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miércoles, 23 de septiembre de 2015 in

¡¡¡Viva el vino!!!






 ¡¡¡Viva el vino!!!

“Había otorgado otros Líber a mi estirpe femenina, que el voto mayores y que la fe, otros presentes: pues al contacto de mis hijas todas las cosas en sembrado y en humor de vino y de la cana Minerva se transformaban, y rica era su utilidad en ellas.”

Nos narra Ovidio, Metam. XIII, el relato de Anio en el que todo aquello que era tocado por sus hijas se transformaba en vino, trigo y aceite, la tríada mediterránea, hecho en el que hoy se apoya La Medusa para mostrar la relevancia del vino y de las fiestas.

Estos días de vendimia me traen a la memoria a esos monjes goliardos que durante los siglos XII y XIII vagaban por Europa seduciendo muchachas, emborrachándose y entonando canciones libertinas y alegres. Estos libertinos goliardos, siempre riendo, nos  legaron sus “cantatas” profanas, sus poemillas en latín,  donde ensalzan a la vida en oposición al anhelo de muerte.

Son los vinos riojanos, esos que son exaltados cada año en la Vendimia y en sus fiestas, y que recolectados, por estas fechas hará un año, han dormido en las viejas y nuevas bodegas, largos dormitorios comunales, particulares o cooperativos, el sueño de los justos. Y estos días y durante todos los del año despiertan en la fulgurante gloria de una copa, de un vaso o de una bota campera. Y es que esas bien cuidadas recuevas siempre serán: 

Escuela de sabor y de sabiduría.
Archivo de la historia vinícola de un pueblo.
Sala capitular de introspección y perfeccionamiento.
Noviciado de soledad y maduración.
Férvido silencio claustral de la uva y el roble.

Y cada atardecer, ya lo sabéis, entrarán  Baco, atrevido y procaz, Decio y sus amigos sectarios, los seguidores de Baco y, también, los adoradores de Dionisos, y la sumeria, madre cepa, Gestín, donde todos se inclinarán y hasta reclinarán cuando se pongan a beber del chorro de una cuba. Y aprovecharán, por estos días y por los de siempre, para alzar en alto sus copas, compartiendo con ellas esos versos del Carmina Burana que siempre hacen mucha gracia, precisamente, aquellos que hacen referencia al acto de beber cuando estamos en la bodega: 

“Bibit hera, bibit herus,
bibit miles, bibit clerus,
bibit ille, bibit illa,
bibit servus cum ancilla,
bibit velox, bibit piger,
bibit albus, bibit niger,
bibit constants, bibit vagus,
bibit rudis, bibit magus.

Bibit pauper et egrotus,
bibit exul et ignotus,
bibit puer, bibit canus,
bibit presul et decanus,
bibit soror, bibit frater,
bibit anus, bibit mater,
bibit ista, bibit ille,
bibunt centum, bibunt mille.”

“Bebe la señora, bebe el señor,
bebe el soldado, bebe el clérigo,
bebe aquél, bebe aquélla,
bebe el siervo con la criada,
bebe el activo, bebe el perezoso,
bebe el blanco, bebe el negro,
bebe el constante, bebe el inconstante,
 bebe el rudo, bebe el mago. 

Bebe el pobre y el enfermo,
bebe el proscrito y el ignorado,
bebe el joven, bebe el viejo,
bebe el prelado y el decano,
bebe la hermana, bebe el hermano,
bebe la abuela, bebe la madre,
bebe ése, bebe aquél,
beben ciento, beben mil”.

Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

martes, 15 de septiembre de 2015 in

La Barraca





La Barraca

Hoy el viajero, aun no siendo original, dejando que otros hablen, desea adentrase, en la descripción que otros han hecho de la típica vivienda rural murciana en un texto que,  hurgando, hurgando, ha encontrado. Es un texto de un tal José Marín Baldo, titulado “Cuadros de costumbres murcianas”, impreso en Murcia en 1879 y que hace una descripción primorosa de ese producto natural, propio de zonas aluviales donde abunda el barro, la tierra arcillosa, las cañas y la paja. Nos describe La barraca, esa forma de vivienda elemental característica de la huerta de Murcia.

