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sábado, 19 de abril de 2014 in

Luz de pesca






Luz de pesca

Deja que enraíce la mañana,
siente la brisa encañizada,
planta los palangres
y, siéntate a esperar.

Levántalos uno a uno y con cuidado,
celebra primoroso las capturas.
Las relingas ya arrastran doradas,
magres,  anguilas y chapas,
salmonetes, langostinos y lubinas.

Y mientras, levántate de la sombra del
Molino Calcetero y almuerza
esa tortilla con cerveza fría,
y luego, vuelve a empezar.

Levanta corchos y plomos,
cambia los cebos,
celebra jacarandoso tus capturas.

Y, márchate.

PRJP. Nº 6 En Santiago de La Ribera en La Pascua del 2014, siendo abril y despés de contemplar a los pescadores en mi paseo matinal. 




lunes, 14 de abril de 2014 in

La Santa Semana






La Santa Semana

Me traslado a Cartagena, como tantos años, como tantos días, como tantas primaveras, para recordar, para vivir y para sentir, fundamentalmente para sentir. Sentir y caminar a paso de nazareno, vivir la emoción de los cofrades y hasta rezar como sin que se note, con solemnidad, con respeto, rindiendo honores y profundizando en sus sentimientos y lo hago con un nudo en la garganta.

Sé, debía de ser medianamente pequeño, cuando me sentaban junto al Columbus para contemplar todo lo que unía los hachotes de los capirotes y el Trono y recibir aquellos brillantes y dulces caramelos de La Gardenia, alguna bolsita de seda roja y hasta algún sepulcro. 

Sé, qué más da, ahora también, olía a humanidad, a cirio, a incienso, a lilas, sé, porque lo recuerdo, del aroma del reparo y las torrijas, esas rebanadas de pan bien cortadas y mejor cuadradas, ahogadas en huevo y vino o leche, endulzadas con azúcar, canela espolvoreada, miel o almíbar y que Juan de la Encina ya las nombraba (“miel, y muchos huevos para hacer torrejas”).  

Por lo narrado puede parecer que acudiré a procesiones báquicas, orgiásticas, barrocas, con mantillas coronando bellas muchachas, cristos mineros aclamados con saetas como toreros. Pues no. Es cierto que estos desfiles procesionales apenas se parecen a las procesiones de La Castilla, que procedo, con Dolorosas de turbadora tristeza, Cristos con enagüillas y cirios. Crucificados ensangrentados y escarnecidos. Todo, aquí y allá, impresiona, es la expresiva participación de su paisaje, de su entraña urbana con el espectáculo respetuoso y la predisposición natural de sus gentes a lo sombrío en unos casos, y la explosiva y floreada luminosidad inundando de color y pasión las viejas calles aquí. 

Sé, por eso me traslado, que escucharé el grito desgarrador “¡Ahora. Ya está aquí. Que ya viene!”. Y sentiré, tragándomelo, el silencio de la calle, que queda casi dormida, cuando ve a los portapasos de la Virgen de La Piedad enfilar la subida de la calle del Cañón, que es donde me gusta verla. Deseo, quizás expectante y nervioso, escuchar cómo suena el primer toque de la campana del trono y cómo enfervorecen, yo entre ellos, miles de cartageneros.  Es un honor contemplar como los portapasos se echan a la Virgen a hombros y subin la cuesta con paso legionario, envueltos entre aplausos y pétalos de rosa ofrecidos desde los balcones. Y tras Ella, observar como todo entra en locura.

Siento que lo que contemplo es un espectáculo, religioso y artístico. Es el arte y el sentimiento en la calle. Es una manifestación de sentimientos, creencias, dolores y quereres. Es el fervor del pueblo, fervor de creencia, fervor de adhesión, lo que me condujo y conduce. Ante esto tengo la sensación, también la creencia y la fe, de que Dios no ha muerto. Sé que  Nietzsche anunció su muerte y Sartre la registró con frialdad de acta notarial. Sé que es la hora de la desolación y la duda. Sé que Simone Weil, “la mujer devorada por su propia inteligencia”, llegó a escribir que “el gran crimen de Dios contra nosotros consiste en habernos creado, en que existamos”. Y hasta sé que hay algo rubeniano en el pensamiento de la ensayista francesa. Y sé que es la hora de la sal y, también, de la hiel, es por eso por lo que me traslado a La Ciudad Trimilenaria de Cartagena. Vale.

Texto La Medusa Paca. Fotos  Abel F. Ros. http://qapta.es/. Copyright ©

jueves, 10 de abril de 2014 in

La copla de ciego





La copla de ciego

En aquellos tiempos en los pueblos, en el mío también, solían darse los cuartos al pregonero, aunque también había vecinos que se dedicaban a que la verdad no se supiese, y surgía aquello de “vecina, cierre la boca” y hasta todo empujaba al pesimismo. Y a vivir con optimismo. Ese optimismo penado, machadiano, cuando escribió: “Tengo una pena, una pena, /que bien pudiera decir/que yo no tengo la pena, /la pena me tiene a mí”.  Y como escribió Rafael Alberti recitando aquello de: “Lo sabe el lechero, lo sabe el yegüero, lo canta el vaquero... ¡Y tú sin saberlo!”.

Ya saben aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.  Y me acuerdo lo que uno de sus amos hizo con Lázaro de Tormes dándole un hueso y diciéndole: “¡Triunfa!”. Y el “recita a ciegas” triunfó para poner en valor los pliegos de cordel, un arte que fue el modo de vida para muchos ciegos que recorrían las plazas, ferias y mercados de pueblos y ciudades desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX. Eran cronistas del momento, divulgando noticias, cantando y recitando romances, historias de personas, sucesos truculentos y macabros, críticas mordaces a través de diálogos entre ciego y lazarillo  que, a su vez, vendían impresos, lo cual les suponía un modo de subsistencia. Es la historia a modo de romance para retratar lo cotidiano.

Y ésta que expongo aquí, yo se la oí a un ciego, cuando los primeros rayos de sol de invierno derretían la nieve, en mi pueblo, Grávalos, en el que nací. Vale.


El crimen de Igea

En la provincia de Logroño
y partido de Cervera,
hay un lugar entre montes
llamado pueblo de Igea.

Allí Vivian felices
Catalina y su marido
pero lo echó a perder
el “Trabas” que era el querido.

Las primeras relaciones
en Igea las tuvieron,
y envenenar al marido
pronto los dos propusieron.

Para ver si era bastante
la cantidad de estricnina,
de aquel alimento dio
a un perro que ella tenía.

Estando en el campo un día
la hija llevó la comida,
y muy pronto los efectos
el resultao producía.

La Catalina tenía
ojos grandes y expresivos,
pero un corazón malvado
pa matar a su marido.

Mientras estaban en casa
“Trabas” y la Catalina
el pobre marido de ella
en el campo se moría.

Cuando se confirmó el hecho
y el juzgado lo confirma
el “Trabas” y Catalina
en el cadalso morían.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©.

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