiguos tenía claro aquello de: similia similibus curantur: los programas
televisuales semejantes se curan por medio de otros semejantes.
No preocuparse, no habrá semejanza: sería muy difícil que un concursante de
hoy aceptara como premio el ser poseedor de un metro cuadrado de tierra en
cualquier cementerio del suelo patrio. ¡Impensable y terrible!
Se habrán dado cuenta de que lo escrito hoy no es otra cosa que recordar ese
programa de la tele en blanco y negro y que tuvo a Don Cicuta como personaje,
que de ser odiado, pasó a ser un hombrecillo tierno y muy creíble divirtiéndonos.
Texto La Medusa Paca. Copyright
©
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