Dejémosle que hable él, nadie mejor que Marín Baldó para darnos una idea de lo que significa la barraca dentro del acervo cultural murciano. Que la cultura de la vivienda rural salga a la luz y de esta manera reivindiquemos la personalidad adquirida a través de siglos y gustos tradicionales de nuestros antepasados, reunidos tan expresivamente en las viviendas populares. Esta descripción es la negación de todas esas proliferaciones  de amorfas urbanizaciones surgidas de forma bastarda, negando el tipismo, la tradición y el folclore de un pueblo, es reivindicar la herencia legítimamente de un devenir histórico:

“Desde hace muchos años, no sé cuántos, pero de seguro que se elevará en cifras a tantos que podemos decir “desde hace siglos”, el huertano de Murcia vive con su familia en una habitación llamada barraca, que viene a ser un término medio entre la choza y la casa, participando a la vez de los elementos de una y otra especie de construcción. Estas barracas se hacen hoy del propio modo, con los mismos materiales, formas y dimensiones que las hacían los abuelos y los antecesores de nuestros huertanos contemporáneos. El progreso en todo linaje de sabiduría, ni los adelantos de todas las ciencias, ni el cambio introducido en las costumbres de los tiempos modernos, a consecuencia de la civilización, que nos ha traído la locomotora, han podido alterar en nada la planta y el alzado de la barraca murciana. 

No tengo necesidad de hacer la descripción de una barraca. Todos los murcianos las conocemos perfectamente en sus detalles exteriores e interiores, porque la fórmula general de estas viviendas se extiende, no sólo al edificio, si tal puede llamarse al que carece de cimientos y se halla cubierto sólo por unas cañas y un poco de albardín, defendido contra todo peligro por aquella cruz de madera colocada en lo más alto de su caballete. 

Tampoco creo necesario decir cómo y por quién se construye las barracas. Pero bueno es decir, para los que no lo sepan, que las barracas se hacen por los mismos labradores, que, a su vez, fabrican los adobes para los muros, plantan los girasoles, que nacen y crecen en dos meses, para vender las “coronas” que producen y conservar sus troncos fuertes y ligeros, después de secos, sirviéndose de ellos como maderos de construcción de su armadura. Ellos cortan las cañas y las secan para tejer con sus manos los dos faldones o vertientes de la cubierta, que recubren de los llamados mantos de albardín. No queda ya otra cosa que hacer, para dar por terminada una barraca, que la puerta y algún ventanillo y la cruz, que son las piezas de carpintería de todo el edificio, y éstas, se adquieren el jueves en el mercado de Murcia, y vienen sobre la sarria del borrico que sirve para ir a recoger las basuras de la ciudad, y cuentan estas piezas de carpintería de taller de tres a cuatro duros o, cuando más, cinco o seis. El pavimento se reduce a sentar bien la tierra con un pisón y barraca terminada, para habitarla inmediatamente. No hay que esperar a que el mortero enjugue y se evapore la humedad de muros y pavimentos. Después viene el hacer un corralillo para los animales de la casa, y los asientos de la puerta, y la hornilla a la intemperie, y el emparrado para los bailes, y la colocación de las tres o cuatro andanadas de zarzos para la cría de la seda, las “lejas” para platos y tazas, sobre el tinajero, y el gancho de madera para la jarra del agua, que se halla destinada al transeúnte que venga a ella para apagar la sed”. 

Contemplarla, declinando la tarde, ha sido un espectáculo. Es entonces cuando han comenzado a surgir y resaltar todos los colores del paisaje. El viajero se ha entusiasmado ante los techos pajizos, negruzcos de la barraca entre la verdura de los naranjales y frutales.


Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

lunes, 7 de septiembre de 2015 in

¡Ay septiembre!







¡Ay septiembre!

Por septiembre
 se te llenan de sótanos los labios
 y es relativo el cielo
 después de haberte visto preguntarle a la vida.
 Pero también el cielo,
 arrugado y preciso
 como tu cazadora adolescente,
 quiere estar entreabierto,
 brillar recién amado,
 descansando en la hierba
 el peso de su larga cabellera de nubes.

 Por septiembre
 se te llenan de humo los síes en la boca. (Luis García Montero)

Ahora que ando por tierras murcianas siento que septiembre huele a lluvia, a higos y también a uvas. Siempre, estando aquí o allí, recordaré a septiembre como ese dulce racimo de uvas agarradas al sarmiento y colgadas de la cepa a punto para ser vendimiadas. 

Septiembre es el silencio del bosque y la caída de las primeras hojas. Es tiempo de que, en los prados solitarios y abandonados de los pueblos, broten ya los espantapastores, que anuncian la trashumancia. Conozco y en alguna ocasión me detuve a contemplar los espantapastores, esas flores de color violeta claro, de hojas finitas y sueltas, que aparecen entre los meses de septiembre y octubre en los montes de los pueblos riojanos. 

Septiembre es el mes cuando se adelanta el tempero para que los arados salgan a la barbechera.
Septiembre es el sol que hace madurar el membrillo. Por septiembre, dice el poeta Luis García Montero, se te llenan de humo los síes en la boca. 

Septiembre es la vuelta a casa, el regreso al tajo, el perezoso reencuentro con la concurrencia. Todo vuelve a empezar, también el morral de las promesas. Empieza el nuevo curso cuando los niños estrenan o heredan mochilas de colores, aunque estas estén nuevas o ajadas. Todavía recuerdo cuando en mi pueblo se abría la escuela por septiembre, después de la Antigua que era el día cuando se cerraba el año agrícola y comenzaba la algazara, aplazando escuchar desde las afueras del patio de la escuela el monótono recital de la tabla de multiplicar. Es de alegría que allí aun pueda empezar todavía el curso porque hay maestros. Es una gran alegría la de aquellos pueblos en los que además de oler a pan los niños juegan en el patio de la escuela. 

Es septiembre, cuando los pequeños pueblos vuelven a encerrarse en sí mismos, cuando la soledad y el silencio envolverán el caserío y cuando sólo se oirá el rumor de los caños de la fuente en la plaza.
¡Ay septiembre! Ahora que tránsito por tierras marinas no me queda otra cosa que salir al borde de la playa para aguardar la luna llena, que no se me escape y pueda hacerme un guiño cuando aparezca por detrás de la palmera mas copuda y redonda del cercano vetusto castillico, para poder admirarla mejor desde la costera. La luna, aquí y allá, siempre ha sido de natural muy coqueto. Ver asomar la luna en soledad y en medio o en la orilla del mar es algo que debe hacerse. Es adictivo.

Ayer, en la víspera de La Antigua, pensaba yo en repetir experiencia, pero el horizonte me avisó: primero se esfumó, acabando luego por borrarse. Lo que se acercaba era otra cosa: era la tormenta y esperé verla avanzar echando su cortina, sus velos en capas, sobre la línea difuminada de La Manga. Y después sobre huertas, naranjales, montañas de sal, esparteras, romeros y retorcidos tamarindos hasta posarse sobre ese hermoso molino salinero, nada imaginario. Y embestir con violencia contra todo y en especial contra las palmeras, agitándolas como si estuvieran poseídas. Llegó el agua. Los cielos se rasgaron y por sus costuras comenzó a borbotear agua como nunca yo había visto. Todo era un quebranto, todo indefensión. Ruidos atronadores y telúricos se apoderaron de los cielos. El trueno fue un retumbar mantenido y los chispazos de los rayos se extendieron  en fulminante verticalidad metiéndome el miedo en el alma. ¡Ay septiembre!

Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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