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jueves, 30 de abril de 2015 in

Mayo: mes de romerías, patios, cruces y huertos






Mayo: mes de romerías, patios, cruces y huertos

“Al amparo de mi huerto
una sola flor crecía:
Flor de Mayo, y se me ha muerto...
Yo la quise, ¡pero Dios no lo quería!” (Amado Nervo)

Es este mes de mayo mes de romerías, un mes sonoro, popular y multitudinario, mes de patios y de huertos, también de cruces, que viene cargado de flores donde el poeta pinta la luz de los cerezos:

Esta tarde, la luz
la traen los cerezos florecidos.
Una luz blanca, incandescente,
que estrena primavera en el entorno.

Y que otras veces el romero vendrá vestido con túnica negra sujeta por cordón, con cabeza cubierta con negra caperuza y sobre sus espaldas la cruz de madera entre cantos propios de cada pueblo y donde hasta las chicharras se apuntan al rezo del rosario. Siempre me impresionaron los penitentes caminando entre las piedras doradas, revestidos de siglos pasados, junto a quienes los precedieron, penitentes a fuer de hombres, con la esperanza verdecida como cristianos del común:

“Vida y dulzura, esperanza nuestra, Dios te salve”.

Y al fondo, cuando el crepúsculo cambia la luz y baja la luz y sube el sonido, siempre pensé en el cambio de todas las tonalidades rurales, al tiempo que ululan los cárabos, rechinan las  lechuzas, ronronean las grises chotacabras, estridulan los grillos...Y, más arriba, ladra, rotundo, un corzo. Y, como cada tarde por estas fechas, un par de patos azulones llegan volando desde el tremedal en busca de tranquilidad en este espacio perdido salitroso.

Y otras veces siempre estará en el recuerdo de esos libros que tengo siempre a mano, fundamentalmente el de las poesías completas del gran fray Luis de León, con sus musicales odas de oro, empezando por la dedicada a la vida retirada. Difícilmente puedo encontrar mejor reclamo que este delicioso poema, que recoge y mejora la herencia de Horacio, para los que amamos el campo y soñamos con el pueblo, aunque sea románticamente. Yo acostumbro a refugiarme en él cuando el agobio y el estrépito de la ciudad y su servidumbre me envuelven y acongojan. Aquí vienen hoy al pelo:

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

¡O monte, o fuente, o río!
¡O secreto seguro, deleitoso!,
Roto casi el navío
a vuestro almo reposo,
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo;
gozar quiero del bien que devo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanças, de rezelo.

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperança el fruto cierto.

Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura;

y luego, sossegada,
el passo entre los árboles torciendo,
el suelo, de passada,
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.

A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

Hoy esto me viene al pelo porque en el pueblo, en el mío, estos días de mayo, pasados ya los fríos y nacidos los tardíos, pienso ya se están ocupando de las tareas de las huertas en Fonsorda, Fompodrida, Estrechuelo…Aunque, ahora, sé que aquellos huertos están cubiertos de zarzas y maleza, llecos, abandonados e irreconocibles. Pero me consuela que, aunque pequeños, sean familiares y estén a un paso de la casa. Todavía recuerdo, cuando el abandono no existía, llegar hasta la entrada de la casa esos cestos cargados de plantas y fajos de coletas, de las moradas plantas de la col, que en mi pueblo pienso, siguen llamándose berza, siempre de los viveros de Calahorra, Arnedo y hasta de Cervera del Río Alhama. Y aquellos manojos de lechuguinos, propios de aquellas lechugas redondas, sabrosas e inolvidables. Y los haces de cebollinos, tomates y pimienta, útiles para plantar siempre a la puesta de sol. Y aquellas patatas de siembra, seleccionadas y traídas de las tierras frías. Y aquellas simientes de alubias y caparrones para sembrar en hoyos y, en su brotar, trepar por las altas varas hincadas junto al hoyo.  Y…aquellos mulos y burros transportando por las estrechas sendas y no muy amplios caminos serones de ciemo de la cuadra y de corral de oveja que, aun humeantes, se depositaban en montones simétricos sobre la tierra del huerto. Y cómo extraños sonidos metían mi corazón asustado en un puño cuando, en alguna ocasión, me mandaban a regar, después de cuidar el agua, de escaso y valioso caudal y yo cumplía. Vale.

A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.




