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jueves, 24 de diciembre de 2015 in

FELICES PASCUAS, MARIA





FELICES PASCUAS, MARIA

Como “esta noche es Nochebuena y mañana Navidad” hoy vengo de prestado, prefiero que la canten otros. Préstamo feliz de un amigo, de un poeta reconocido y leído: Víctor Manuel Arbeloa, (Mañeru, Navarra, 1936), es un poeta sobresaliente del villancico, por el caudal y calidad de su producción y por el quiebro y originalidad que da al género. Maneja certeramente los ritmos y sonsonetes del villancico clásico que siempre acude con su palabra jovial y candente para abrir el portal a los aires y los problemas de su tiempo.  Sus villancicos no son una chata lección moral o un bronco alegato. No, todo lo contrario. Sus versos, nuestros versos, son versos ágiles, espontáneos que arrastran, sin esfuerzo aparente, esos materiales de más peso y consistencia.

Y es aquí, aquí tienen sus versos que ya fluyen, acercándose a mi memoria:

Felices Pascuas, José,
que ya es luz de medio día
tu media noche de fe.

Felices Pascuas, pastores,
que pobreza y alegría
no necesitan señores.

Felices Pascuas, pequeño,
que toda la angelería
está velando tu sueño.

Felices Pascuas a todos,
que aunque la noche está fría,
hombre es de Dios de todos modos.

Felices Pascuas María…


Lean y regocíjense con éste de los días previos a la Navidad, cual es el Romance de la expectación al parto:

Por un caminito recto
la Virgen redonda viene
pálida como una nube
copiosa como una fuente
el manantial en el cielo
y el remolino en el vientre.

San José con el ronzal
guía gallardos corceles
mientras reza Aves-Marías
porque el parto sea breve
y María esté tranquila
y el establo esté caliente…



Y gocen con el que se mueve en la mejor tradición del poemilla popular recreado por los clásicos y que hasta está presente AL ALBA:

Al alba venid, buen amigo…
Al alba venid,
al alba.

Mi niño, a quien yo quería,
venid al alba del día.
Mi niño a quien yo esperaba,
venid a la luz del alba.

Venid a la luz del día
de vuestra madre María.
Venid a la luz del alba,
pues sois Vos el que nos salva.

Al alba venid,
al alba.

Y termino, sirviéndome como preámbulo, con esa bendición popular que nuestros mayores, -¡ay nuestros mayores! - nos enseñaron y hasta obligaron a recitar cada vez que nos sentábamos a la mesa para comer:

“Aquel Niño bendito
que nació en Belén
nos bendiga la mesa
y a nosotros también. Amén”.

Niño de Belén,
Bendice nuestra cena.

Danos una risa
de luna llena.

Una alegría
serena.

Y una difícil
pena
por los que no tienen
cena.

Virgen de Belén,
Enhorabuena…


Y ¡Aleluya, vayamos todos a Belén!

Vamos a Belén,
que en Jerusalén
hay aires de guerra,
de muerte también.

En Belén la fiesta
se apagó de miedo.
Campo de pastores,
¿por qué el gozo es duelo?

Vamos a Belén…

Pero, ¿adónde ir
si en el mundo entero
anuncian la paz
ángeles guerreros?

Vamos a Belén,
que en Jerusalén
hay aires de guerra,
de muerte también.

 
Textos recopilados, originales y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

miércoles, 16 de diciembre de 2015 in

Navidad







Navidad

“Veinticinco de Diciembre,
fum, fum, fum.
Veinticinco de Diciembre,
fum, fum, fum.

Un niñito muy bonito
ha nacido en el portal
con su carita de rosa
parece una flor hermosa
fum, fum, fum”.

