“Por San Matías, cantan las cotovías y entra el sol por las solombrías”
“Por San Matías, cantan las cotovías y entra el sol por las
solombrías”
Febrero trae carnavales y días ya desperezados y el
sol alcanza las umbrías. Pero en la imagen popular sigue siendo el mes loco de
los fríos y con mala, malísima fama. Su representación tópica es la del hombre
querencioso del fuego, como muestra el “libro de Alexandre:”
“Estaba don Febrero sus manos calentando,
Otros facía sol et oras serenando,
Verano de invierno íbalos desemblando,
Porque era más chico sediese querellando”.
Es
tiempo de febrero y tiempo de humedales, lagunas, navas, lavajos, salinas,
llamazares, paúles y tablas, entre otros muchos. La terminología popular hila
muy fino para nombrar a los diferentes tipos de zonas húmedas. Hay mucha
cultura, mucho saber en el habla antigua. Y como estos últimos días de enero he
andado entre humedales y salinas he recordado para mostrar en este “febrero revoltoso,
un rato peor que otro” aquellos textos de Miguel Delibes, fundamentalmente,
aquél que se titula “Prólogo a un libro de caza sobre patos” que no llegó a
escribirse y en el que, a la par que su iniciación en aquel menester, glosó su conocimiento
de los socios del club Alcyon y los saberes cinegéticos del difunto señor
Antiloquio”.
Describe
Delibes en ese relato, con la precisión de quien lo ha vivido, la atmósfera
sonora que les envolvió durante un recorrido en barca por la laguna del Taray,
un amanecer de aquellos años felices en los que por estas tierras anegadizas se
desparramaba el agua. Le guiaron los conocimientos y la pértiga del barquero,
el señor Antiloquio. Y el agua y las aves acuáticas pusieron la banda sonora. Y
lo que La Medusa hace sonar es una reconstrucción: algo así como una
sonorización al dictado de varios fragmentos del texto de Delibes:
“Aún
no apunta la aurora y sobre la línea negra del horizonte se alzan, como
cúpulas, los resplandores lejanos de los pueblos limítrofes: Villacañas, la
Puebla, Don Fadrique, Quero, Alcázar de San Juan y Villafranca.
Marzo
está a la vista, pero aún no se ha quebrado el letargo invernal, y bajo las
estrellas friolentas, reflejadas en el agua, apenas se escucha el tímido squic
de la focha o el graznido ronco del porrón común.
Ni
el río ni la laguna tienen secretos para el Señor Antiloquio (...). Apoya el
extremo de la pértiga en la última tabla del muellecillo y la barca se
desembaraza perezosamente de los juncos donde yace embarrancada. Su quilla es
buida y su fondo plano. La proa, al abrir su camino, produce un leve chapoteo
sedante. Lo mismo que las gotas escurren de la pértiga cada vez que el señor
Antiloquio la saca del agua. El profundo silencio, tímidamente punteado de
cuando en cuando por las fochas impacientes, se rasga de pronto por encima de
nuestras cabezas:
-¡Gaa-onc!¡Gag-gag!
-¡La puta que los parió!
-¿Qué son?
-¡Qué han de ser! Los gansos- el señor
Antiloquio alza la cabeza contra la oscuridad de la noche-.
- Van de paso - añade.
Un silbido tenue y sostenido, seguido de un
ruidoso chapuzón, se oye a estribor. El señor Antiloquio, pértiga en ristre,
queda unos instantes en suspenso. La inercia sigue arrastrando la barca por la
bruñida superficie:
-¡je,je! El rabudo está entrando por la
querencia. ¡Pobrecillos! Si no me equivoco, van a tener ustedes un buen día.
El silbido del rabudo encarrizado se hace
más quedo y tenue; se difumina. La barca circunda ahora una islilla de carrizos
y aboca a un lucio, dilatado como la mar. Se oye el revuelo de una punta de
aves que se ponen en movimiento (...).
Paulatinamente el día se va haciendo y con
el día llegan los primeros trompeteos -kraoj, kraoj- de la garza real y las
carcajadas -cuej, cuej- un poco siniestras de la gaviota reidora (...).
El Señor Antiloquio boga parsimoniosamente
y la superficie de la laguna va adquiriendo un rebrillo progresivo.
-Ya amanece Dios.
Los tarayes atormentados se retuercen en la
ribera, de donde llega de vez en cuando el tiu-bobó del archibebe(...). De la
parte de la embocadura llegan ahora unas voces remotas y el piu-piu y el cuej
de las aves alarmadas:
-La traca final- dice mi hijo.” Vale.
Texto y fotos La
Medusa. Copyright ©