sábado, 13 de septiembre de 2025 in

MI INFANCIA Y SUS PÁJAROS

 

Chiringuito de secano

“Ella esperó los días de verano,
Ella esperó más de siete años,
Todos los años pasaba un transeúnte.

Ella esperó los días de invierno,
Y su cabello estaba a la espera
De recordar la luz.” (Maurice Maeterlinck)

 

MI INFANCIA Y SUS PÁJAROS

 En mi infancia muchos de los pájaros que volaban a mi alrededor tenían un plumaje negro (tordos, cuervos), en blanco y negro (alcaudones, golondrinas, cigüeñas, vencejos, aviones, urracas), o de colores parduzcos y terrosos (gorriones, ruiseñores, alondras, cogujadas, malvices). Esta sobriedad cromática armonizaba bien con el espíritu sombrío de la época o les servía para camuflarse y desafiar nuestra inconsciente crueldad (producto también de aquellos tiempos). Sobre dos de ellos pesaba una prohibición ancestral no escrita, un tabú religioso que los convertía en intocables. Las golondrinas le habían arrancado las espinas de la corona a Cristo; las cigüeñas anidaban muy alto, muchas veces en sagrado, y servían de volátil excusa para no explicarles a los niños la elemental biología de la reproducción.

Pero existían unos pajarillos alegres de canto y de plumaje. Su nombre más común es el de cardelina, pichentes, verderones, zorzales, tórtolas, pinzones, jilgueros, pardillos ... Nosotros, remarcando sin saberlo su feliz rebeldía contra aquel mundo en blanco y negro, los llamábamos colorines. “Chui, chui, ya han caído”, eran los tiempos de nuestra juventud, recordó mi amigo después de dar vuelta a sus cepillos o costillas con su respectiva aluda, hormiga con alas, revoloteando en el “chicholete” del cepillo, que nos servían para cazarlos de las más diversas maneras, con red o con esa liga casera, pegamento natural, que se untaba a lado del cebo, y se colocaba encima de los zarzales o ramajes resecos, debajo de la higuera, debajo de la parra, recién vendimiada, sobre cardos, lentiscos, haramagos y en los calvas de los encinares. Todo esto son recuerdos de mediados y finales del siglo XX y es mi experiencia con amigos de siempre y de tiempos pasados. Eran días de holganza, de diversión y, sobre todo, de disfrute gastronómico: era un alimento saludable, que aportaba alto valor nutritivo y se digería con suma facilidad. Vale.

PD. El público urbanita no sabría hoy ni procesar ni cocinar los animales cazados, ni cuenta en sus viviendas con el lugar y los medios para hacerlo. Siempre recordaré, ¡ay amigo!, va por ti, gran gastrónomo y cocinero, que cuando asaba unos zorzales introducidos en un pimiento morrón, los servía a la cuadrilla pronunciando inexorablemente aquella frase: “hoy vamos a deleitarnos con el sabroso sabor rojo de la huerta y el pajarillo asado más chico que pueda comerse”. Que aproveche. Días.

 

Nido de gallareta

Texto y fotografía de La Medusa Paca. Copyright ©.

 

sábado, 6 de septiembre de 2025 in

De vuelta

 

Varias personas despidiendo el día desde el Parque de las Tetas, en Madrid.

 De vuelta

“Era en Numancia, al tiempo que declina

la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.” (Gerardo Diego)

Se me está rompiendo el verano, al fin y al cabo, como concepto y sueño con el otoño adelantado de cenizas, de hojas por el suelo, turrones y mazapanes, seguro dentro de unas semanas, puestos en los lineales de los supermercados y ya estamos en la cola para comprar lotería de Navidad. Ellos son los que le han puesto fecha de caducidad.

 He Vuelto al mar para estar tumbado en la playa oyendo el rumor del rebalaje y disfrutar de un Rioja rosado bajo el sueño de una parra disfrutando de esas noches menos tropicales atravesadas por las perseidas. he vuelto al mar para disfrutar sintiendo cómo la canícula se va deshaciendo entre el sopor tórrido de aquella pasada, augusta y lenta ola de calor, según el verso de Gerardo Diego, y aleja el horizonte del final del verano.

Nada de esto me va a quitar el sueño en esa siesta insuperable debajo de una higuera por donde corre algo de brisa o en casa con los postigos echados mientras oigo a las cigarras interpretar a Vivaldi.

Ya está aquí septiembre; de momento el objetivo es tomarme unos espetos de sardinas en cualquier chiringuito de las playas ribereñas, unas gambas rojas de Garrucha, atún rojo de las balsas de aquí y tan cercanas del Mediterráneo... frente al gran azul. Y evadirme mientras paseo entre amaneceres, entre molinos, lagunas saladas, donde habitan los flamencos o los pinares de la Torre Derribada. Aquí todo huele a mar, pinares, brasas y algo de Nivea, hasta que vuelva el ruido…que volverá. El otoño, en fin, no tardará en llegar. Pero no hay prisa. Tú ya sabes aquello de que, si el abad juega a los naipes, a saber lo que harán los frailes. Pues eso mismo...Vale.

 

BAÑO EN LA LLANA

 

Cuando agobia el calor tórrido,

los granos de arena actúan como brasas

en sus anchos arenales

y cuando el agua está más caliente que el aire

me gusta buscar refugios climáticos

ya sin los agobios del termómetro;

una nueva zona de confort playero espera

junto a una gastronomía de fábula

y el privilegio de poder dormir a pierna suelta.

La arena se recuesta al filo de la Llana

refrigerada donde los haya,

ventosa,

mucho menos frecuentada.

 

PRJP. N.º 84 En los bordes del Mar Menor cuando ya no están los niños solos.

 

Una persona con la mano en la playa

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Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


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