Navidad es para mí, hombre jubilado, como el silbar de los oídos por la presión del tiempo fugaz al comprobar cómo el viento le muerde las orejas, agotamiento de esos 12 meses para darse de bruces con la tumba de la memoria, fiestas amadas u odiadas, fechas cruciales con demasiada sustancia a las espaldas. Por eso, en este diciembre de 2015, me silban los oídos más que nunca. Y es que el tiempo se me escurre siempre de la misma manera, pero es en navidades cuando me entra el vértigo porque, lo reconozco, siempre fueron un mito básico de mi sociedad, sin fragmentar, lleno de contenido y fiestas de glorificación de Dios, de celebración de la existencia del bien, de afirmación de esperanza de vida y celebración del amparo frente al desamparo, del orden frente al caos, de la bondad frente a la malignidad.

La Navidad es como volver a la infancia, como desarrollar el recuerdo y, aunque yo las quise blancas, nunca lo fueron porque este es un color que sólo existe en las pantallas perdidas de mi puericia. Yo, a falta de otras cosas, llevé siempre en mi mochila, hoy también, ese sueño navideño como si fuese caparazón pascual como de cine. No pudo ser. Tuve que conformarme con ese hogar, mi hogar, bendito hogar, calefaccionado por el calor bendito de la brasa, aunque fuese tardía y humeada y así la siento hoy y todo mi infantilismo lo agradece con fervor. El mundo, mi mundo de niño, siempre se vistió de púrpura y esmeralda, aunque en las tres tiendas existentes en mi pueblo, las de las tías María, Rufina y Apolonia no se vendiese el oro, ni el incienso, ni la mirra de las fábulas, ni hubiese muérdago, teniéndolo cerca, para ornamentar, ni abetos iluminados teniendo que colgar todas las ilusiones de mi pasado en las trébedes colgantes de mi chimenea ahumada y atufada. Allí las dejé, como quimera, y todavía las siento colgadas para uso y abuso de mi memoria, que, a veces, justo es decirlo, se obstina en ser desmemoriada y nunca olvidada. Y hasta resuena, cuando zumba el cierzo, zambomba en las alturas, como himno de añoranzas perdidas, fundiéndose con aquel villancico que bien podría ser el himno oficial de cualquier hogar pueblerino y serrano: “Veinticinco de Diciembre / fum, fum, fum”.

Diciembre, para el niño que uno sigue llevando dentro, todavía huele a musgo y a serrín. Sabe a turrón de guirlache y a villancico, – “Un niñito muy bonito / ha nacido en el portal / con su carita de rosa / parece una flor hermosa / fum, fum, fum…-, a matanza, a tartera de compota en vino dulce y caliente con manzanas asadas en horno de cocina económica, a sonido de campanas, a sucedáneo de mazapán de Soto Segura elaborado por mi madre, ¡ay mi madre! y a gavilla de sarmientos humeantes en el hogar de la cocina; a cordero recién nacido en el corral de la Dula, al juego del tute o subastado junto a la estufa del bar, a baraja sobada sobre el hule de mesa camilla, a brasero, a sonido nocturno de albadas, a hogueras con olor a tostadas de ajo, a esperanza de nieve, a ventisqueros en el Puerto y en la carretera de Arnedo, a malvices al atardecer esperándolas a traición en los olivos o huertos del barranco del Tapiado, a gritos de viento cierzo desatado, ululando por la noche en la chimenea, a sonidos de radio, a recuerdos de viejas historias contadas y al ronco sonido de esa zambomba fabricada en casa con piel de cabrito, carrizo del barranco de La Torre y tarro de hoja de lata. Y a Misa del Gallo y baile de pastores y a sonidos de gaita ronca en la subasta de roscos al atardecer del primer día del año.

Y con todos estos sonidos, olores, recuerdos y remembranzas nunca encontré, sí los hubo sencillos y discretos, grandes juguetes en mis navidades gravaleñas, pero sí es cierto que los soñé obsesivamente. Y, en su sobriedad, siempre sirvieron para hacerme feliz y para comprender una evidencia: las más bellas navidades, las de mi niñez, se desarrollaron siempre en el recuerdo y en la ausencia. Y, ¡atención!, nunca fueron blancas, porque ése es un color que sólo existe en las pantallas perdidas de mi infancia. "Ay, del Chiquirritín, Chiquirriquitín, / metidito entre pajas; / ay, del Chiquirritín, Chiquirriquitín, / queridito del alma". Vale. 

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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