Texto y fotos, excepto la de nuestra Señora, La Medusa. Copyright ©
 

lunes, 27 de abril de 2015 in

Vísperas de fiesta



 
Vísperas de fiesta

Siempre pensé, fundamentalmente siendo un mozuelo, que la primavera es algo versátil, nunca igual a sí misma, y mucho menos a los ojos de quien la mira. Yo, ahora que estoy en el este geográfico la contemplo como dulce, calurosa y hasta radiante, mientras que habrá, fundamentalmente los que la disfrutan o padecen en el norte, sur u oeste, una sazón que para ellos será violenta, abrumada o tibia. Se me ha mostrado, en ocasiones, y hasta escondido como tardía y como primavera precoz y, por si fuera poco, la contemplé adornada con esos innumerables matices de enajenación, de cierta embriaguez y hasta con brío pujante hacia afuera, pareciéndose a las plantas, floreciendo y aromando; a los árboles, cuajando y lentamente brotando, como deseando desabrocharse lentamente; a los pájaros, columpiándose y trinando un poquito borrachos de sí mismos y nadando en la perfumada transparencia del aire, en su espesa y acogedora transparencia, lo mismo que las mariposas y las abejas y los abejorros,.
Y es que me cuentan, ahora que son fechas cercanas a la fiesta de la Virgen del Humilladero y todo suena igual o distinto,  que en los aledaños del monte de Villarroya, por la Dehesa, por el barranco de la Fuentizuela, Fonsorda, los huertos de La Torre y Maquíz ya han oído el canto del cuco, la calandria y el petirrojo. No han tardado en darme la noticia al haberlos sentido esos amigos, corresponsales aventajados, que por allí tengo. Es la matraca de todos los años cuando vuelven a cantar y cuando cada primavera, aunque nadie les escuche, y si algunos los oigan, por estar acostumbrados, les resulte hasta cansino y monótono. Aunque ellos siempre cantan para anunciarnos nueva primavera. Todos los años lo mismo y parece que fue ayer, mientras desde entonces nuestros cabellos se van cubriendo de blanco y nuestro olfato no hace otra cosa que sentir olores de alhelíes y rosas, dalias y clavellinas, jacintos, lirios, varitas de San José y esos aromas a tomillo, espliego y romero que, aun teniéndolos a la puerta de la casa, descienden de las peñas de Herrera y Ongañón o suben, contra corriente del barranco, desde la Peña del Fraile, Rabiñuelas o La Cantera de la Torre.

Yo sé que el cuco, y la calandria y el petirrojo y…,  es su espacio natural, volverán a trinar siempre por estas fechas, aunque sea a vuelo corto. Sus gorjeos siempre tuvieron vocación universal. Y hasta puede que, cuando se les antoje o los labriegos con sus ganados y canes los inciten, saldrán de su paisaje acostumbrado y, si es preciso, pondrán el huevo en otros nidos. Yo siempre apreciaré su canto, aunque siempre sea el mismo. No cansa y alegra como si lo escuchara por primera vez. Y es que estos sus cantos me traen recuerdos, recuerdos del pueblo, tan cercano y tan lejos, me acercan a la Fuente Nueva o al Tapiado junto al barranco, a los sembrados, ya reverdecidos después de las nieves y el deshielo, a los prados, los huertos y a ese montículo, rodeado de carrascos,  de las Catorce Suertes, donde suenan los cencerros del ganado. Y hasta aquí, a lo lejos, me llega el sonido de las campanas y el glu-glu, no olvidado, del cántaro en la fuente.

Y es que la primavera en Grávalos es día de fiesta, de fiesta grande, de fiesta mayor, fundamentalmente, cuando la Virgen del Humilladero cruza orgullosa el puerto, al son de cánticos gloriosos, para llegar por empinadas calles hasta la iglesia a cumplir su novenario.

Ascendiste de tu ermita
con andar improvisado
en tarima de portante
entre pétalos rosados,
Humillada y exultante.

Gravaleñas adornadas
coronadas de claveles
lloran lágrimas añejas
al aire de los rabeles
con sones de rapacejas.

Os prometo que regresaré. Lo haré el 22 para completar esos diez versos iniciados, que aquí se muestran, e interpretar para que no se pierda la memoria de lo que muchos queremos, aunque sea imposible reprimir la nostalgia. Yo os comprendo. Lo peor que puede pasar es perder la memoria. Vale.
 
 
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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