Torrent. Fotografías del Diario Levante
Cañas y barro
“En el agua muerta, de una brillantez de
estaño, permanecía inmóvil la barca-correo: un gran ataúd cargado de personas y
paquetes, con la borda casi a flor de agua. La vela triangular, con remiendos
oscuros, estaba rematada por un guiñapo incoloro que en otros tiempos había
sido una bandera española y delataba el carácter oficial de la vieja
embarcación. Un hedor insoportable se esparcía en torno de la barca. Sus tablas
se habían impregnado del tufo de los cestos de anguilas y de la suciedad de
centenares de pasajeros: una mezcla nauseabunda de pieles gelatinosas, escamas
de pez criado en el barro, pies sucios y ropas mugrientas, que con su roce
habían acabado por pulir y abrillantar los asientos de la barca.” (Blasco
Ibáñez, prólogo de Cañas y Barro)
Comarca de La Ribera de Valencia. Europa Press
Llevábamos unos cuantos días, meses pidiendo agua y
nos llueve muerte. Un cañaveral se repone en poco tiempo, los patos saben
siempre dónde anidar, pero una vida humana que se va, se va para siempre.
El agua, lo comprobé en la DANA de 2019, aquí en
Garnacha, viendo cómo anegaba las inmediaciones de la playa de Castillicos y
los cercanos campos de naranjas, alcachofas, lechugas, otros productos
agrícolas y arrasaba viviendas, era como una fiera acorralada, o abochornada,
impredecible, sedienta de llevarse por delante lo que encontraba. Lo mejor fue
y es huirle a tiempo, no darle jamás la cara. Me lo han manifestado hace unos
días unos agricultores del Campo de Cartagena tomando unos rosados junto a unas
marineras: “La lluvia siempre es un golpe de Estado; una toma, una conquista.
La lluvia no negocia: impone, dicta, ordena, manda, ocupa. Baja la lluvia por
la rambla y nada se resiste a su avasallamiento”. ¿Quién tiene la culpa de
tanto desastre, de ese resumen que tiene título de novela ¡valenciana, para más
inri!, “Cañas y barro'?, junto a la pérdida de cientos de vidas humanas. Está
siendo horrible. Pedimos lluvia y jarrea muerte.
No, no es culpa del agua. Me lo están diciendo los
agricultores de aquí que saben de esto y lo sufren: “…la lluvia, siempre que
viene, viene a lo suyo, a sus propiedades. Cuando la vemos correr, no es la
primera vez que corre por una ladera, un río, una gavia, una avenida, una
rambla casi siempre desbordada… Y la lluvia también es siempre una reconquista.
La sequía no es sino el viejo territorio perdido de la lluvia”. El agua,
siguen diciéndome: “no engaña a nadie: lleva miles de años bajando, y desde
entonces tiene trazados sus caminos, sus veredas reales, sus ramblas y
torrenteras. Y lo sabemos, conocemos esos sitios del río, de los arroyos, de
las ramblas. Pero no hacemos caso”. Y ahora, “cañas y barro”.
Y ruina económica. Y muerte, mucha muerte. Nos lo dijeron: “Las aguas llevan
mucho tiempo bajando y no le hacemos caso, y ya ves…”
“De pronto se hizo el silencio, y la
gente del correo vio aproximarse por la orilla del canal un hombre sostenido
por dos mujeres, un espectro, blanco, tembloroso, con los ojos brillantes,
envuelto en una manta de cama… y aquel hombre temblaba, chocando los dientes con un
escalofrío lúgubre, como si el mundo hubiese caído para él en eterna noche. Y
el tembloroso fantasma de la fiebre repetía como un eco, con los sollozos del
escalofrío: ¡Per caritat!
Per caritas...!” (Blasco Ibáñez, prólogo de Cañas y Barro)
Lo que queda del parque natural del Turia. Foto Las Provincias
Texto La Medusa
Paca. Copyright ©.